Uno de los elementos que se han utilizado para -pretendidamente- distinguir los estados capaces de alcanzar un grado elevado de desarrollo político de aquellos que no lo han conseguido, es el empleo de la violencia en el marco del combate político y, particularmente, la máxima expresión de esta violencia, que son las guerras civiles. En la mayor parte de los casos, puede ser así, si entendemos la configuración del estado como un proceso de institucionalización y pacificación de las relaciones sociales, aunque esto no siempre sea exacto. La construcción del estado también ha sido la plasmación de unas relaciones establecidas, con sus componentes de poder, desigualdad económica e injusticia social, pero -como ya nos señalaba el profesor Keeley en otro comentario- ninguna cultura puede sobrevivir en un contexto de guerra permamente.
En cuestión de guerras civiles, los estados de habla hispana, a uno y otro lado del Atlántico, poseen una larga experiencia. Y se ha repetido a menudo que sería una muestra de la incapacidad de sus élites e incluso un rasgo del 'alma' latina, atraída por el combate, la muerte y todo su cortejo.Ahora que parecen llamados a sofocarse los últimos coletazos de los conflictos armados abiertos durante el siglo XX en América, y que, en cambio, se atisban otras perspectivas en los enfrentamientos políticos y sociales, he vuelto a leer una reflexión que hacía Eduardo Posada Carbó, profesor de la universidad de Oxford, en un artículo titulado “Las guerras civiles del siglo XIX en la América Hispánica: orígenes, naturaleza y desarrollo” dentro del volumen colectivo La guerra en la historia (Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca, 1999, pp. 191-207) donde aportaba algunas claves explicativas que vienen a coincidir con lo que sabemos de los conflictos civiles habidos en la Península Ibèrica durante los dos últimos siglos y se apartan de tópicos repetidos durante mucho tiempo.
En cuestión de guerras civiles, los estados de habla hispana, a uno y otro lado del Atlántico, poseen una larga experiencia. Y se ha repetido a menudo que sería una muestra de la incapacidad de sus élites e incluso un rasgo del 'alma' latina, atraída por el combate, la muerte y todo su cortejo.Ahora que parecen llamados a sofocarse los últimos coletazos de los conflictos armados abiertos durante el siglo XX en América, y que, en cambio, se atisban otras perspectivas en los enfrentamientos políticos y sociales, he vuelto a leer una reflexión que hacía Eduardo Posada Carbó, profesor de la universidad de Oxford, en un artículo titulado “Las guerras civiles del siglo XIX en la América Hispánica: orígenes, naturaleza y desarrollo” dentro del volumen colectivo La guerra en la historia (Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca, 1999, pp. 191-207) donde aportaba algunas claves explicativas que vienen a coincidir con lo que sabemos de los conflictos civiles habidos en la Península Ibèrica durante los dos últimos siglos y se apartan de tópicos repetidos durante mucho tiempo.