Lo único que aprendemos de la historia es que no aprendemos de la historia (Hegel)

sábado, 25 de febrero de 2012

Creencias religiosas populares en la alta edad media

En los últimos años se ha suscitado un intenso, y en buena parte artificial, debate sobre las raíces cristianas de la cultura europea y la relevancia que debe darse a este hecho. Tras décadas de acelerada laicización, algunos sectores políticos consideran que ha llegado el momento de cohesionar a las viejas poblaciones de Europa en torno  a la idea de 'cristiandad' frente a la globalización económica y cultural y a las nuevas gentes llegadas al continente. El hecho indudable de que la historia europea de los últimos mil quinientos años ha estado vinculada al despliegue de formas de pensamiento y sociabilidad relacionadas con la religión cristiana oculta que lo que entendemos por tal ha sido un elemento tan variable como las mismas circunstancias históricas y que lo que se debate actualmente tiene más que ver con intereses políticos inmediatos que con el bagaje cultural reivindicado.

Por eso resulta interesante releer títulos como Religiosidad popular en la alta edad media, de Oronzo Giordano, editado en castellano por Editorial Gredos (Madrid: 1983), y con edición original italiana de 1979. Como se ve, ha llovido algo desde su aparición, pero constituye todavía un referente para quienes desean adentrarse en la sorprendente realidad de la cristianización en nuestro continente y uno de los mejores usos de lo que luego se vino a denominar 'historia de las mentalidades', a menudo tan mal o estérilmente empleada.

Tras varios siglos de constituir una minoría religiosa, los cristianos se vieron en pocos decenios convertidos en religión del Imperio, por razones que ya nos explicaba Paul Vayne en la obra que comentamos el 28 de diciembre. A partir de aquí, la expansión del cristianismo tuvo mucho más que ver con los bautismos colectivos impuestos desde el poder o con la conquista militar que con la paciente labor misional, que sólo alcanzó un éxito notorio en Irlanda. A menudo, las convicciones íntimas y los valores evangélicos intervenían bien poco en el proceso.

Todo cambio religioso se produce sobre un sustrato anterior y, por radical que pueda parecer la transformación, suele ser mucho más lo que permanece que lo innovado. La primera parte de la obra de Giordano está dedicada a las pervivencias de la religiosidad tardoimperial en la nueva Roma cristiana. Las conversiones en masa, la progresiva pérdida de importancia del catecumenado, y la costumbre de bautizar a los recién nacidos (a partir de entonces "el cristiano nace, no se hace"), dejaban poco margen para asimilar las nuevas creencias y, sobre todo, sus elementos litúrgicos, incluso los más básicos. Más que una conversión de los paganos al cristianismo, lo que se logró fue una adaptación de la religiosidad cristiana a los usos y valores paganos de la mayoría.

El cristianismo no podía competir inicialmente con sus rivales en celebraciones festivas o ceremonias, que impregnaban la cultura popular y el sentir de las gentes. Pero las religiones orientales (los cultos de Mitra, Isis o Serapis) habían ido modificando la vivencia religiosa de los romanos, y habían establecido jerarquías sacerdotales, prácticas cotidianas y funciones religiosas totalmente ajenas al paganismo tradicional. En este sentido, la comunidad cristiana trabajaba a favor del viento dominante, de la misma manera que su ética se fue conformando, más que en la pervivencia de los valores judíos, a los que aportaba el estoicismo filosófico predominante. También se sumaron los cristianos a los nuevos usos del calendario (con la semana de siete días, de origen astrológico) y el descanso dominical, que no se impondrían, sin embargo, hasta el imperio carolingio. Durante bastante tiempo, los cristianos mantuvieron usos judaicos, como la celebración del sábado o el cómputo del tiempo diario desde el atardecer de la víspera, y no era infrecuente ver a los cristianos participar en las celebraciones hebreas o de los otros dioses, para gran enojo de su clero.

