Lo único que aprendemos de la historia es que no aprendemos de la historia (Hegel)

domingo, 12 de agosto de 2012

La II Guerra Mundial no 'estalló' en 1939

El tiempo es la materia prima del historiador, una verdad que olvidamos a menudo. Obsesionados por definir las líneas convergentes que explican las causas de un acontecimiento o realidad determinados, y las divergentes que dejan ver sus consecuencias, sacrificamos con demasiada ligereza la sincronía que permite captar la realidad tal como es percibida por los protagonistas del momento, en aras de una diacronía que nos ayuda a comprender el pasado, pero también deforma la imagen que proporcionaba cuando todavía era presente.

Semejante divagación viene a cuento de una estupenda aportación del profesor Francisco Veiga, de la Universidad Autónoma de Barcelona que facilita comprender lo que significó para los contemporáneos la evolución de la geopolítica mundial a lo largo del año 1939, el encadenamiento de realidades que tradicionalmente se ha venido considerando antesala y detonante del 'estallido' de la Segunda Guerra Mundial. Se trata del capítulo titulado Las guerras de 1939,  integrado dentro del volumen colectivo Europa, 1939. El año de las catástrofes, editado por Francesc Vilanova y Pere Ysàs y publicado por la Universidad de Valencia en 2010.

Como señala el propio autor, su interpretación de lo sucedido parte de las ideas vertidas por A.J.P. Taylor en The Origins of the Second World War (1961), una obra que tan sólo suscitó debate en los medios académicos ingleses, pero que renovaba la historiografía existente sobre la situación que fue conduciendo uno tras otro a los grandes estados hasta una conflagración mundial.

Podemos resumir esta visión en dos ideas fundamentales: 1) la Segunda Guerra Mundial no se inicia el 1 de septiembre de 1939, sino que es el resultado de una concatenación de conflictos que se extienden desde 1936-1937 -con la guerra civil española y la chino-japonesa- hasta 1941 -con la ruptura del pacto entre Hitler y Stalin y la invasión de la URSS-. 2) el mismo año 1939 la situación internacional conoció giros desconcertantes que modificaron sustancialmente la situación establecida a finales de 1938, la cual no estaba necesariamente abocada a un conflicto bélico inmediato. En ningún caso se trató de una escalada progresiva donde finalmente las democracias occidentales decidieron hacer frente al peligro fascista, sino de una vuelta a la vieja diplomacia de estados menores y grandes potencias, donde las consideraciones ideológicas fueron dejadas de lado y en la que se cometieron graves errores de apreciación que terminaron por provocar un fatal desenlace, mucho peor de lo que habían previsto los diferentes protagonistas.

Para explicar su propuesta, Francisco Veiga divide el año 1939 en tres partes diferenciadas: de enero a marzo, de abril a agosto, y de septiembre a diciembre. Cuando comienza el año, no estamos asistiendo a un  incremento de la desconfianza entre potencias, sino más bien a un periodo de distensión. Durante el segundo tercio del mismo, las maniobras de Hitler fuerzan un nuevo posicionamiento, que tiene su máxima expresión en el pacto Ribbentrop-Molotov y en la errónea alianza entre la Gran Bretaña y Polonia. El último tercio está dominado por el inicio de la guerra en Europa, sin que por ello dejen de existir importantes movimientos diplomáticos. Aunque todo esto parezca conocido, resultan de gran interés las claves a través de las que se explicaría la situación en cada uno de estos periodos, que no podemos ofrecer aquí ni siquiera en un resumen, pero que intentaremos condensar en algunos elementos esenciales.

El inicio de 1939 parecía avalar las perspectivas de paz surgidas en Munich. No era el premier Chamberlain el único que así lo creía. Había terminado la guerra española, Alemania manifestó la renuncia a sus reivindicaciones coloniales, y las cláusulas más discutibles del tratado de Versalles se habían esfumado sin necesidad de una nueva guerra. A muchos les parecía justo que terminara la 'farsa' de las autodeterminaciones establecidas en 1919, en beneficio de la reintegración de las minorías fronterizas a las grandes potencias que podían protegerlas, como era el caso de los Sudetes, o para la consolidación de unidades estatales más grandes que favorecieran la estabilidad. Parecía también lógico, dentro de la 'realpolitik' del momento, sacrificar a Checoslovaquia si de esta manera se podía evitar un choque entre Alemania y Francia; resultaba, en términos generales, tolerable la perspectiva de una expansión alemana hacia el este de Europa, salvando así la paz en el Oeste. Además, no era Alemania la única en expresar aspiraciones nacionales de carácter expansionista. Lo mismo sucedía con Polonia, Hungría y otros pueblos. Los británicos y franceses no estaban ahora dispuestos a reafirmar un principio democrático como la libertad de los pueblos, que resultaba tan difícil e injusto de aplicar y que también amenazaba sus imperios coloniales.  Del mismo modo, en el Mediterráneo parecía sensato reconocer (y traducir territorialmente) el nuevo peso de Italia. Podía incluso imaginarse una cooperación entre Alemania y Polonia, ya que ambas tenían su mirada puesta en Ucrania, y se trataba en los dos casos de regímenes autoritarios, militaristas, ultranacionalistas y fuertemente antisemitas.

