Lo único que aprendemos de la historia es que no aprendemos de la historia (Hegel)

lunes, 14 de mayo de 2012

La Internacional comunista y el ascenso del fascismo

  Las recientes elecciones celebradas en Grecia, en medio de una durísima crisis económica, han mostrado un evidente ascenso de los partidos de izquierda -llamada radical aunque sólo proponga políticas alternativas, no revolucionarias- y también un auge menor, pero muy llamativo y publicitado, de la extrema derecha. Entre las peculiaridades del panorama político griego se encuentra contar con un partido comunista ortodoxo que todavía mantiene un sólido, aunque minoritario, apoyo popular, y una extrema derecha que no se viste con los ropajes del populismo neofacista, sino que reivindica directamente las ideas y parafernalia hitlerianas, reproduciendo incluso paso a paso las tácticas que dieron influencia política al NSDAP.

    Una vez más ha vuelto a darse uno de los problemas más clásicos de la izquierda: la desunión. Frente a las propuestas del grupo Syriza, mayoritario, para formar un gobierno que arrebate el poder a los partidos tradicionales, el Partido comunista heleno manifestó rápidamente su rotunda negativa, ya que reivindica la salida de la Unión Europa y de la OTAN como puntos irrenunciables de su programa. No han sido los únicos en negarse a sostener un ejecutivo exclusivamente 'de izquierda'; también lo han hecho los reformistas de Nueva Izquierda. Si los intentos de formar gobierno fracasan, puede producirse una convocatoria de nuevas elecciones que, no lo dudemos, daría un nuevo empujón al notorio crecimiento neonazi, ahora que han conseguido entrar en el Parlamento.

     Una actitud semejante no deja de recordar las tensas relaciones que entre reformistas, socialistas y partidos comunistas se dieron en el periodo de entreguerras. La III Internacional se creó precisamente para impulsar la sustitución del liderazgo reformista dentro del movimiento obrero por el revolucionario. Su historia durante los veinte años siguientes fue una contínua discusión sobre las posibilidades o imposibilidades de una estrategia común con el resto de la izquierda. El frecuente rechazo a colaborar con la socialdemocracia, estuviera cercana o no a sus posiciones, y el mantenimiento de exigencias maximalistas fue uno de los factores que coadyuvaron al crecimiento del fascismo. Así lo recordaba un interesante libro publicado cuando el sistema soviético todavía controlaba políticamente media Europa: Historia de la Tercera Internacional, del historiador checoslovaco Milos Hájek (Barcelona: Crítica, 1984), cuya lectura no deja de suscitar inquietudes, dado el panorama europeo actual.

    El título en español no hace realmente justicia al contenido de la obra, ya que el propósito del autor -en su tesis publicada inicialmente durante los años sesenta- no fue tanto realizar una completa historia de la Internacional comunista como analizar sus oscilantes relaciones con la socialdemocracia. Sus conclusiones terminaron costándole la expulsión del partido comunista checoslovaco y el ostracismo hasta la caída del muro, aunque la historiografía marxista occidental no prosoviética se hizo eco pronto de sus ideas.

    Es bien sabido que el éxito de la Revolución Rusa hizo concebir grandes esperanzas de que la situación se reprodujera en los estados hundidos por la crisis postbélica durante los años 1919 y 1920. La estrecha colaboración de los sectores más derechistas de la socialdemocracia con la represión del movimiento espartaquista en Alemania y en otros intentos revolucionarios de establecer gobiernos soviéticos -un hecho muy importante pero que M. Hájek no considera- animaron una política de escisión abierta, con un éxito relativo para los comunistas.  Se trataba de denunciar la política de los líderes tradicionales y provocar la ruptura en los partidos socialistas, de manera que los obreros percibieran ahora netamente la diferencia entre uno y otro sector. Aunque algunos de estos nuevos partidos tuvieron un seguimiento considerable (como en Alemania, Finlandia, Francia, Checoslovaquia, Bulgaria y Yugoslavia), en ningún sitio consiguieron arrastrar a la mayoría de militantes o votantes. Otros fueron muy débiles, como en España, Italia y Holanda. En otros lugares ni siquiera modificó la línea política predominante (en Inglaterra, Bélgica y los países escandinavos, así como en Estados Unidos) donde el reformismo siguió siendo el referente principal de la clase obrera. El socialismo austriaco quedó como representante del centrismo, con un fuerte carácter marxista, pero no soviético. Con los escindidos se creó la III Internacional que, para evitar el gran fracaso colectivo protagonizado por la II Internacional socialdemócrata cuando sus partidos miembros no siguieron las consignas pacifistas previas y colaboraron en el estallido de la Primera Guerra Mundial, exigió ahora a sus miembros disciplina y seguimiento obligatorio de los acuerdos tomados. Dado el enorme prestigio -y los medios económicos- que entre ellos contaban los revolucionarios rusos, únicos en disponer de un estado donde gobernar, resultó casi inevitable que, progresivamente, la dirección se fuera convirtiendo en un apéndice del partido bolchevique. Entretanto, las acusaciones y los enfrentamientos dentro de la izquierda tan sólo llevaban al desencanto de los trabajadores, fuertemente golpeados por las rebajas salariales, el paro y la represión. Quienes no estaban altamente politizados sólo veían en estas luchas una traición a la clase obrera.