Pero la multiplicación de las festividades tampoco suponía una participación intensa y el recogimiento en la liturgia. Incluso siglos después de convertirse el cristianismo en religión oficial de muchas partes de Europa los sacerdotes y los obispos (incluso el mismo San Agustín) necesitaban reclamar el silencio de los fieles en el templo durante la consagración o la predicación. Los nobles exigían a sus capellanes que eligieran los cantos más breves y que se acortar el tiempo de la misa. Se amenazaba con bastonazos y confiscaciones a los que no frecuentaran la iglesia y en Hungría hubo que prever la expulsión y el flagelamiento de los más molestos. Los fieles cada vez tenían un papel menos activo en la liturgia, y los sacerdotes asúmían "el papel de primer y exclusivo actor en la representación", lo que se percibe fácilmente incluso en la distribución espacial del templo, con la radical separación del presbiterio.

El cristianismo fue convirtiéndose poco a poco en un tema 'legal' por el que se esperaba recibir una serie de bendiciones celestiales a cambio de cumplimentar ciertos ritos, tal cual había sucedido siempre en el paganismo. Se extienden usos como las penitencias voluntarias para conseguir la redención de las almas, la práctica de las indulgencias para reducir las penas merecidas y las misas privadas. Los más ricos no solo pagan por celebrar cientos de eucaristías a las que no asisten, sino que pagan a otros para que cumplan sus ayunos y penitencias. Por grave que sea la sanción de sus pecados siempre pueden reclutar decenas de criados y menesterosos que en poco tiempo regularicen su situación ante la divinidad. Las ofrendas simbólicas del pan y el vino en el templo se transformaron rápidamente en limosnas obligatorias y ofrecimientos de dinero. Se podía llegar a acumular un gran capital en indulgencias, que permitía la expiación gratuita de los pecados tras la muerte. Si era necesario, o más rentable, el pan y el vino de la consagración eran sustituídos por leche y miel.

La cruz dejó de ser el referente de un acontecimiento histórico real para convertirse en un símbolo de poderes taumatúrgicos, que protegía del Mal y se empleaba para encabezar las cartas, se distribuía por los campos o se ponía en la frente del ganado.Hasta la plena edad media no se asoció con la imagen del crucificado, y constituyó un escándalo que el cuerpo de Jesús se empezara a representar desnudo colgado de ella. Y si la cruz, las oraciones y los ayunos mostraban su poder mágico para proteger a los fieles, también podían servir para atacar. Existía una firme creencia en que se podía ayunar 'contra' alguien, o que se podían hacer conjuros sobre las cruces.

Los ayunos y abstinencias pasaron a formar parte cotidiana de la vida del cristiano, y el clero impuso la multiplicación de las Cuaresmas (había cuatro) así como las novenas y decenas previas a algunas solemnidades, en que también debía limitarse el consumo de carne o cualquier otro alimento. Como además este sacificio iba acompañado de la abstinencia sexual (también obligatoria en domingos y festivos), y para las mujeres regía la prohibición de practicar el sexo durante el puerperio, resultaba que, a lo largo del año, lícitamente, los creyentes podían disponer tan solo de unos 50 días al año para la procreación, siempre y cuando no hubieran tenido ningún hijo en ese periodo de tiempo. El clero, como no podía ser menos, se reservaba el poder de dispensar a los fieles de sus obligaciones cuando lo juzgara conveniente. En los ayunos era frecuente concentrar el consumo de los alimentos permitidos al atardecer, que heredarían los musulmanes para su celebración del Ramadán.

No entraremos ya en aspectos de sobra conocidos como la cristianización de fiestas paganas, el peso de la astrología o las numerosas supersticiones relacionadas con las fuentes, las piedras o los espíritus de la naturaleza. Hubo que establecer leyes para perseguir a quienes creyeran que el canto del gallo era más poderoso ahuyentando a los espíritus de la noche que el signo de la cruz o los libros litúrgicos.

La compra de amuletos y talismanes se disparaba en fiestas como las del cambio de año, pronto relacionado con la Natividad, cuando en las mismas iglesias se organizaban auténticos mercados. Era también una ocasión festiva para intercambiar regalos que poco tenían que ver con la fe en Cristo, sino con los augurios de buena fortuna. En otras ocasiones las fiestas imitaban la celebración del sabbat  por los judíos y los cristianos tenían prohibido no solo trabajar, sino también elaborar cualquier clase de alimentos, intercambiar visitas o encender el fuego. Al final de las celebraciones litúrgicas, en cambio, los fieles podían estallar en regocijos que indignaban al clero y le hacían pensar que no habían comprendido la solemnidad de lo que se conmemoraba, pues ante la misma iglesia se bailaba, se comía, o se reunía el mercado. Incluso podía ocurrir que en las vísperas se pecara colectivamente y con desenfreno, asegurando que el perdón automático vendría con la misa y el recogimiento del día siguiente.

