Aunque siempre he sabido que la arqueología no es lo mío, que tiro más hacia rata de archivo, como todo buen apasionado por la historia dediqué una parte de mi estancia en la universidad a leer los grandes clásicos sobre el mundo egipcio. Luego, la falta de tiempo y la necesidad de especializarme me hizo ir dejando de actualizar con la debida frecuencia lo poco que sé, justo en el momento en que se producía la revisión de numerosas verdades aceptadas gracias a la tecnología y a una pléyade de nuevos investigadores que no paran de producir conocimiento sobre áreas muy diversas -particularmente por lo que hace a la vida económica y social- durante mucho tiempo mal aprehendidas y peor fundamentadas. Por eso me alegra haber podido repescar un estupendo artículo de José Miguel Parra titulado La agricultura en el Antiguo Egipto. Historia 16 (1999), nº 276, pp.38-47, donde se argumenta de manera muy didáctica por qué la explotación del valle del Nilo era, en los primeros momentos del Egipto clásico, muy distinta a cómo la habíamos imaginado.
Como señala el autor, todos tenemos en mente un Egipto que extraía la mayor parte de su riqueza de las aguas del Nilo, gracias a "una estructura hidráulica que se encontraría bajo al estricta supervisión y control de una infatigable miriada de funcionarios, todos ellos dependientes de la voluntad del faraón". Sim embargo, como él mismo señala, nada más lejos de la realidad que esta visión.
En primer lugar porque, durante el Imperio Antiguo, testigo de la construcción de las grandes pirámides, la densidad de población fue más bien débil y no conoció incrementos sustanciales, lo que permitió hacer frente a la demanda con facilidad, dada la alta productividad del valle.
La segunda razón es que ese mismo valle muestra una sorprendente forma convexa, con los márgenes próximos al desierto a menor altura que el espacio central. Esto se debe a los elevados aportes de sedimento que continuamente hacen las aguas del río. Las periódicas inundaciones dejan, además, una cantidad aún más importante en las mismas orillas, formando diques naturales que sobresalen entre uno y tres metros por encima de la llanura. Como el río suele estar en perpetuo movimiento, existían también antiguos canales donde iban apareciendo diques menores. Gracias a estas barreras naturales, los egipcios habían podido iniciar su sistema de 'captura' y almacenamiento del agua del río en pequeños estanques.
Además, las crecidas del río no sólo eran previsibles, sino fácilmente anticipables, ya que la subida de las aguas es muy lenta y tarda algo más de un mes en producirse en el Bajo Nilo respecto a la frontera con Nubia. Entre agosto y octubre casi todo el espacio a ambos lados del río permanecía inundado.
Por tanto, no fue necesario realizar grandes esfuerzos hidráulicos para controlar las aguas del río. Él mismo se encargaba de realizar las tareas imprescindibles que demandaba el sostenimiento de la agricultura: riego y abonado del terreno. Los pequeños estanques aseguraban un suministro prolongado de agua sin que fuera necesaria una autoridad central y fuertemente burocratizada que organizase todo el territorio. José Maria Parra señala que entre los numerosos títulos funcionariales que conocemos, "no es posible localizar alguno que pueda ser interpretado como pertenciente a la administración hidráulica nacional, regional o local". Es posible que la construcción de pequeños canales y la salvaguarda de los diques fuera una cuestión que atañía a cada comunidad o a cada agricultor de manera individual.
Esta observación es muy importante, ya que la historiografía, incluso de diversas corrientes interpretativas, ha sostenido tradicionalmente que la aparición de los grandes estados monárquicos tras el Neolítico iba unido a la necesidad de garantizar un poder unitario que gestionara las imprescindibles obras para el control y aprovechamiento del agua.
En realidad, la agricultura del Antiguo Egipto tenía tanto o más de tipo extensivo que intensivo, con aproximadamente la mitad del terreno cultivable utilizado como fuente de forraje para el ganado. La falta de una técnica hidráulica y de una agricultura avanzadas se percibe en la dificultad para garantizar una producción que impidera hambrunas periódicas.
Como en todas partes, el tema de la propiedad de la tierra y el reparto de la riqueza constituían aspectos centrales para explicar el funcionamiento de la agricultura. Por desgracia, conocemos muy poco, prácticamente nada, sobre este sistema de propiedad, hasta el punto de que algunos investigadores aceptan la existencia de propiedad privada y otros la niegan. El autor de este artículo se inclina por pensar que el conjunto de la tierra pertenecía al faraón, pero que su explotación estaba frecuentemente entregada a instituciones religiosas (funerarias) y a particulares, aunque no como propiedad plena. También es posible que hubiera formas de explotación comunal a cargo de cada poblado.
Las impresionantes tumbas reales de este período constituían realmente grandes centros de culto, y era necesario un fuerte aporte económico para su mantenimiento. Dotar a estas instituciones constituyó desde muy pronto una prioridad, e incluso se pusieron para ello en cultivo tierras vírgenes, sobre todo en el Delta. Toda una casta de sacerdotes y sirvientes del templo aseguraban de esta manera su supervivencia y su papel social dirigente. Aún así, lo que se lograba era la apropiación de los bienes de consumo, sin controlar nunca definitivamente el gran medio de producción que era la tierra.
Frente a nuestra ignorancia de muchos aspectos legales, las pinturas de las tumbas nos ilustran en cambio suficientemente sobre las técnicas agricolas y los ritmos de trabajo. Todo ello es descrito en el artículo con detalle, pero no se aparta de lo que podemos considerar habitual en una agricultura del Neolítico avanzado.