Pero estos vaticinios no se cumplieron y la situación se fue degradando ante las renovadas presiones de Alemania sobre Polonia. Para el autor, no resultó tan importante la ocupación definitiva de Bohemia y Moravia, pues la desintegración de Checoslovaquia se daba por descontada, y la URSS estaba en ese momento ocupada por sus enfrentamientos con Japón en el Extremo Oriente. El gran golpe lo dieron los nazis cuando, en plena crisis de Nomonhan, propusieron a los soviéticos una mediación ante los japoneses y luego un acuerdo comercial y una garantía conjunta sobre los países bálticos. El gran acierto de Hitler y Ribbentrop fue tratar a  Stalin como el líder de una gran potencia, cuando hasta entonces los políticos occidentales nunca habían accedido a negociar con él de una manera directa (recuérdese que incluso habían rechazado su generosa oferta de ayuda militar para frenar las aspiraciones germanas en 1938).

El objetivo de Hitler en todo este embrollo se supone que era arreglar cuentas con Polonia y forzar un nuevo Munich, ya que estaba convencido de que Francia e Inglaterra nunca se atreverían a ir a la guerra sin la URSS para cubrir sus espaldas. Constituyó para él una inesperada novedad que los británicos perdieran la frialdad y decidieran unir su suerte a la de los polacos. De ahí la leyenda revisionista de que Hitler no quería la guerra en septiembre de 1939 y se sorprendió mucho del resultado de sus amenazas. En realidad, la guerra con Polonia estaba decidida de antemano; lo que motivó su pasmo fue la intervención de las potencias occidentales. Este aspecto crucial -asegurar que no contarían con apoyo en el este- también explica por qué renunció previamente a sacar todo el partido a la derrota polaca y prefirió repartir las ganancias con Stalin.

Como bien sabemos, durante la última semana de agosto, los ingleses intentaron convencer a los polacos de que dialogaran con Hitler. Era muy probable que se pudiera llegar a una solución en el tema de Danzig, ya que Polonia había tenido tiempo de desarrollar el puerto de Gdynia. Pero Gran Bretaña había dado un cheque en blanco a los polacos al firmar una alianza cerrada, y ahora se sentían finalmente fuertes y decididos a plantar cara a Hitler. Quizá ésta es la parte -la actitud polaca- que debería merecer más atención en el desarrollo del capítulo. Las razones expuestas por F. Veiga,  para explicar por qué el gobierno polaco se negó a conceder a su embajador en Berlín plenos poderes, no contemplan ni la brutalidad, sobre todo en la forma, de las exigencias nazis, ni la necesidad de la dictadura militar polaca de justificarse ante una opinión pública ultranacionalista. Del mismo modo que Stalin, ellos también exigían ser tratados como un estado que merecía respeto internacional.

Tampoco puedo estar de acuerdo en la valoración que se hace de la actitud del partido comunista británico -que se negó a aceptar la nueva posición del Komintern respecto a Alemania- alegando la reciente la participación de 32.000 voluntarios en la s Brigadas Internacionales. Mayor número habían aportado los comunistas franceses, y éstos siguieron en formación cerrada las instrucciones de Stalin. Más bien es el resultado de una peculiar historia de desencuentros entre los militantes de la Gran Bretaña y el Komintern; existían desde hacía mucho tiempo fuertes discrepancias en el fondo y en la forma.

Entre septiembre y diciembre, la situación no dejó de conocer altibajos. Stalin dudó mucho antes de participar en la invasión de Polonia, porque creía que Gran Bretaña y Francia podían declararle la guerra como habían hecho con Alemania, pero Inglaterra tan sólo había firmado intervenir con Polonia frente a una posible agresión germana. En la opinión occidental, la invasión de Finlandia encontró más eco y simpatía que la misma invasión de Polonia. Cuando finalmente se produjo el reparto de este estado, la diplomacia británica aconsejó aceptar la nueva situación, ya que estaban seguros de que Stalin eliminaría toda la oposición existente en su zona, y que la ocupación se tornaría políticamente irreversible. Veiga concluye que tanto Francia como Inglaterra, jugaron descaradamente a alejarse de consideraciones ideológicas, que quizá hubieran sido más útiles: "De hecho, en septiembre de 1939 Gran Bretaña y Francia acuden a defender a una potencia autocrática (Polonia) contra el ataque de otra (Alemania), no a una democracia como había sido el caso de Checoslovaquia". Se jugaron demasiado en aras de un pragmatismo mal entendido que les proporcionó un aliado más débil que los checos y que no evitó la catástrofe.

