Lo único que aprendemos de la historia es que no aprendemos de la historia (Hegel)

sábado, 11 de febrero de 2012

Agente del Komintern

Pocos libros de historia han descrito con tanta viveza y detalle las grandezas y miserias de la lucha obrera revolucionaria durante los años veinte y treinta como la autobiografía de Jan Valtin (seudónimo del alemán Richard Krebs) La noche quedó atrás, un clásico reeditado  por  Seix Barral (Barcelona: 2008; edic. orig., 1941) y acogido hoy con más pena que gloria, pero que debería formar parte de la biblioteca de todo aficionado a conocer los entresijos del siglo XX.

Richard Krebs fue un comunista alemán cuya vida constituye un apasionante relato de aventuras, ya que su militancia, nacida en la hoguera de las luchas revolucionarias de 1919, se desarrolló en  organizaciones sindicales y políticas de la marinería hamburguesa, lo que le daría dimensión nacional e internacional. Pronto hubo de escapar a la persecución de los gobiernos socialdemócratas y de la derecha alemana y, en condición de agente del Komintern, recorrió casi todas las rutas marítimas, hasta Hawaii y Sumatra. No son, sin embargo, estos escenarios exóticos lo que llena de contenido su relato, sino las tensiones internas de la política alemana y las contínuas misiones desarrolladas en diferentes países europeos. La más trepidante de las ficciones no puede imaginar una vida tan llena de acción, persecuciones, exilios, conspiración, ilusiones, utopías y desencantos, como la de estos agentes del comunismo internacional que unían a una capacidad sin igual de sacrificio personal y entrega a su causa, el despiadado cinismo y la dogmática de quien se sabe en posesión de la verdad y vive, además, atrapado en un engranaje que implica todas las dimensiones de su existencia.


Lo que me interesa particularmente de este relato es que no está escrito, como tantas otras confesiones de antiguos comunistas (un auténtico subgénero político desde los años de la Guerra Fría) desde la amargura y el resentimiento, sino desde el desencanto. El recuerdo de los casi veinte años que su autor sacrificó en beneficio del socialismo soviético no aparece constantemente teñido por el rencor, ni por valoraciones 'a posteriori' de lo sucedido, sino que se convierte en una exposición cronológica y sincera de lo que fue su vida, entregada al ideal de conseguir una sociedad sin clases, donde la burguesía y los aparatos represivos del estado fueran derrotados para dar paso a la utopía comunista.

Poco a poco, el joven revolucionario se convierte en un curtido cuadro del partido, formado en la admiración por la Rusia soviética y los rígidos cauces ideológicos de la dogmática marxista. Cualquier duda sobre la justicia de su causa o sobre la legitimidad de los medios empleados es ahogada con el último argumento de que la Unión Soviética representaba la única esperanza de los obreros en el mortal combate contra la oligarquía capitalista y que defender sus intereses nacionales suponía también defender los del internacionalismo proletario.

Semejante convicción, y la rígida disciplina partidaria que suponía, constituyeron la esencia misma de la militancia comunista durante la primera mitad del siglo XX. Richard Krebs es un ejemplo consumado, a pesar de que, desde el primer momento, pudo comprobar el enorme coste personal y colectivo de lo que sus líderes consideraban como necesaria 'gimnasia revolucionaria'.

El relato se inicia con la espectacular disolución del estado imperial en Alemania tras la Primera Guerra Mundial; ésto hizo pensar a muchos jóvenes que la posibilidad de etablecer un poder 'popular' estaba al alcance de la mano. La alianza de la socialdemocracia alemana con las fuerzas burguesas para impedir la instauración de un nuevo estado soviético abrió una brecha insalvable dentro del movimiento obrero, que persistiría incólume hasta el final de la república de Weimar. En esta ruptura, la elección del joven Krebs fue nítida y durante mucho tiempo le haría compartir las acusaciones de 'traición' formuladas por la Internacional Comunista contra las formaciones socialistas.

