Un teniente coronel me dijo una vez que
“una guerra no es más que una interminable cantidad de
sufrimientos”. Nunca he
encontrado definición más precisa. Cualquiera de los conflictos
que estudiamos permite explorar múltiples dimensiones del horror.
Otra cosa es que, cuando se reconstruyen, la historia política y
militar, la literatura o el cine lo reduzcan a un simple
enfrentamiento entre dos bandos.
Los
mitos patrióticos son los que suelen encubrir en mayor medida el
complejo mundo de causas y consecuencias que provocan las guerras. La
invasión napoleónica de España generó una gran cantidad de estos
mitos. El pueblo alzado en armas contra el invasor es siempre una
imagen atractiva, que legitima casi todas las violencias. La
'guerrilla', ese supuesto invento español, encaja muy bien con los
tópicos sobre la Península Ibérica, siempre dramática y
anarquizante. Hace tiempo que tenía ganas de leer el libro de
Charles J. Esnaile España contra Napoleón. Guerrillas, bandoleros y el mito del
pueblo en armas. Barcelona:
Edhasa, 2006 (edic. orig. 2004),
donde la lectura atenta de documentos y memorias -que siempre han
estado disponibles- permite una revisión radical de lo que sucedió
y la manera de entender este conflicto.
La denominada 'Guerra de la Independencia' ha sido objeto de manipulación política desde los mismos tiempos en que se combatía. Si para unos fue el alzamiento de un pueblo por su Patria, su Dios y su Rey, contra las nefastas novedades de la sanguinaria y atea Revolución Francesa, para otros -los liberales-, fue la acción desesperada de un pueblo que, abandonado por sus dirigentes monárquicos, supo levantarse en defensa de sus familias, su Nación y sus libertades contra un enemigo infinitamente superior que ya no defendía los principios revolucionarios, sino la dictadura militar e imperialista de los Bonaparte. Incluso la historiografía marxista quiso ver en esta explosión de ira popular un gesto que enlazaba conceptos antiguos sobre la defensa de la comunidad con formas más encaradas al futuro de lucha contra la nueva opresión burguesa encarnada en la Francia napoleónica.
La guerrilla
parecía, en cualquiera de las opciones, la mejor expresión de esta
resistencia popular. Fracasado el estado borbónico del antiguo
régimen y sus aristocráticos dirigentes, incapaces las nuevas
élites profesionales y burguesas de ofrecer una resistencia armada
eficaz, hubo de ser el pueblo quien ofreciera una larga y desesperada resistencia, con las armas que tenía a mano, liderado por
dirigentes surgidos de las clases subalternas y enraizados en el apoyo
de su comunidad.
Aunque incapaces de plantar cara a los ejércitos invasores en campo
abierto, habían provocado un lento y constante desgaste (la 'ulcera
española') que terminó por resultar decisivo cuando el imperio de
Napoleón se tambaleaba al enfrentarse a casi toda Europa. Era el
triunfo de la 'guerra popular prolongada', el antecedente ideal para
todos los movimientos revolucionarios.
Charles J. Esnaile
nos ofrece una revisión general de lo sucedido en España durante
estos años, en particular todo lo relativo a la participación de
las guerrillas. Aporta una abundante documentación (cartas,
informes, procesos judiciales, memorias...) que viene a cuestionar
el carácter estrictamente patriótico de la lucha contra los
franceses. Es cierto que en 1808 la quiebra del estado, y el rechazo
general a la repentina imposición de un poder subordinado al imperio
francés, produjo revueltas políticas en toda la Península. Pero
está por ver que constituyera un levantamiento popular en toda
regla. Son ya varios los estudios que cuestionan el carácter
espontáneo de lo sucedido en Madrid y otras poblaciones; la conjura
fernandista de los sectores que habían provocado el 'motín de
Aranjuez', los más conservadores, es también una explicación pausible. Cabe asimismo la posibilidad -documentada en varios casos-
de que el alzamiento contra las autoridades profrancesas -muchas de
ellas antiguos protegidos del muy impopular Godoy- tuvieran un
carácter de motín provocado por la difícil situación económica y
las dificultades que atravesaban varioss sectores de población. Por
eso, Charles J. Esnaile se inclina, igual que otros, por considerar las
Juntas antifrancesas surgidas en estos primeros meses como un claro
intento de las clases dirigentes borbónicas por mantener el control
de la situación alejando el peligro de una revolución popular.
