Lo único que aprendemos de la historia es que no aprendemos de la historia (Hegel)

miércoles, 11 de abril de 2012

Crisis y teoría económica

Las actuales convulsiones de la economía mundial, y particularmente de la europea, han devuelto todo su interés al estudio de la peor crisis sufrida por el capitalismo occidental, la de 1929, y a la figura de un economista de referencia en el periodo de entreguerras, J.M. Keynes.

He tenido ocasión de leer un artículo sobre el tema de Luis Ángel Rojo, catedrático de Teoría Económica, fallecido hace ahora un año. Aunque mis competencias en este terreno son bien escasas, me parece de gran interés resumir su contenido, por tres razones: 1) Luis Ángel Rojo ejerció como gobernador del Banco de España durante casi toda la década de los noventa, tanto con gobiernos socialistas como conservadores, y fue uno de los impulsores de la moneda única europea. 2) Aquí podemos encontrar numerosas coincidencias con situaciones bien actuales, pero no se trata de una cuestión de oportunismo, ya que el artículo fue escrito hace más de veinte años, en circunstancias bien diferentes. 3) Y porque los años 30 fueron una época de intenso debate sobre política económica, en los que, realmente, no llegó a aplicarse ninguna de las propuestas teóricas que luego triunfarían en la segunda mitad del siglo XX. Así, el grado de incidencia o no de éstas en la larga y profunda crisis sufrida por el mundo industrial, es todavía objeto de debate.

Se trata del texto El pensamiento económico ante el paro y la crisis, 1919-1939, publicado en el libro Europa en crisis, compilado por Mercedes Cabrera, Enrique Santos Julià y Pablo Martín Aceña (Madrid: Editorial Pablo Iglesias, 1991).


Uno de los primeros rasgos que destacaba el autor, y que no deja de recordar lo sucedido en la última década, es que la expansión de los 'felices años 20' también tenía los pies de barro. Fue intensa en los Estados Unidos, pero mucho más desigual y menos vigorosa en Europa, que siguió presentando tasas de paro muy superiores a las anteriores a la Primera Guerra Mundial, se apoyaba en una financiación externa que procedía fundamentalmente de Norteamérica y que era, en buena medida, financiación a corto plazo. Incluso la Gran Bretaña no podía mantener sus compromisos monetarios -el retorno al patrón-oro- más que endeudándose.

Aunque se trataba de un mundo económico donde las finanzas jugaban un papel mucho menos importante que en la actualidad, la especulación alcista de la bolsa de Nueva York comenzó a atraer capitales hacia Estados Unidos, con lo que la movilidad de estos redundaba en perjuicio de Europa, que debía recuperar como préstamo lo que se evaporaba como inversión. Los principales problemas económicos del periodo fueron las fluctuaciones bursátiles y el paro. Éste afectaba con más intensidad a la Gran Bretaña, que no era capaz de reabsorberlo mediante la reconversión. Esta contradicción entre riqueza e incapacidad para dar empleo a toda la mano de obra fue lo que provocó el debate económico más profundo y fructífero en los medios académicos.

Una parte del problema se achacó al papel de los sindicatos. Los soldados que regresaron de la guerra reclamaban una sociedad más justa, y las Trade Unions se habían fortalecido durante el conflicto, con una ampliación muy intensa del número de sus afiliados. Esto provocó una acción enérgica y la multiplicación de las huelgas. Los empresarios, atemorizados por la sombra de la Revolución Rusa y la agitación que recorría todo el continente, respondieron con una estrategia de enfrentamiento y fuertes presiones sobre el gobierno para que desmontase el conjunto de controles y el fuerte intervencionismo introducidos durante la guerra. Con todo, los trabajadores consiguieron inicialmente fuertes alzas de salarios y reducción en las horas semanales de trabajo. Para compensarlo, el gobierno adoptó políticas monetarias y presupuestarias restrictivas, que provocaron una contracción deflacionista y un notable descenso de precios y salarios.