La alianza con los soviéticos permitió a los alemanes sobrevivir a una guerra europea y mediterránea para la que no estaban entonces preparados. "La producción alemana de armas entre 1936 y 1939 había sido sobrevalorada antes y después de la contienda (...) Si el programa de rearme no fue impulsado con más energía, se debió al acusado temor a recaer en la inflación, fenómeno que había dejado un duro recuerdo en la sociedad alemana; y por las disfunciones del propio aparato productivo, a pesar del mito de la 'perfecta máquina alemana' " El énfasis en la blitzkrieg hizo que los germanos sólo se hallaran preparados para un conflicto breve y localizado. Después de la derrota de Polonia, que había costado muchas más bajas de las previstas, aún se esperaba que la política de apaciguamiento saliera adelante.

En el Mediterráneo, Mussolini podía contar con la abierta admiración de Salazar, Franco, Metaxas y Kemal Ataturk. La diferencia es que todos ellos resultaron evaluadores más realistas de su propia situación que el dictador italiano. Todos eran conscientes de la falta de entusiasmo bélico entre su gente, cosa que también sucedía en Italia. Aunque Mussolini lo sabía, sacrificó considerarlo para ganar en un juego donde tenía más que perder.

Hitler fue mucho más allá de lo que dictaba la prudencia, al preparar ya en octubre la campaña del oeste, mientras no estaban del todo cerradas las puertas de una posible negociación. Una de las razones es que el bloqueo económico aliado estaba resultando altamente efectivo. Para el autor, era el líder con más capacidad de adaptación a las cambiantes circunstancias, pero también deberíamos recordarle que siempre en prosecución de unos objetivos que eran inmutables y que finalmente le arrastrarían al abismo. 

Veiga concluye que "en 1939 la guerra no convino a nadie (...). Sorprende comprobar la temeridad de algunos actores menores, como Finlandia, Eslovaquia y, más especialmente, Polonia (...). Parece evidente que aún habiéndose decidido por la capitulación ante las exigencias alemanas con respecto a Danzig, la guerra europea hubiera tenido lugar igualmente, más tarde o más temprano. Pero cabe la posibilidad de pensar que el pacto Ribbentrop-Molotov no hubiera acaecido. Alemania hubiera debido luchar en dos frentes a la vez, y quizá la nueva contienda mundial no se hubiera prolongado durante seis años. (...). Los británicos cometieron el error de apostar por los polacos en detrimento de una alianza sincera con la URSS”. Por muy de circunstancias que ésta fuera.

3 comentarios:

  1. No es la primera vez que asisto a una conferencia o curso y el que habla se refiere a las dos guerras mundiales como "la guerra civil europea", que complicó a países de otros continentes y que implica concebir la crisis iniciada por las potencias europeas en el cambio de siglo como un todo que desemboca en los dos grandes conflictos armados y relacionados entre sí. Y sí parece lógico incluir en dicho conflicto (no ya exclusivamente europeo, claro) la invasión japonsea de China, la guerra de España... Un saludo.

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  2. De nuevas lecturas me acuerdo de este comentario mio. En las décadas de lo ochenta y noventa pasados hubo varios debates académicos en Alemania sobre la "memoria de la Shoah" y una de las propuestas más interesantes es la de Martin Walser, según el cual, de concebir las dos guerras mundiales como "una guerra civil europea" se minimiza la singularidad del fenómeno nazi y del holocausto, lo que no es justo. Las dos guerras tendrían naturaleza distinta, por muy cercanas que estén y por encontrarse en los dos bandos casi los mismos contendientes. He leído el artículo de Ana Mría Rabe (Univers. de las Artes de Berlín), "Memora de la Shoah: el caso de Berlín", cuyo interés me ha parecido extraordinario. Un saludo.

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    1. Intentaré leer yo también el artículo que mencionas. De todas maneras, me parece que singularizar demasiado el conflicto 1939-1945 es poner todo el énfasis en las teorías raciales hitlerianas. Es un aspecto de lo sucedido, pero no el más esencial. No se puede entender a Hitler sin insertarlo en el auge de los populismos y fascismos de la Europa de entreguerras, la problemática geopolítica de Alemania y la competencia económica desatada en que vivían numerosos estados. La matanza de millones de personas en los campos de concentración no puede reducirse al Holocausto judío, ni el nazismo a la mentalidad racial del nacionalismo conservador alemán. Si por algo destacó el hitlerismo entre otros movimientos similares fue por la coherencia entre sus planteamientos teóricos y sus actos, pero formaba parte de la oleada fascista y populista del período, tanto en el fondo como la forma. Entre ciertos historiadores hay una clara tendencia a ver lo sucedido en Alemania como un problema 'judío' -aumentando así su protagonismo y su condición de víctimas- en lugar de un problema de toda la sociedad europea en el que a la comunidad hebrea le tocó una parte crucial, pero no única ni mucho menos, de los sufrimientos infligidos por el fascismo. Es una opinión personal. Gracias por tus aportaciones.

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