El ensueño revolucionario terminaría con la rebelión armada de Hamburgo en 1923, fruto de un error elemental de la dirección comunista, que quiso lanzar una improbable conquista del gobierno por la fuerza en toda Alemania, se echó atrás al no contar con la colaboración de los otros partidos obreros y no pudo contactar a tiempo con su dirección en Hamburgo. Aquello empujó al combate -y en muchos casos a la muerte- varios miles de disciplinados obreros comunistas que fueron aplastados en poco tiempo. Luego vino la represión y el exilio, sobre todo para cuadros medios del partido como Krebs. La derrota lo propulsa a una vida de agente internacional del Comintern, nada o mal pagado, generalmente solo, con constantes e imprevistos cambios de misión, pero con un profundo sentido de sus deberes y la convicción de estar escribiendo la historia.

Las múltiples peripecias en que se involucra, especialmente en las costas de casi toda América, revelan la conciencia de clase de la marinería y de los trabajadores industriales durante aquellos turbulentos años, la solidaridad innata, pero también las dramáticas divisiones partidistas y la machacona consigna comunista de que la estrategia clave para la revolución mundial pasaba por la destrucción de todas las organizaciones lideradas por los reformistas socialdemócratas, a fin de que esta solidaridad de clase se agrupara bajo las banderas de la tupida red de nuevos partidos y sindicatos prosoviéticos. Desprestigiar líderes moderados, captar o eliminar a los independientes, quebrar las finanzas o introducir el desorden en asociaciones y sindicatos de la marinería se convierten en el centro de su trabajo cotidiano.

Junto a ello, las estancias en la Unión Soviética para formar y encuadrar su pensamiento político. Una Unión Soviética apenas entrevista, interpretada siempre como ideal, justificada en todas sus acciones. Al militante alemán hay muchas cosas que no le cuadran: percibe la desidia de muchos funcionarios rusos, la falta de entusiasmo revolucionario y la falta también de desarrollo material; pero siempre considera que son elementos secundarios, que se solucionarán gracias a la fuerza interna del partido y a la propia extensión de la revolución mundial -la labor en que se halla implicado-  las cuales evitarán a la URSS su soledad y aislamiento, su necesidad constante de vigilancia y defensa.

Esta misma necesidad de vigilancia se extiende a las luchas contra los agentes infiltrados, contra los desviacionistas de toda clase, contra las acciones policiales. Los comunistas constituyen un peligro para muchos sectores sociales, incluso dentro de la izquierda, pero también viven sometidos a fuertes riesgos. La disciplina, el valor y el ardor en el trabajo se premian. Richard Krebs ya no debe ocuparse sólo de organizaciones y rutas navales, es enviado para supervisar partidos enteros, como en Gran Bretaña y Noruega, o para establecer la estrategia internacional del Komintern sobre el tráfico marítimo. Mientras, la situación se deteriora rápidamente en Alemania. El triunfo del fascismo en Italia o la extensión de las dictaduras autoritarias por Europa no han servido para alertar al Komintern de los peligros que se avecinan ni para hacerle cambiar de estrategia. El principal enemigo no es el auge del nazismo, sino la república de Weimar, dominada en parte por el poderoso partido socialdemócrata. Contra ella unen sus esfuerzos a los radicales de extrema derecha. El partido comunista crece en apoyo popular, pero mucho más lo hacen los seguidores de Hitler.

Y las acciones pseudorevolucionarias se siguen sucediendo. Los agitadores comunistas lanzan o se introducen en acciones huelguísticas cuyo objetivo último no será, para el Komintern, obtener las mejoras solicitadas por los obreros, sino reforzar la presencia de los elementos prosoviéticos, y extraer lecciones estratégicas sobre la agitación de masas y la capacidad de paralizar la vida económica y política de los estados burgueses. En estos 'ensayos' se sacrifican los empleos e incluso las vidas de muchos militantes obreros (despedidos, detenidos, caídos en el combate...) y se provoca el desencanto de sectores aún más amplios. Pero, conforme la crisis económica hace estragos y el radicalismo político lleva a la población hacia los partidos extremistas, todas estas acciones parecen justificadas.

