Una inesperada acumulación de trabajo y obligaciones familiares me ha impedido aportar nuevas entradas al blog, pero aquí estamos de nuevo, porque sigo siendo un lector compulsivo.
En los años sesenta y setenta se usó y abusó del término ‘lucha armada’ para designar cualquier actividad violenta con intenciones políticas. A partir de los noventa, se ha utilizado para ello el de ‘terrorismo’ sin que muchas veces quede claro qué significa utilizar el terror en política, sea por grupos minoritarios, sea por regímenes dictatoriales o por los propios estados de derecho.
Como todo, también el terrorismo nos retrotrae a situaciones conocidas en el pasado. Hace ahora un siglo, la Europa de la Belle Époque se veía sacudida por los atentados anarquistas, que afectaban a las figuras más señeras, lo mismo que a la ciudadanía. De sus causas, efectos, y también de las oscuras maniobras que se realizaron en torno a la cuestión, se ocupa el artículo El Terrorismo de Rafael Núñez Florencio, publicado en el volumen colectivo Tierra y Libertad. Cien años de anarquismo en España (Barcelona: Crítica, 2010) coordinado por Julián Casanova, uno de los mejores investigadores actuales del movimiento libertario, y editado para conmemorar el centenario de la creación de la Confederación Nacional del Trabajo, el mayor sindicato anarquista de Europa en la primera mitad del siglo XX.
Dado el objetivo de la publicación, Rafael Núñez no centra su atención en definir qué puede o no considerarse como ‘terrorismo’ en la lucha obrera, sino en la relación de los atentados ocurridos por entonces en España con la teorización anarquista de la ‘propaganda por el hecho’ que parecía dar cobertura ideológica y estratégica a sus acciones. Algunas de ellas fueron realmente sonadas, e iban dirigidas contra el corazón del sistema, como el atentado que estuvo a punto de costar la vida al rey Alfonso XIII y su esposa Victoria Eugenia el mismo día de su boda, el asesinato de Cánovas -forjador del sistema constitucional de la Restauración española-, la bomba del Liceo, lanzada contra lo más granado de la oligarquía catalana, por no hablar en el ámbito internacional del asesinato de la emperatriz de Austria o el emperador de Rusia… En cambio, otras acciones afectaban directamente a la población civil, como el atentado contra la procesión del Corpus en Barcelona.
Para Rafael Núñez, pese a las justificaciones de la violencia que hizo un sector del anarquismo, es importante clarificar que la ‘propaganda por el hecho’, en su esencia, distaba mucho de constituir lo que se publicita como terrorismo. Se trataba de acciones ejemplarizantes, cuyos autores consideraban más importante dar testimonio de su conducta ante la justicia burguesa que huir de ella, realizada por grupos de militantes “con un extraordinario compromiso” que querían desafiar la hipócrita moral de los estados. No sólo la mayor parte de los anarquistas se decantaban por vías legales para su actuación o incluso preconizaban el pacifismo como actitud social, sino que incluso los defensores de la ‘propaganda por el hecho’ no consideraban en absoluto la violencia como único camino. Cualquier actitud de resistencia o simple desobediencia (como el rechazo al servicio militar) constituía también un testimonio válido que debía sacudir la conciencia de las masas.
Si la violencia fue abriéndose paso en las intenciones de una minoría radicalizada fue el resultado de la propia debilidad del movimiento obrero, no de su fuerza. La consolidación del régimen de la Restauración fue acompañada de un dura represión contra las organizaciones proletarias. Fracasados los levantamientos republicanos y cerrado el camino de la acción legal, la persecución de los obreros rurales andaluces (el triste episodio de la Mano Negra) fue la señal de que pocas alternativas quedaban para una acción legal y colectiva y abría, en cambio, el camino al círculo vicioso de la represión y la venganza.
A este momento histórico corresponden figuras como la de Paulí Pallàs, el tipógrafo catalán que arrojó dos bombas contra el capitán general de Cataluña, Arsenio Martínez Campos, protagonista del golpe de estado que había terminado con la I República y había llevado a Alfonso XII hasta el trono. Paulí Pallàs no logró su objetivo, pero, en cambio, fue fusilado él mismo tras dar testimonio de su militancia anarquista. Pero este tipo de atentados, enmarcables dentro del llamamiento de la internacional antiautoritaria a luchar contra la burguesía por todos los medios, fueron más bien escasos. Casi todos los otros actos violentos famosos de la época presentaban características que permiten cuestionar su asignación a acciones de ‘la propaganda por el hecho’.