Gran Bretaña se encontró, después de la guerra, con una industria anticuada y una fuerte competencia en el mercado internacional. La fuerte orientación exportadora tradicional, que había sido base de su economía, ya no pudo generar el excedente de cuenta anterior. Hubo, pues, un fuerte empeoramiento del déficit comercial y Londres dejó de ser el centro del mercado mundial de capitales, que ahora se trasladó a Nueva York. El problema más acuciante era, con todo, el paro, que se mantuvo por encima del 8% durante toda la década de los años 20. Aunque esta tasa pueda parecer no muy alta, hay que tener presente las limitaciones de los subsidios a la desocupación y la intensa concentración del desempleo en las áreas industriales tradicionales del norte y Gales, que antes habían sido las más prósperas. Estas zonas, incluso en declive, seguían proporcionando el 50% del PIB de la Gran Bretaña. Las nuevas actividades, más concentradas en el sur “...no aparecían como un bloque con amplitud e impulso suficientes para inducir un trasvase de mano de obra capaz de resolver los problemas de las áreas tradicionales..."

La respuesta ortodoxa a estas dificultades consistía en aplicar los viejos principios del liberalismo, volviendo a la 'normalidad' económica: estabilidad monetaria con el retorno del patrón-oro, librecambismo, descenso de los niveles salariales para recuperar competitividad, estabilidad política y reducción de los gastos del estado y la inversión pública, además de una escrupulosa devolución de las deudas generadas por la guerra. Como mucho, estaban dispuestos a conceder una ampliación del subsidio de paro para hacer frente a las tensiones sociales generadas.

Esta visión económica de los conservadores era también, por sorprendente que parezca, compartida por el Partido Laborista. Éste "quería presentarse ante el país como un partido nacional, no clasista, fiable en o económico y, en su desplazamiento hacia el centro en busca de votos del partido liberal (...) Con Mac Donald y Snowden, el partido laborista se hizo firmemente ortodoxo en política financiera (...) insistía básicamente en mejorar y ampliar la cobertura del seguro de desempleo, respondiendo así a la presión de los sindicatos..." Las políticas monetarias restrictivas y la falta de crecimiento provocaron un 'tour de force' que desembocó en la huelga general de 1926. La derrota sindical en este conflicto desarboló buena parte de su fuerza y aseguró el triunfo de la línea ortodoxa, aunque una parte del empresariado comprendió los riesgos de este clima de conflicto y las ventajas de la negociación. Apareció así el grupo de los 'conservadores progresistas', aglutinados en torno a Harold Macmillan (futuro premier en los años cincuenta y uno de los padres del estado del bienestar británico), que impulsaba programas sectoriales, basados en el autogobierno de las industrias bajo la articulación del gobierno. Se trataba de propuestas corporativas y tecnocráticas -vagamente inspiradas por el fascismo italiano-, que favorecían claramente a las grandes empresas, pero que rompían con la inercia tradicional.

También el partido liberal, curiosamente, se estaba apartando de las políticas anteriores, y aceptaba la necesidad de propuestas "inspiradas en un pensamiento situado a medio camino entre el laissez faire y el socialismo..." Entre estos nuevos liberales figuraba J.M. Keynes, quien pugnaba "porque el Estado impartiese una 'dirección consciente' a las economías de libre empresa (...) con un programa de obras públicas en infraestructura orientado a mejorar el capital social nacional como base de la modernización de la economía” financiada con empréstitos, con el ahorro de gasto público en seguro de desempleo y los mayores ingresos fiscales asociados al aumento de la actividad.

Las elecciones generales de 1929 las ganaron, en cambio y por primera vez, los laboristas, convertidos -contradictoriamente- en un bastión de las políticas anteriores. Lo que debía haber sido una transformación casi revolucionaria se convirtió en tradicionalismo, que debía hacer frente además al estallido de la Gran Depresión.