Los comunistas alemanes se ven sorprendidos -no fueron los únicos- por el inesperado acceso de Hitler al poder en 1933. El voluntarismo revolucionario, el menosprecio al talante político del nuevo Führer y la inconsciencia de lo que significaba realmente el nazismo se perciben en la convicción de que será posible mantener activo el partido en la clandestinidad, propósito al que fueron también sacrificados decenas de miles de militantes. Krebs sería uno de ellos. Su relato de cómo trató de sobrevivir al durísimo aparato represivo nazi justificaría por si solo estas memorias. Desde el primer momento, la destrucción física y moral del ser humano parece ser el objetivo central de la política carcelaria nacionalsocialista. Y también permite entender la pasividad de la sociedad alemena ante el nuevo orden de cosas, sometida a redadas contínuas y a un espionaje colectivo excepcionalmente intenso. Pero el fascinante relato no termina aquí. Por orden del partido, consigue convencer a sus captores de que ha sufrido una conversión ideológica y está dispuesto a transformarse en agente doble. Agente doble que se convierte en triple cuando se le envía a Copenhague y se integra de nuevo en el servicio del Komintern para intoxicar a la Gestapo.

Pero el disciplinado militante cada vez alberga más dudas personales, que  lucha por acallar una vez y otra. El estalinismo y las nuevas purgas de Mosú no sólo imponen la asfixia de todo debate -eso ya había ocurrido antes- sino que extienden la sospecha, la delación interna y la lucha por mantenerse en el poder a cualquier precio como auténtico mecanismo de supervivencia. Ahora los militantes ya no son camaradas de lucha sino personajes manipulados en tramas ocultas que no pueden saber exactamente por y para quien arriesgan su vida. Eso si, jamás se les permite desobedecer una orden, aunque ésta pueda llevarlos a la muerte. Resulta sobrecogedora una disciplina interiorizada hasta el punto de que, cuando Richard Krebs comunica a uno de sus contactos, para salvarle la vida, que ha recibido la orden de enviarlo de vuelta a Alemania con el único objetivo de que sea entregado en la frontera a la Gestapo para deshacerse de él y reforzar la credibilidad de algunos infiltrados en los servicios secretos nazis, este mismo hombre lo denuncie a los nuevos dirigentes estalinistas por conspiración contra el partido.

Todo los valores del primer momento (el internacionalismo, la disciplina jerárquica, la solidaridad obrera, la generosidad del trabajo voluntario...) se ha ido pervirtiendo y la militancia comunsta se parece cada vez más a una secta de conspiradores carbonarios. Hechos semejantes van minando la confianza del 'duro' Krebs en el funcionamiento interno del Komintern, pero es toda su vida la que se ve atrapada dentro de esta maquinaria. Su propia familia, todas sus relaciones, su formación y su pasado se hallan involucrados íntimamente con lo que es y significa el partido. Por eso, la ruptura final solo vendrá dada por algo que quiebre por la base esos mismos lazos: las amenazas de los agentes del GPU contra su propia vida y el innecesario sacrificio de su compañera Firelei, consentido por los dirigentes del partido, que no consideran necesario emprender ninguna acción para salvarla. Aquí se detiene un relato que deja agotado al lector tras más de setecintas páginas de constantes vivencias, transmitidas con una capacidad expositiva envidiable y con talento para convertir el pequeño dato cotidiano en elemento revelador y significativo.

Krebs terminaría huyendo a los Estados Unidos, perseguido tanto por los nazis como por el GPU soviético. En el ambiente idealista de la Segunda Guerra Mundial conseguiría integrarse como enemigo de los enemigos del capitalismo norteamericano. Los hielos de la Guerra Fría le encontrarán en una situación favorable, ya que se habían publicado sus primeros libros, incluído éste que reseñamos. Fue una suerte que se escribiera en la primer etapa, cuando todavía era posible denunciar las acciones subterráneas del comunismo sin necesidad de cargar las tintas sobre sus maldades innatas, convirtiendo el pasado de los 'arrepentidos' en una caricatura. Nos deja un pieza clave de la 'aventura humana' sin la que ninguna percepción teórica de lo sucedido en la izquierda europea durante aquellos años puede estar completa.

1 comentario:

  1. Muy interesante. He intentado comprar el libro y está agotado, mala suerte.
    Un saludo
    Arturo

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