También hubo que luchar durante siglos para imponer una visión cristianizada de la muerte. Los europeos seguían acudiendo a los cementerios a ofrecer libaciones e incluso a practicar el sexo, en un auténtico culto a los muertos y a la muerte que recuerda las prácticas precolombinas del otro lado del Atlántico. Si el clero bajoimperial se fatigó en éste y tantos otros aspectos, lo mismo siguió ocurriendo en los reinos germanos epigónicos. "La vida religiosa de los francos estaba completamente fascinada por los viejos mitos y por el viejo culto (...) corrían secretamente con frecuencia al salir de la misa eucarística, a ofrecer sacrificios o a celebrar fiestas sobre los dólmenes, al pie de los árboles, al borde de las fuentes (...) ayunaban los jueves en honor de Thor, creían en días predestinados, consultaban horóscopos, leían el porvenir en el vuelo de las aves, en el relincho de los caballos y en las cenizas del fuego; se cargaban de amuletos, inmolaban a sus enemigos, encendían fuegos sagrados en fechas fijadas por la tradición y se entregaban frenéticamente a las obscenas y bárbaras diversiones que la primitiva tradición les había dejado".

Finalmente, la iglesia hubo de absorber muchos de estos ritos semimágicos. A través del exorcismo y de las ordalías se legitimaron estas prácticas, y se justificaban señalando que el Diluvio Universal o Sodoma y Gomorra eran antecedentes de las pruebas por el agua y el fuego que implicaban a Dios en el descubrimeinto de la verdad y el castigo de los malos. Toda práctica similar fuera del control del clero era, en cambio, severamente perseguida y "a los obispos se les recomendaba hacer cada año una visita de investigación por las respectivas circunscripcione para buscar y castigar a cuantos ejercían las artes mágicas; a los arrestados que prometían enmendarse se les imponía una multa y, si no estaban en condiciones de pagarla, eran entregados a la Iglesia como siervos y esclavos;  pero a los que eran sorprendidos en su actividad se los podía matar, y sus cadáveres eran arrojados fuera de la ciudad".

Podríamos seguir así durante mucho tiempo señalando las interesantes y hasta curiosas informaciones que proporciona Oronzo Giordano, escrutando una documentación que, no lo olvidemos, es casi siempre eclesiástica y sólo capta una parte de la realidad. Pero lo visto ya nos indica que el cristianismo no siempre ha sido lo que ahora entendemos por ello, y que las religiones no constituyen compartimentos estancos, sino que están unas con otras profundamente interpenetradas. Si deseamos establecer barreras o marcar las diferencias con otras culturas, deberíamos -actuando honestamente- acogernos a otras formas de señalar principios y valores. Pero ya se sabe que el rigor científico y la honestidad intelectual suelen tener poco que ver con las formulaciones políticas de cada momento.

17 comentarios:

  1. Está bien esto. Cuando yo estudiaba la carrera tuve que traducir algunos pasajes de la obra de Martín de Dumio "De correctione rusticorum", donde se pone de manifiesto el paganismo en el noroeste hispano en el siglo VI, hasta el punto de que el obispo de Panonia tenía que estar contínuamente corrigiendo lo que consideraba supersticiones de la época romana y aún interiores en un sincretismo que me pareció intereante. Me dispongo a leer más sobre éste tema; probablemente el libro que comentas.

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    1. Frente a la visión tradicional, que consideraba todas estas prácticas poco ortodoxas como 'supervivencias' del paganismo, Oronzo Giordano lo sitúa más bien en el terreno de una 'reformulación' del cristianismo que se extendería, como poco, hasta el siglo IX. Estaría en la línea de lo que señalas y merece atención, desde luego. Un saludo.

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  2. que que es esto mucho escriven y nada dicen no me sirvio

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  3. No hay nada mas corto ?

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  4. NO ES LO QUE NECESITO PARA NADA?

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  5. Maldita sea no me ayuda nada

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  6. esta demasiado largo porque no puedes resumir me da mucha flojera leerlo osea

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  7. Vi lo largo que era y me arrepentí mas corto

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