El núcleo de su argumentación se centra en el reclutamiento y el
papel de las guerrillas. Las supuestas biografías de los dirigentes
guerrilleros están plagadas de explicaciones según las cuales
fueron los abusos de la soldadesca napoleónica, la convicción
patriótica o lances de honor los que 'echaron al campo' a estos
líderes naturales de hombres, dotados de un profundo conocimiento
del terreno y de sus gentes, que gracias a su capacidad fueron
aglutinando fuerzas y recursos para poner en jaque las tropas
invasoras y calmar su sed de venganza.
En realidad, como
ocurrió en otros casos bien conocidos -la Francia ocupada durante la II Guerra Mundial, sin ir más lejos-
formar parte de esta 'resistencia' constituía una opción
desesperada que sólo tomaron elementos hasta cierto punto marginales
de la sociedad. Tras las primeras reacciones más o menos colectivas
-como el levantamiento de los somatenes catalanes en El Bruc, por ejemplo-
las salvajes represalias militares y las continuadas derrotas del
ejército español, hicieron ver que enfrentarse a los franceses
suponía un riesgo demasiado alto. El reclutamiento de las guerrillas
no fue siempre espontáneo, sino que estuvo animado con frecuencia
por las autoridades junteras y militares. Acudieron a él toda clase
de personajes, muchos de los cuales es dudoso que fueran movidos por
impulsos patrióticos. Encontramos entre los guerrilleros un gran
número de contrabandistas, bandoleros, criados de señores locales a
quienes estos llevaban a la lucha, vagabundos y jornaleros sin
tierras, guiados por la desesperación o por la posibilidad de
obtener un rápido beneficio. En un país castigado por la crisis,
por la sequía, por las requisas de animales de tiro y materiales
para la industria, aislado de las colonias, con ferias y mercados
suspendidos, con los caminos cortados, con elevadísimas
contribuciones exigidas por los dos bandos, la promesa de un salario
de seis reales diarios a quienes se movilizasen por la
causa patriota, hizo mucho por levantar jóvenes desesperados y
personas sin recursos.
La paga de los
guerrilleros nunca fue muy segura, pero en todo caso parece haber
sido incomparablemente mejor que la de los ejércitos regulares, mal
mandados y desabastecidos de lo más esencial. Los guerrilleros, en
cambio, recurrían al cobro regular de cantidades en las tierras que
controlaban, requisaban a su antojo e incluso se embarcaban en
oscuros negios con que allegar recursos. Fuera o no verdad, lo cierto
es que los oficiales de tropa se quejaban de que los guerrilleros
siempre visten con el mayor de los lujos y nunca les faltan puñados
de doblones con los que regalarse, uno ha de ser de verdad el mayor
de los patriotas para servir en el ejército.
Entre esos oscuros
negocios se encontraba la instauración de aduanas y peajes para todo
el tránsito de mercancías, la detención de prófugos y desertores
a los que luego se exigían gruesas cantidades a cambio de no denunciarlos,
la imposición de contribuciones extraordinarias a los considerados
como afrancesados o a los propietarios que contemporizaban. la venta de bienes públicos...
Pero a menudo se iba más allá y se entraba directamente en el
bandolerismo y la protección mafiosa de aquellos a quien se
pretendía defender. Como señalaba Luis de Villaba, un oficial de
artillería que sirvió en el sitio de Zaragoza, las guerrillas
que actúan bajo el nombre de patriotas deberían ser exterminadas:
son bandas de ladrones con 'carte blanche' para saltear
caminos y asaltar pueblos. Si alguna de ellas ha reportado algún
beneficio... el daño causado por las demás es mil veces mayor...”.
De todos modos, el comportamiento del ejército regular no era
necesariamente mejor en muchas ocasiones. Durante las retiradas de
los años 1809-1810, y durante las ofensivas de 1813 las tropas
españolas se convirtieron en el azote delas poblaciones que
atravesaban, llegando a cometer atropellos iguales o superiores a los
que se atribuía a los franceses.
Uno
de los principales elementos que revisa Esdaile es la capacidad militar
atribuida a las guerrillas. De entrada, muchas de ellas parecían más
ocupadas en vivir a costa del territorio que en combatir al enemigo.