Y, por si quedaba algo que pudiera perjudicar a los trabajadores, de los cuatro componentes potenciales del desempleo -paro friccional, paro estructural, paro cíclico y paro provocado por los altos costes del trabajo- los economistas británicos ortodoxos sólo tendían a destacar la importancia de éste último, que atribuían machaconamente al poder sindical y, ahora, a la extensión del seguro de desempleo. Reclamaban más movilidad de la mano de obra, un descenso de los salarios y una mayor presión para obligar a la aceptación de los empleos ofrecidos.

Keynes, en cambio, consideraba preferible cambiar de táctica "y buscar la reducción deseable de los salarios reales a través de una suave elevación de los precios conseguida a través de políticas expansivas de demanda" que tenían la virtud de favorecer la actividad y el empleo. Como es bien conocido, Keynes era defensor de la iniciativa privada y enemigo de la propiedad pública de los medios de producción, pero aceptaba, como también importantes economistas ortodoxos, que los mecanismos del mercado presentaban fallos que justificaban las intervenciones... en las condiciones vividas por la economía británica y la economía mundial "después de la Gran Guerra, nada le parecía que condujera a pérdidas de bienestar de magnitud semejante a las generadas por las fluctuaciones cíclicas y el paro involuntario"

La experiencia le había demostrado que, en las depresiones, la contracción monetaria y crediticia impulsa (...), un proceso de descenso de los precios que redistribuye la riqueza en favor de los rentistas, impone pérdidas anormales a los empresarios, conduce a la contracción industrial y genera paro con tanta mayor fuerza cuanto más intensos hayan sido la inflación del auge anterior y los excesos y desajustes que la hayan acompañado. Si las distorsiones del auge inflacionista son malas, los efectos de la contracción deflacionista son aún peores; en consecuencia, Keynes proponía el desarrollo de una política monetaria encaminada a moderar la amplitud de las fluctuaciones. “La postura de Keynes recibió, sin embargo, escasos apoyos -no los recibió, desde luego, de ningún partido político, y ni siquiera de los industriales y los sindicatos-; y el ministro de Hacienda, Winston Churchill, aunque se resistía a adoptar una decisión que favorecía, en su opinión, 'los intereses financieros a costa de los intereses de la producción', acabó por ceder a la presión general”

Las teories de Keynes no serían aplicades sistemàticament hasta después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el clima económico, y el político, habían cambiado. La mayor disponibilidad econòmica, el miedo a una recaída en la recesión, la afirmación del estado democrático en la lucha antifascista, y la persistència del miedo al comunismo se conjuraron para que las fuerzas políticas occidentales decidieran intervenir decisivamente en la dirección de la economia y la redistribución de sus beneficiós, però esa ya es otra historia en la que no entra nuestro articulo.

Y lo que tampoco trata Luis Ángel Rojo, más que superficialment, es la gestación e influencia de la escuela de Viena, representada por teóricos de la economia como Hayek y Schumpeter, que veían en la Gran Depresión, no una crisis profunda y estructural, sinó un episodio más en la necesaria renovación económica. Postulaban una solución también poco ortodoxa y contraria a la de Keynes, según la cual habría que dejar la crisis en manos –fundamentalmente- de los mercados, reduciendo al mínimo la intervención política. El autor tiene buenas razones para este silencio, ya que su influencia en los decisivos años treinta fue muy pequeña, però iría creciendo entre la derecha occidental de los decenios posteriores, hasta convertirse en la base del pensamiento neoliberal que se ha venido imponiendo desde los años ochenta del siglo pasado. Una teoria econòmica neoliberal, sostenida por la globalización, a la que muchos acusan de haber desequilibrado los componentes esenciales del consenso político anterior y habernos precipitado en manos de una economia financera ingobernable.

Con las naturales diferencias ¿no les suena a ustedes muy familiar todo esto?

