Lo único que aprendemos de la historia es que no aprendemos de la historia (Hegel)

martes, 9 de octubre de 2012

Patriotas y guerrilleros

Un teniente coronel me dijo una vez que “una guerra no es más que una interminable cantidad de sufrimientos”. Nunca he encontrado definición más precisa. Cualquiera de los conflictos que estudiamos permite explorar múltiples dimensiones del horror. Otra cosa es que, cuando se reconstruyen, la historia política y militar, la literatura o el cine lo reduzcan a un simple enfrentamiento entre dos bandos.

Los mitos patrióticos son los que suelen encubrir en mayor medida el complejo mundo de causas y consecuencias que provocan las guerras. La invasión napoleónica de España generó una gran cantidad de estos mitos. El pueblo alzado en armas contra el invasor es siempre una imagen atractiva, que legitima casi todas las violencias. La 'guerrilla', ese supuesto invento español, encaja muy bien con los tópicos sobre la Península Ibérica, siempre dramática y anarquizante. Hace tiempo que tenía ganas de leer el libro de Charles J. Esnaile España contra Napoleón. Guerrillas, bandoleros y el mito del pueblo en armas. Barcelona: Edhasa, 2006 (edic. orig. 2004), donde la lectura atenta de documentos y memorias -que siempre han estado disponibles- permite una revisión radical de lo que sucedió y la manera de entender este conflicto.

La denominada 'Guerra de la Independencia' ha sido objeto de manipulación política desde los mismos tiempos en que se combatía. Si para unos fue el alzamiento de un pueblo por su Patria, su Dios y su Rey, contra las nefastas novedades de la sanguinaria y atea Revolución Francesa, para otros -los liberales-, fue la acción desesperada de un pueblo que, abandonado por sus dirigentes monárquicos, supo levantarse en defensa de sus familias, su Nación y sus libertades contra un enemigo infinitamente superior que ya no defendía los principios revolucionarios, sino la dictadura militar e imperialista de los Bonaparte. Incluso la historiografía marxista quiso ver en esta explosión de ira popular un gesto que enlazaba conceptos antiguos sobre la defensa de la comunidad con formas más encaradas al futuro de lucha contra la nueva opresión burguesa encarnada en la Francia napoleónica.

La guerrilla parecía, en cualquiera de las opciones, la mejor expresión de esta resistencia popular. Fracasado el estado borbónico del antiguo régimen y sus aristocráticos dirigentes, incapaces las nuevas élites profesionales y burguesas de ofrecer una resistencia armada eficaz, hubo de ser el pueblo quien ofreciera una larga y desesperada resistencia, con las armas que tenía a mano, liderado por dirigentes surgidos de las clases subalternas y enraizados en el apoyo de su comunidad. Aunque incapaces de plantar cara a los ejércitos invasores en campo abierto, habían provocado un lento y constante desgaste (la 'ulcera española') que terminó por resultar decisivo cuando el imperio de Napoleón se tambaleaba al enfrentarse a casi toda Europa. Era el triunfo de la 'guerra popular prolongada', el antecedente ideal para todos los movimientos revolucionarios.

Charles J. Esnaile nos ofrece una revisión general de lo sucedido en España durante estos años, en particular todo lo relativo a la participación de las guerrillas. Aporta una abundante documentación (cartas, informes, procesos judiciales, memorias...) que viene a cuestionar el carácter estrictamente patriótico de la lucha contra los franceses. Es cierto que en 1808 la quiebra del estado, y el rechazo general a la repentina imposición de un poder subordinado al imperio francés, produjo revueltas políticas en toda la Península. Pero está por ver que constituyera un levantamiento popular en toda regla. Son ya varios los estudios que cuestionan el carácter espontáneo de lo sucedido en Madrid y otras poblaciones; la conjura fernandista de los sectores que habían provocado el 'motín de Aranjuez', los más conservadores, es también una explicación pausible. Cabe asimismo la posibilidad -documentada en varios casos- de que el alzamiento contra las autoridades profrancesas -muchas de ellas antiguos protegidos del muy impopular Godoy- tuvieran un carácter de motín provocado por la difícil situación económica y las dificultades que atravesaban varioss sectores de población. Por eso, Charles J. Esnaile se inclina, igual que otros, por considerar las Juntas antifrancesas surgidas en estos primeros meses como un claro intento de las clases dirigentes borbónicas por mantener el control de la situación alejando el peligro de una revolución popular.