Cuando lo hacían, a menudo era obligadas por las circunstancias y en
actos de defensa. Pocos golpes de mano fueron realmente efectivos, y
cuando llegaron momentos graves en que su concurso era necesario para
resolver necesidades estratégicas, como en la supuesta ofensiva
sobre Valencia de 1811, las cosas solían terminar de la peor manera:
“La división del Empecinado se ha deshecho casi por completo.
Una orden del general O'Donnell ecomiándole a marchar contra
Valencia causó su desconcierto. Se dividió en facciones rivales en
los aledaños del pueblo de Torralba, se intercambiaron disparos y,
por último, se dispersaron. Todo lo que resta de ella es su
comandante y unos doscientos hombres que ahora se encuentran con él
en Cuenca. Es un asunto muy feo, pues esta división suponía una
fuerza de más de cuatro mil quinientos efectivos, al tiempo que era
muy temida por los franceses”. Como señala el autor, "en
realidad, los intentos por reclamar los servicios de los grupos
guerrilleros fuera de los sectores donde estaban acostumbrados a
operar terminaban, por norma general, en fracaso... podían perderse
importantes fuentes de ingresos; un terreno desconocido implicaba una
mayor vulnerabilidad, y no había nada más de qué hablar si el
resultado final era su asimilación dentro del ejército
convencional..."
Al respecto
es bien conocida la mala opinión que -con razón- los oficiales
británicos tenían de las fuerzas españolas en general y en
concreto de los guerrilleros. Como indicaba el propio Wellington, en
uno de sus comentarios más generosos para con los aliados hispanos,
“...estoy preocupado por no poder depositar ninguna confianza en
el efecto que causarán esas tropas. Los guerrilleros, aunque activos
y de buena disposición, y aunque sus actividades causan por lo
general las mayores molestias al enemigo, son tan poco disciplinados
que no podrán hacer nada contra las fuerzas francesas a menos que
éstas se encontrasen en una gran inferioridad numérica. Y si el
enemigo tomase posiciones en una casa o una iglesia donde sólo
hubiese de bloquear la entrada, tan mal equipados se encuentran los
soldados profesionales y los guerrilleros... que los franceses
podrían permanecer seguros hasta recibir el auxilio de una fuerza
más poderosa.”
Incluso
cuando el avance de 1813 permitió recuperar progresivamente el
territorio, y liberó a las guerrillas de la presión que sobre ellas
ejercían los franceses, su actuación resultó poco decisiva e
incluso contradictoria con los fines que decían perseguir: las
fuerzas de Wellington avanzaban hacia el interior de España, sus
dotaciones de retaguardia sufrieron una incesante rapiña que llevó
a William Keep a lamentarse del encuentro constante con 'cuerpos
muertos... cuyas desdichas se debían o tenían origen en la rapiña
cometida por los salteadores locales contra viajeros solitarios (en
particular lo sirvientes al cargo del equipaje de los oficiales), y
esto incluso al paso de tan numerosa hueste... los mensajeros aliados
fueron detenidos y asesinados de modo no muy distinto a sus homólogos
franceses.”
Frente a un
levantamiento general español contra los franceses, Esdaile, como
otros antes que él, se inclina por pensar en distintos
levantamientos al unísono. La población difícilmente
podía identificarse con el estado borbónico, y lo hacía con
aquello que resultaba más conocido: " La verdad es que en Galicia,
como en... cualquier sector de acción guerrillera, la gente no se
encontraba entregada a fondo a la tarea de liberar España. El
objetivo... consistía en... evitar las requisas, recaudaciones de
impuestos y violencia de la soldadesca francesa... los guerrilleros
españoles no combatían por su nación, sino por sus hogares,
valles, comarcas y, como mucho, provincias.". No creo que podamos, sin embargo, extraer como conclusión directa que esto conllevar una falta absoluta de sentido de 'lo español'. Resulta muy explicable el rechazo a dejarse embarcar a expediciones por regiones lejanas, en una guerra de final imprevisible, mal abastecido y mal alimentado, sin servicios de sanidad dignos de tal nombre, y con escasas oportunidades de regresar sano y salvo. Combatir en las milicias locales, en todo caso en las guerrillas, y hacerlo en el territorio inmediato era, con mucho, la mejor manera de asegurar la propia supervivencia. A principios del siglo XIX, cualquier terreno fuera de la zona más próxima y conocida era un mundo extraño y 'extranjero'.