    Fracasado el intento de arrastrar a la mayoría, se planteó el peliagudo tema de qué relaciones debían mantenerse con los partidos socialistas. Algunos dirigentes de la nueva III Internacional creían que, para forzar las perspectivas inmediatas de una revolución proletaria, debían buscarse la colaboración con ellos. Por eso, bajo el impulso de Radek y Levi, se envió una carta abierta a la dirección de estos partidos pidiendo la realización de acciones conjuntas en la defensa de los intereses obreros. Este llamamiento fue rechazado por los dirigentes socialdemócratas, dolidos todavía por las recientes políticas de denuncia y escisión. Las organizaciones comunistas se dirigieron entonces a los grupos de base de los partidos socialistas, llamándoles a discutir conjuntamente acciones concretas. Pero no todos los líderes de la III Internacional veían con buenos ojos estos intentos de cooperación. Bela Kun y el sector más radical afirmaban que, si no se ocupaban en acciones revolucionarias, acabarían convertidos en un grupo burocratizado más. Así que exigieron a los comunistas alemanes, los más fuertes, que prepararan la lucha armada.  Esta línea terminó provocando enfrentamientos con la policía y nuevas derrotas del partido.

    Lo más interesante es que, según Hajek, la posición de Lenin fue en estos momentos favorable a la cooperación con los socialistas. Con su ascendiente, consiguió imponerse a figuras más dogmáticas del propio partido bolchevique, como Zinoviev o Bujarin. Junto a Lenín, defendiendo su postura, estaban en cambio Trotsky y Kaménev. En el III Congreso de la Internacional comunista se tomó la decisión de impulsar la política del 'Frente único' que en adelante será el apelativo al que todos se acogerán, aunque a menudo el contenido de esta propuesta sea bien diferente a lo que se quería defender en este momento. Lenin abogó por la necesidad de conseguir el apoyo de la mayoría del proletariado antes de lanzarse a cualquier aventura revolucionaria. También es importante constatar el intenso debate que aún se sostenía en el seno de la Internacional sobre las líneas políticas a seguir.

    Las conclusiones del III Congreso no fueron bien recibidas en todos los partidos comunistas. Los defensores de posiciones 'de izquierda' eran tenaces, y percibían como traición cualquier aproximación a sus rivales. El propio Zinoviev insistió durante algún tiempo en que la búsqueda del 'Frente único' debía servir tan sólo para desenmascarar la perfidia de los socialdemócratas.

    Este ambiente de discusión y apertura se enrareció con la muerte de Lenin y las luchas en el seno del partido bolchevique. Las decisiones de la Internacional dejaron de tomarse en función de la situación política de los diferentes estados, y pasaron a ser meros instrumentos de la pugna inerna por el poder en la URSS. Las adscripciones a la 'izquierda' o la 'derecha' de los partidos comunistas dejaron de tener sentido, ya que los diferentes líderes podían variar en sus tesis de acuerdo a lo que hicieran sus oponentes. Stalin veía la Internacional como un instrumento más al servicio de la URSS, y de su propia política del 'socialismo en un solo país'. De esta manera, resultaban más útiles unos partidos comunistas homogéneos, disciplinados y fieles admiradores de la revolución bolchevique, que unos partidos fuertemente marcados por las tensiones de sus propios estados y donde todas las decisiones debieran estar condicionadas por la alianza con fuerzas externas. En circunstancias así, el debate y las dudas sobre las órdenes recibidas serían inevitables.