El núcleo de su argumentación se centra en el reclutamiento y el papel de las guerrillas. Las supuestas biografías de los dirigentes guerrilleros están plagadas de explicaciones según las cuales fueron los abusos de la soldadesca napoleónica, la convicción patriótica o lances de honor los que 'echaron al campo' a estos líderes naturales de hombres, dotados de un profundo conocimiento del terreno y de sus gentes, que gracias a su capacidad fueron aglutinando fuerzas y recursos para poner en jaque las tropas invasoras y calmar su sed de venganza.

En realidad, como ocurrió en otros casos bien conocidos -la Francia ocupada durante la II Guerra Mundial, sin ir más lejos- formar parte de esta 'resistencia' constituía una opción desesperada que sólo tomaron elementos hasta cierto punto marginales de la sociedad. Tras las primeras reacciones más o menos colectivas -como el levantamiento de los somatenes catalanes en El Bruc, por ejemplo- las salvajes represalias militares y las continuadas derrotas del ejército español, hicieron ver que enfrentarse a los franceses suponía un riesgo demasiado alto. El reclutamiento de las guerrillas no fue siempre espontáneo, sino que estuvo animado con frecuencia por las autoridades junteras y militares. Acudieron a él toda clase de personajes, muchos de los cuales es dudoso que fueran movidos por impulsos patrióticos. Encontramos entre los guerrilleros un gran número de contrabandistas, bandoleros, criados de señores locales a quienes estos llevaban a la lucha, vagabundos y jornaleros sin tierras, guiados por la desesperación o por la posibilidad de obtener un rápido beneficio. En un país castigado por la crisis, por la sequía, por las requisas de animales de tiro y materiales para la industria, aislado de las colonias, con ferias y mercados suspendidos, con los caminos cortados, con elevadísimas contribuciones exigidas por los dos bandos, la promesa de un salario de seis reales diarios a quienes se movilizasen por la causa patriota, hizo mucho por levantar jóvenes desesperados y personas sin recursos.

La paga de los guerrilleros nunca fue muy segura, pero en todo caso parece haber sido incomparablemente mejor que la de los ejércitos regulares, mal mandados y desabastecidos de lo más esencial. Los guerrilleros, en cambio, recurrían al cobro regular de cantidades en las tierras que controlaban, requisaban a su antojo e incluso se embarcaban en oscuros negios con que allegar recursos. Fuera o no verdad, lo cierto es que los oficiales de tropa se quejaban de que los guerrilleros siempre visten con el mayor de los lujos y nunca les faltan puñados de doblones con los que regalarse, uno ha de ser de verdad el mayor de los patriotas para servir en el ejército.

Entre esos oscuros negocios se encontraba la instauración de aduanas y peajes para todo el tránsito de mercancías, la detención de prófugos y desertores a los que luego se exigían gruesas cantidades a cambio de no denunciarlos, la imposición de contribuciones extraordinarias a los considerados como afrancesados o a los propietarios que contemporizaban. la venta de bienes públicos... Pero a menudo se iba más allá y se entraba directamente en el bandolerismo y la protección mafiosa de aquellos a quien se pretendía defender. Como señalaba Luis de Villaba, un oficial de artillería que sirvió en el sitio de Zaragoza, las guerrillas que actúan bajo el nombre de patriotas deberían ser exterminadas: son bandas de ladrones con 'carte blanche' para saltear caminos y asaltar pueblos. Si alguna de ellas ha reportado algún beneficio... el daño causado por las demás es mil veces mayor...”. De todos modos, el comportamiento del ejército regular no era necesariamente mejor en muchas ocasiones. Durante las retiradas de los años 1809-1810, y durante las ofensivas de 1813 las tropas españolas se convirtieron en el azote delas poblaciones que atravesaban, llegando a cometer atropellos iguales o superiores a los que se atribuía a los franceses.