3 comentarios:

  1. He leído con verdadero interés el artículo comentando el de Luis Ángel Rojo, con el que se podrá simpatizar más o menos, pero no cabe duda era persona conocedora del funcionamiento de la economía capitalista. Cansado de escuchar tantas vaciedades por la televisión (incluso a personas que se dan de entendidas) su artículo es de una gran utilidad para mí, pues me permite comprender algunas cosas. Lo que me parece claro es que un vicio grave de toda economía capitalista es la especulación, y no creo que haya otro remedio contra ella que la intervención pura y dura del Estado para combatirla. Otra cosa es que, como vivimos en una economía globalizada, la cosa se complica, pues tendrían que ser muchos los Estados que remasen en la misma dirección. Creo que hay una concomitancia entre la crisis actual y la que estalló en 1929, y es que tuvo su origen en las finanzas, es decir, en la economía menos real de todas, la más virtual. Otro aspecto en el que o intervienen los Estados o estamos aviados. Interesantísima me ha parecido la observación de que se puede dar la contradicción de que un pais tenga riqueza y en cambio su tasa de paro suba (y el artículo lo explica con toda claridad). Creo que uno de los errores que han comedido los partidos socialistas, socialdemócratas o laboristas (que para el caso y a estas alturas son lo mismo) es querer comportarse como "partidos nacionales", aunque comprendo que ha sido fácil caer en esa tentación al haber crecido tanto la clase media, que se reparte a un lado y otro del espectro político. Si los partidos socialistas insistiesen en su carácter de clase, explicando al tiempo que los partidos conservadores también lo son aunque lo nieguen, creo que clarificarían las cosas a muchos electores, pero para eso haría falta que se corrigiesen ciertas prácticas que desdicen de lo que se pueda predicar. No sabía que Harold Macmillan fue uno de los "fundadores" del estado del bienestar británico, y lo cierto es que no debe extrañar si se tiene un poco de sentido común: también en Alemania la decoracia cristiana (con la socialdemocracia) contribuyó de forma decisiva al estado del bienestar en Alemania; el gaullismo en Francia, etc. Ya sé que Keynes no era socialista, pero como ha inspirado las políticas socialdemócratas a partir de la 2ª guerra mundial, me llevó a leer con fruición su obra "Las consecuencias económicas de la paz", que se editó en 1920. En muchas partes se muestra partidario de un papel activísimo del Estado en la economía, aunque exista la libre empresa; además estaba en ebullición (cuando publicó su obra) la revolución bolchevique, por lo que no sería el quien calentase motores a favor de ella en occidente. Pero en muchas partes de dicha obra habla de que o el estado interviene fuertemente la economía o esta tiende a provocar desigualdad. Creo que -entre otras cosas- eso es lo que falta en la Europa y América del Norte actuales: los socialistas europeos están en la lógica del sistema capitalista; no se le discute como consecuencia de la convergencia que ha significado la Unión Europea. Si los partidos socialistas (y me atrevo a decir los sindicatos, que son más agencias de servicios que otra cosa) no discuten el sistema capitalista (entre otras cosas porque no ven -no vemos- alternativa) no le vamos a pedir a Obama que lo haga, por ejemplo. Gracias por su artículo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias a tí por tu colaboración. En contra de lo que muchos imaginan, Keynes no era ni un socialista ni un socialdemócrata. Su posición se basaba en que, al margen de los criterios de justicia social, la redistribución de la riqueza es necesaria para que se mantenga la circulación de dinero y la actividad económica, y por la exigencia de practicar políticas anticíclicas. En ningún momento plantea que la intervención del estado constituya una alternativa al sistema, sino que se trata de un proceso de colaboración y encauzamiento de las iniciativas privadas. Por eso sus ideas fueron adoptadas inicialmente, como decíamos, por un sector del Partido Liberal británico.

      Eliminar
  2. De todas formas ya me gustaría a mí que se adoptaran en la U.E. medidas keynesianas. Un saludo.

    ResponderEliminar