   Los líderes contrarios al 'Frente único' se sintieron reforzados por esta línea "y su sectarismo fue tan lejos que la dirección [de los comunistas alemanes] prohibió a sus miembros saludar a los socialdemócratas" Esto no reportó en absoluto beneficios a los rupturistas, ya que el número de electores germanos que votaron comunista descendió en 1924 en un millón y aún más catastrófica fue la pérdida de posiciones en los sindicatos. La condena de aquellos que pensaban que la situación revolucionaria había pasado condujo a intentos aventurados de toma del poder e incluso a una política de atentados; ambas cosas tan sólo conllevaban represión y ascenso del autoritarismo en la derecha.

  Las propuestas de 'Frente único' habían sido despreciadas también por muchos dirigentes  socialistas vinculados al reformismo. Ambas partes se acusaban de mala fe política ocultando sus propias vergüenzas. Los socialdemócratas recordaban constantemente la persecución de mencheviques y socialrevolucionarios en la URSS, mientras callaban su reciente alianza con las fuerzas ultraderechistas para aplastar cualquier intento revolucionario desde la izquierda, aunque la represión de los mismos conllevara un gran número de muertos y detenidos. Finalmente, abandonada incluso por la cúpula de la Internacional Comunista, la postura del 'Frente único', nunca negada abiertamente, se formuló como 'frente por la base', donde los partidos comunistas estaba autorizados tan solo a hacer llamamientos a los militantes de base de partidos y sindicatos reformistas, para configurar una acción política donde la hegemonía correspondería siempre a la organización comunista.

  El mantenimiento de posiciones extremas jugó un papel no menospreciable en el ascenso al poder del fascismo italiano. Bordiga, el líder comunista, era un fiel defensor de denunciar a la socialdemocracia como 'ala izquierda del fascismo', y no abandonó esas posiciones durante los años álgidos de la lucha contra las escuadras mussolinianas; ni siquiera en el V Congreso de la IC, posterior a la Marcha sobre Roma. Tras el asesinato del socialista Matteoti, el PCI, aunque fiel a la visión restrictiva del Frente único del V Congreso, buscó la alianza de todos los antifascistas para configurar un parlamento alternativo apoyado por las masas que impidiera el gobierno de las instituciones oficiales dominadas ahora por los fascistas. Como liberales y socialdemócratas no aceptaban la vía de una huelga general revolcuionaria, los comunistas se vieron obligados a lanzar su llamamiento en solitario, y la huega terminó en un fracaso. Con todo, durante este periodo final de la crisis, "la Comintern apoyó plenamente la colaboración del PCI con las demás fuerzas antifascistas", pero ya era demasiado tarde.

  De poco sirvió la lección diez años después. Cuando la ola nacionalsocialista se encontraba en pleno ascenso, las antenas del partido comunista alemán seguían dirigidas contra sus otrora compañeros de la izquierda. Era la política de 'clase contra clase', donde el KPD  se arrogaba la representación única del proletariado y consideraba a todos los demás aliados de la burguesía. El año 1931, los nazis propusieron un plebiscito en el que los electores debían solicitar la disolución anticipada del parlamento regional prusiano. Esto podía poner en peligro el control de los socialdemócratas en uno de los centros de poder del estado alemán, e incrementar notoriamente la influencia de los nazis. La dirección del KPD contaba con propagar el boicot al plebiscito, pero esta vez fue la ejecutiva de la Internacional comunista quien decidió lo contrario, justificando que el principal golpe táctico antes de poder enfrentarse al nazismo había que dirigirlo contra el SPD, para liberar a la clase obrera de sus falsos líderes. Los comunistas se encontraron organizando huelgas junto a los nazis contra los ejecutivos socialdemócratas.