Uno de los principales elementos que revisa Esdaile es la capacidad militar atribuida a las guerrillas. De entrada, muchas de ellas parecían más ocupadas en vivir a costa del territorio que en combatir al enemigo. Cuando lo hacían, a menudo era obligadas por las circunstancias y en actos de defensa. Pocos golpes de mano fueron realmente efectivos, y cuando llegaron momentos graves en que su concurso era necesario para resolver necesidades estratégicas, como en la supuesta ofensiva sobre Valencia de 1811, las cosas solían terminar de la peor manera: “La división del Empecinado se ha deshecho casi por completo. Una orden del general O'Donnell ecomiándole a marchar contra Valencia causó su desconcierto. Se dividió en facciones rivales en los aledaños del pueblo de Torralba, se intercambiaron disparos y, por último, se dispersaron. Todo lo que resta de ella es su comandante y unos doscientos hombres que ahora se encuentran con él en Cuenca. Es un asunto muy feo, pues esta división suponía una fuerza de más de cuatro mil quinientos efectivos, al tiempo que era muy temida por los franceses”. Como señala el autor, "en realidad, los intentos por reclamar los servicios de los grupos guerrilleros fuera de los sectores donde estaban acostumbrados a operar terminaban, por norma general, en fracaso... podían perderse importantes fuentes de ingresos; un terreno desconocido implicaba una mayor vulnerabilidad, y no había nada más de qué hablar si el resultado final era su asimilación dentro del ejército convencional..."

Al respecto es bien conocida la mala opinión que -con razón- los oficiales británicos tenían de las fuerzas españolas en general y en concreto de los guerrilleros. Como indicaba el propio Wellington, en uno de sus comentarios más generosos para con los aliados hispanos, “...estoy preocupado por no poder depositar ninguna confianza en el efecto que causarán esas tropas. Los guerrilleros, aunque activos y de buena disposición, y aunque sus actividades causan por lo general las mayores molestias al enemigo, son tan poco disciplinados que no podrán hacer nada contra las fuerzas francesas a menos que éstas se encontrasen en una gran inferioridad numérica. Y si el enemigo tomase posiciones en una casa o una iglesia donde sólo hubiese de bloquear la entrada, tan mal equipados se encuentran los soldados profesionales y los guerrilleros... que los franceses podrían permanecer seguros hasta recibir el auxilio de una fuerza más poderosa.”

Incluso cuando el avance de 1813 permitió recuperar progresivamente el territorio, y liberó a las guerrillas de la presión que sobre ellas ejercían los franceses, su actuación resultó poco decisiva e incluso contradictoria con los fines que decían perseguir: las fuerzas de Wellington avanzaban hacia el interior de España, sus dotaciones de retaguardia sufrieron una incesante rapiña que llevó a William Keep a lamentarse del encuentro constante con 'cuerpos muertos... cuyas desdichas se debían o tenían origen en la rapiña cometida por los salteadores locales contra viajeros solitarios (en particular lo sirvientes al cargo del equipaje de los oficiales), y esto incluso al paso de tan numerosa hueste... los mensajeros aliados fueron detenidos y asesinados de modo no muy distinto a sus homólogos franceses.”

Frente a un levantamiento general español contra los franceses, Esdaile, como otros antes que él, se inclina por pensar en distintos levantamientos al unísono. La población difícilmente podía identificarse con el estado borbónico, y lo hacía con aquello que resultaba más conocido: " La verdad es que en Galicia, como en... cualquier sector de acción guerrillera, la gente no se encontraba entregada a fondo a la tarea de liberar España. El objetivo... consistía en... evitar las requisas, recaudaciones de impuestos y violencia de la soldadesca francesa... los guerrilleros españoles no combatían por su nación, sino por sus hogares, valles, comarcas y, como mucho, provincias.". No creo que podamos, sin embargo, extraer como conclusión directa que esto conllevar una falta absoluta de sentido de 'lo español'. Resulta muy explicable el rechazo a dejarse embarcar a expediciones por regiones lejanas, en una guerra de final imprevisible, mal abastecido y mal alimentado, sin servicios de sanidad dignos de tal nombre, y con escasas oportunidades de regresar sano y salvo. Combatir en las milicias locales, en todo caso en las guerrillas, y hacerlo en el territorio inmediato era, con mucho, la mejor manera de asegurar la propia supervivencia. A principios del siglo XIX, cualquier terreno fuera de la zona más próxima y conocida era un mundo extraño y 'extranjero'.