El autor detalla algunas de estas ‘causas célebres’ que siguieron a los atentados, para destacar la diferencia con acciones como la mencionada. En el caso de la bomba del Liceo, por ejemplo, su autor no era un anarquista al uso, sino un incorporado reciente al movimiento, que provenía del catolicismo tradicionalista, y que había militado en el carlismo, impulsado “por motivaciones que en algunos aspectos parecían más de resentimiento personal que derivadas de convicciones políticas”. En la acción del anarquista Angiolillo contra Cánovas, la implicación de otros conspiradores, como los independentistas cubanos, parece relevante. En el atentado contra la procesión del Corpus, que causó doce muertos y más de cincuenta heridos entre el público, “no tenemos autor conocido ni reivindicación fidedigna desde las filas libertarias”, lo que contradice, en todo, la teoría y la práctica de la ‘propaganda por el hecho’, cuyas acciones tenían, sobre todo valor simbólico. Desde el primer momento se sospechó de un complot policial, caso frecuente en aquella época.
No es Núñez el primer historiador que destaca la “clamorosa falta de medios materiales y humanos” de la policía como una de las razones de que se recurriera constantemente a una represión ciega y a la movilización de confidentes y provocadores que aceleraban la espiral de la violencia. En paralelo con la debilidad organizativa del anarquismo, las insuficiencias del aparato policial crearon un juego donde descubrir a los auténticos protagonistas del delito solía ser un objetivo relativamente secundario. Todo ello motivaba grandes campañas internacionales en apoyo de los perseguidos (más de cuatrocientos detenidos sólo tras el atentado contra la procesión de Barcelona, con cinco fusilados). “La ‘propaganda por el hecho’ desembocaba así en ‘propaganda por la represión’, una fórmula considerablemente más eficaz para ganar apoyos para la causa.” Por otro lado los efectos resultaban también letales para quienes rechazaban estas formas de ‘lucha armada’, ya que las persecuciones sistemáticas y generalizadas habían erradicado todo atisbo de la poca organización libertaria que quedaba.
Poco a poco, los anarquistas que practicaban la violencia se vieron impulsados a “actos confusos o precipitados por los acontecimientos en los que la sed de venganza terminó superponiéndose a cualquier otro tipo de consideración”. Sin el impulso externo –la justificación que de la violencia se hacía fuera de España-, sin los excesos represivos del sistema y sin la misma debilidad del anarquismo, que hasta 1910, no conseguirá forjar un sindicato poderoso que desplace a los defensores de la estrategia de los ‘grupos de afinidad’, es dudoso que la situación interna hubiera creado estas formas de acción política que repugnaban a la opinión pública y que, como en tantas otras ocasiones, constituyeron finalmente un rotundo fracaso. En palabras de Rafael Núñez, eran “la expresión de la impotencia revolucionaria y exteriorización de un dogmatismo fanático; la táctica dela violencia individual (…) no era más que la búsqueda desesperada de un atajo (…) obvio para todos –también para los propios anarquistas- que no conducía a parte alguna”.
Más que la valoración de los resultados que el terrorismo tuvo para la causa anarquista, creo que interesa de este estudio la aproximación metodológica que se ha hecho al tema, analizando las características de sus acciones, los protagonistas y la respuesta provocada, para tratar de encuadrarla dentro de la ideología y estrategia generales del movimiento obrero en aquel momento. De las contradicciones entre estos elementos nacen a la vez la explicación de su derrota y el desprestigio simultáneo de las instituciones estatales que supuestamente debieron salir reforzadas con ella.
Bien hace el autor en no entrar a definir que es el terrorismo, porque de hacerlo habría que considerar si lo fue la política de Fernando VII contra los liberales, el final de Riego, los golpes de estado de Narváez, O'Donnell, Espartero, Martínez Campos... Parece que tendemos a relacionar el concepto "terrorismo" con grupos antisistema (en cada época) pero ha habido, creo yo, terroristas de guante blanco. Un saludo.
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