  Aunque la sensación de urgencia crecía y muchas organizaciones locales estaban dispuestas a apoyar mayorías socialistas contra Hitler, una circular del comité central zanjó la cuestión  y bloqueó tales inicitivas. En junio de 1932, el gobierno federal alemán amenzaba el gabinete socialdemócrata de Prusia. La Internacional Comunista lanzó unas propuestas de apoyo que sabía eran difícilmente aceptables para el SPD. Con todo ello facilitaron la acción de Von Papen y la derecha nacionalista para destituir al gobierno prusiano, levantando así una de las últimas defensas contra el avance del nazismo.Entonces los comunistas hicieron un llamamiento a la huelga general, pero el SPD no se atrevió a romper la legalidad constitucional. En las filas socialdemócratas también reinaba un irracional temor tanto a la derrota a manos de la derecha -que entonces vería justificada la represión y el autoritarismo- como a la victoria -que les hubiera llevado a 'un objetivo bolchevique'-.(...) Muchas fuerzas que deseaban la llegada del NSDAP al gobierno estaban contenidas por el temor al posible caos que llegaría en caso de resistencia del movimiento obrero, y en el caso de una guerra civil. Estos temores eran también compartidos por la Reichswehr. Después [de la renuncia a la huelga], este miedo disminuyó enormemente."

  Tan solo tras repetidas y amargas experiencias de ascenso al poder los fascismos europeos, la Internacional Comunista decidió cambiar de táctica y optó por la colaboración con otras fuerzas democráticas, incluso de centro liberal, con tal de hacer frente a la catastrófica situación creada por la crisis económica y el desplazamiento del poder hacia la ultraderecha. Fueron los Frentes Populares, donde los comunistas se encontraban en minoría, pero que permitieron a sus partidos reconciliarse con un importante sector de la clase obrera que había rechazado siempre el sectarismo.

  Por supuesto que las circunstancias actuales no son las mismas de los años 30, y a los comunistas griegos no se les puede considerar 'prosoviéticos' o ejecutores de las decisiones de una internacional que ya no existe. Pero las divisiones y la poca voluntad de colaboración de la izquierda no sólo terminarán -como parece ser el caso- por devolver la conducción del proceso político a una derecha (incluyo aquí a Nueva Democracia y Pasok) vapuleada por las urnas, sino que pueden alentar el crecimiento de todos los populismos e incluso del nazismo en ascenso. Nadie vota repetidas veces por partidos incapaces de resolver una situación y que no se abren a trabajar 'por el bien del pueblo'. En ese sentido, hasta el propio Hitler dio muestras de astucia política cuando aceptó formar un gobierno con el resto de la derecha nacionalista donde los nacionalsocialistas estaban en clara minoría. Que no pensaba cumplir lo pactado, y que sólo entendía el estado como herraminta al servicio de su partido lo sabemos hoy todos, pero entonces, una buena parte de los alemanes quedaron agradablemente sorprendidos por la generosidad del pequeño hombre a quien habían votado para que salvase Alemania. La habilidad para sintonizar con la capacidad de comprensión política de las masas fue, en esta ocasión, más patrimonio de la ultraderecha que de los curtidos políticos de izquierda.

2 comentarios:

  1. Me ha interesado éste artículo. En relación al término "radical" me llama la atención que se le esté dando un significado que no tiene. Radical es el que va a la raíz de los problemas para encontrar solución (generalmente en un sentido democrático). "Radical" era Lerroux y ya sabemos cómo acabó (aquí tendríamos otra acepcion del término). En cuanto a la situación en Grecia yo me he alegrado de que las opciones que se oponían a la política dirigida por la derecha alamana hayan triunfado (no oviamente en el caso del partido nazi), pero una cosa es que me alegre y otra que no exista un problema grave (no ya económico) sino político, a corto plazo, en Grecia. Veremos que dan de sí las próximas elecciones, pero hago votos por que no crezca el partido nazi y espero que el crecimiento de los partidos de izquierda haga pensar al PASOK.

    En cuanto al ascenso de los fascismos y afines durante el período de entreguerras he leído lo mío, pero siempre caben nuevas interpretaciones: que si el fascismo fue una "tercerla vía" entre capitalismo y comunismo (creo que es el argumento más débil), si fue la respuesta de la burguesía a la amenaza bolchevique (puede que haya un componente en éste sentido, pro no lo explica del todo), que fue el refugio de las clases medias y de los pequeños industriales arruinados por las deficiencias de los regímenes liberales al no ser capaces de evitar la I guerra mundial y luego la crisis del 29... En fin, creo que el fascismo, la xenofobia, etc. en sus diversas manifestaciones existirá siempre, pero cabe pensar que las conquistas democráticas eviten un ascenso como en la época de los veine y treinta pasados.

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  2. Muchas gracias por tu comentario. Muy interesante.

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