A este
provincialismo se sumaba el caudillismo de los líderes de las
partidas, siempre enfrentados unos con otros y reacios a someterse a
cualquier autoridad superior, fuera la de otros cabecillas o la de
las Juntas. La verdad es que éstas, de dudoso nombramiento, plagadas
de inútiles o aprovechados e incapaces de abastecer de recursos a
las tropas, no eran dignas en general de mucha confianza, y mal
podían dar órdenes a quienes se jugaban la vida sobre el terreno.
Ni siquiera los altos mandos del ejército podían hacerse obedecer
con facilidad. Muchas querellas entre líderes de la Independencia se
resolvieron únicamente por la fuerza, mediante asesinatos, amenazas
o traidoras entregas al enemigo.
Espoz y
Mina, el 'Rey de Navarra', al frente de una de las fuerzas
irregulares más importantes de la Península, en 1813 se negó a colaborar
efectivamente en la liberación de Zaragoza, la ciudad mártir, aunque
prefirió luego vivir luego durante semanas a costa de sus sufridos
ciudadanos: "vendieron con todo descaro las propiedades del
monasterio cartujo del Arrabal en subasta pública. Como recoge
Casamayor en su diario a finales de octubre: Éste ha sido un mes de
muchas vejaciones para los ciudadanos, habida cuenta de... el miedo y
terror impuesto por los soldados del Quinto Regimiento de Navarra
[los guerrilleros de Espoz], quienes, siendo la guarnición,
robaban cada noche a todo aquel sobre el que pusiesen las manos
encima y golpeaban a quien se resistiese o no llevase dinero. La
situación ha tomado tan mal cariz que nadie osa salir a la calle a
no ser por razones urgentes. La gente ha presentado sus quejas ante
los magistrados, pero no se ha hecho nada por detenerlos y continúan
robando igual.”
Esdaile
también pasa revista al supuesto carácter liberal de algunos jefes
mitificados por los enemigos del Antiguo Régimen: el Empecinado,
Porlier, el propio Espoz y Mina... Concluye que probablemente no se
trataba de defensores del absolutismo, y que acabaron militando en
las filas del liberalismo, pero es muy dudoso que lo hicieran por
razones ideológicas. Aunque sin pruebas definitivas, él se inclina
por la tesis del aventurerismo y la ambición como motores
principales de su conducta. Espoz llegó a fusilar ejemplares de la
constitución de 1812 al final de la guerra cuando no se sintió
suficientemente reconocido. También descarta que su postura derivara
necesariamente de una ingratitud general de Fernando VII para con los
luchadores de las guerrillas. Cree que se les trató en un plano de
igualdad general con el ejército español, pero que en la dramática
situación de la Hacienda española durante los años inmediatamente
posteriores al conflicto era imposible dar respuesta a todas las
demandas, o satisfacer las desmesuradas ambiciones de los principales
cabecillas.
Ciertamente, esta
obra ofrece muchas más dudas que certezas. Como el propio autor
admite al final de la misma, la mayoría de sus testimonios deben ser
interpretados a la luz de las contínuas rivalidades que toda guerra
produce. A falta de una autoridad reconocida es muy fácil encontrar
acusaciones de los franceses contra los patriotas, de los ingleses
contra los españoles, de los militares contra los irregulares, de
unos guerrilleros contra otros, de los pueblos contra todos ellos,
etc., etc. En cualquier caso, lo que mejor se desprende del estudio,
y lo que Esdaile extrae como principal conclusión es que no se puede
hablar de 'levantamiento popular' generalizado contra el ocupante, y el que hubo no puede identificarse con las 'partidas' guerrilleras. El
patriotismo español, que existió, fue perfectamente compatible con
la reluctancia al reclutamiento -fuera oficial o de estas partidas-, la
negativa a colaborar fuera del propio territorio, el 'atentismo' o la
satisfacción estricta de intereses personales. Vamos, como en
cualquier conflicto que se precie.
He leído el artículo y el paralelismo es absoluto con el caso de Rusia: ver "Rusia, 1812: Prensa y propaganda en la guerra contra Napoleón", Miguel Vázquez Liñán, Univ. de Sevilla.
ResponderEliminarMuchas gracias por la referencia. Lo consultaré en cuanto me sea posible. Los buenos análisis históricos suelen captar constantes humanas, rara vez casos singulares. Saludos.
ResponderEliminar