A este provincialismo se sumaba el caudillismo de los líderes de las partidas, siempre enfrentados unos con otros y reacios a someterse a cualquier autoridad superior, fuera la de otros cabecillas o la de las Juntas. La verdad es que éstas, de dudoso nombramiento, plagadas de inútiles o aprovechados e incapaces de abastecer de recursos a las tropas, no eran dignas en general de mucha confianza, y mal podían dar órdenes a quienes se jugaban la vida sobre el terreno. Ni siquiera los altos mandos del ejército podían hacerse obedecer con facilidad. Muchas querellas entre líderes de la Independencia se resolvieron únicamente por la fuerza, mediante asesinatos, amenazas o traidoras entregas al enemigo.

Espoz y Mina, el 'Rey de Navarra', al frente de una de las fuerzas irregulares más importantes de la Península, en 1813 se negó a colaborar efectivamente en la liberación de Zaragoza, la ciudad mártir, aunque prefirió luego vivir luego durante semanas a costa de sus sufridos ciudadanos: "vendieron con todo descaro las propiedades del monasterio cartujo del Arrabal en subasta pública. Como recoge Casamayor en su diario a finales de octubre: Éste ha sido un mes de muchas vejaciones para los ciudadanos, habida cuenta de... el miedo y terror impuesto por los soldados del Quinto Regimiento de Navarra [los guerrilleros de Espoz], quienes, siendo la guarnición, robaban cada noche a todo aquel sobre el que pusiesen las manos encima y golpeaban a quien se resistiese o no llevase dinero. La situación ha tomado tan mal cariz que nadie osa salir a la calle a no ser por razones urgentes. La gente ha presentado sus quejas ante los magistrados, pero no se ha hecho nada por detenerlos y continúan robando igual.”

Esdaile también pasa revista al supuesto carácter liberal de algunos jefes mitificados por los enemigos del Antiguo Régimen: el Empecinado, Porlier, el propio Espoz y Mina... Concluye que probablemente no se trataba de defensores del absolutismo, y que acabaron militando en las filas del liberalismo, pero es muy dudoso que lo hicieran por razones ideológicas. Aunque sin pruebas definitivas, él se inclina por la tesis del aventurerismo y la ambición como motores principales de su conducta. Espoz llegó a fusilar ejemplares de la constitución de 1812 al final de la guerra cuando no se sintió suficientemente reconocido. También descarta que su postura derivara necesariamente de una ingratitud general de Fernando VII para con los luchadores de las guerrillas. Cree que se les trató en un plano de igualdad general con el ejército español, pero que en la dramática situación de la Hacienda española durante los años inmediatamente posteriores al conflicto era imposible dar respuesta a todas las demandas, o satisfacer las desmesuradas ambiciones de los principales cabecillas.

Ciertamente, esta obra ofrece muchas más dudas que certezas. Como el propio autor admite al final de la misma, la mayoría de sus testimonios deben ser interpretados a la luz de las contínuas rivalidades que toda guerra produce. A falta de una autoridad reconocida es muy fácil encontrar acusaciones de los franceses contra los patriotas, de los ingleses contra los españoles, de los militares contra los irregulares, de unos guerrilleros contra otros, de los pueblos contra todos ellos, etc., etc. En cualquier caso, lo que mejor se desprende del estudio, y lo que Esdaile extrae como principal conclusión es que no se puede hablar de 'levantamiento popular' generalizado contra el ocupante, y el que hubo no puede identificarse con las 'partidas' guerrilleras. El patriotismo español, que existió, fue perfectamente compatible con la reluctancia al reclutamiento -fuera oficial o de estas partidas-, la negativa a colaborar fuera del propio territorio, el 'atentismo' o la satisfacción estricta de intereses personales. Vamos, como en cualquier conflicto que se precie.

2 comentarios:

  1. He leído el artículo y el paralelismo es absoluto con el caso de Rusia: ver "Rusia, 1812: Prensa y propaganda en la guerra contra Napoleón", Miguel Vázquez Liñán, Univ. de Sevilla.

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  2. Muchas gracias por la referencia. Lo consultaré en cuanto me sea posible. Los buenos análisis históricos suelen captar constantes humanas, rara vez casos singulares. Saludos.

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