Si la inexistencia de grandes obras de riego no justificaba a los ojos del campesino la extracción de parte de su cosecha vía renta o impuestos, quiere decir que ésta había de tener un alto componente de violencia. Por algunos relatos que nos han legado los escribanos de la época, sabemos que que la condición del campesino era fatigosa, y que los administradores o usufructuarios particulares de la tierra estaban allí para recordarles su obligación de trabajar. Las descripciones que de ellos nos hacen los que han alcanzado un rango un poco superior son incluso burlescas o crueles: "El agricultor gime más que una gallina de Guinea. Su voz es más chillona que la de un cuervo. Sus dedos están hinchados y apesta en exceso. Cuando llega a casa por la noche la caminata ha acabado con él".
También cruel es la descripción de cómo se le presiona para que abone regularmente sus impuestos: "Cuando regresa a sus tierras las encuentra destrozadas. Gasta tiempo cultivando y la serpiente marcha tras él. Acaba la siembra. No ve una brizna de verde. Ara tres veces con grano prestado. Su mujer ha ido a los mercaderes y no encontró nada para intercambiar. Ahora es el escriba de los campos el que está junto a las tierras. Vigila la cosecha. Sus servidores están tras él con garrotes, nubios con mazas. Uno le dice '¡Dános el grano!'. '¡No tengo grano!'. Le golpean salvajemente. Atado, es lanzado a la acequia, con su cabeza sumergida. Su mujer es atada frente a él. Sus hijos tienen grilletes. Sus vecinos le abandonan y huyen. Cuando todo acaba no hay grano.
Si tienes algo de sentido común, sé un escriba. Si has aprendido algo del campesino no serás capaz de ser uno de ellos ¡Toma buena nota de esto!"
Si hace ya mucho sabíamos que la vida en el antiguo Egipto no admite demasiadas idealizaciones, ahora hemos podido comprobar que no eran, como aparecen en las viejas películas, los trabajadores de las pirámides quienes habían de sufrir precisamente toda clase de exigencias y humillaciones. Por el contrario, era el grueso de la clase trabajaodra, el campesinado, los que debían satisfacer unas demandas que se justificaban más en la amenaza y el ejercicio directo de la violencia que en el servicio que prestaban a la sociedad sus autoproclamadas clases dirigentes.
Un estupendo libro sobre el antiguo Egipto, coordinado por José Miguel Parra, fue publicado recientemente por la editorial Marcial Pons, en 2009. Podéis ver también una entrevista con este conocido egiptólogo -más divertida que profunda- en http://www.lavanguardia.es/cultura/noticias/20100326/53899036441/jose-miguel-parra-el-polvo-de-momia-fue-la-aspirina-de-la-edad-media.html .
Como señala el autor, todos tenemos en mente un Egipto que extraía la mayor parte de su riqueza de las aguas del Nilo, gracias a "una estructura hidráulica que se encontraría bajo al estricta supervisión y control de una infatigable miriada de funcionarios, todos ellos dependientes de la voluntad del faraón". Sim embargo, como él mismo señala, nada más lejos de la realidad que esta visión.
En primer lugar porque, durante el Imperio Antiguo, testigo de la construcción de las grandes pirámides, la densidad de población fue más bien débil y no conoció incrementos sustanciales, lo que permitió hacer frente a la demanda con facilidad, dada la alta productividad del valle.
La segunda razón es que ese mismo valle muestra una sorprendente forma convexa, con los márgenes próximos al desierto a menor altura que el espacio central. Esto se debe a los elevados aportes de sedimento que continuamente hacen las aguas del río. Las periódicas inundaciones dejan, además, una cantidad aún más importante en las mismas orillas, formando diques naturales que sobresalen entre uno y tres metros por encima de la llanura. Como el río suele estar en perpetuo movimiento, existían también antiguos canales donde iban apareciendo diques menores. Gracias a estas barreras naturales, los egipcios habían podido iniciar su sistema de 'captura' y almacenamiento del agua del río en pequeños estanques.
Además, las crecidas del río no sólo eran previsibles, sino fácilmente anticipables, ya que la subida de las aguas es muy lenta y tarda algo más de un mes en producirse en el Bajo Nilo respecto a la frontera con Nubia. Entre agosto y octubre casi todo el espacio a ambos lados del río permanecía inundado.
Por tanto, no fue necesario realizar grandes esfuerzos hidráulicos para controlar las aguas del río. Él mismo se encargaba de realizar las tareas imprescindibles que demandaba el sostenimiento de la agricultura: riego y abonado del terreno. Los pequeños estanques aseguraban un suministro prolongado de agua sin que fuera necesaria una autoridad central y fuertemente burocratizada que organizase todo el territorio. José Maria Parra señala que entre los numerosos títulos funcionariales que conocemos, "no es posible localizar alguno que pueda ser interpretado como pertenciente a la administración hidráulica nacional, regional o local". Es posible que la construcción de pequeños canales y la salvaguarda de los diques fuera una cuestión que atañía a cada comunidad o a cada agricultor de manera individual.
Esta observación es muy importante, ya que la historiografía, incluso de diversas corrientes interpretativas, ha sostenido tradicionalmente que la aparición de los grandes estados monárquicos tras el Neolítico iba unido a la necesidad de garantizar un poder unitario que gestionara las imprescindibles obras para el control y aprovechamiento del agua.
En realidad, la agricultura del Antiguo Egipto tenía tanto o más de tipo extensivo que intensivo, con aproximadamente la mitad del terreno cultivable utilizado como fuente de forraje para el ganado. La falta de una técnica hidráulica y de una agricultura avanzadas se percibe en la dificultad para garantizar una producción que impidera hambrunas periódicas.
Como en todas partes, el tema de la propiedad de la tierra y el reparto de la riqueza constituían aspectos centrales para explicar el funcionamiento de la agricultura. Por desgracia, conocemos muy poco, prácticamente nada, sobre este sistema de propiedad, hasta el punto de que algunos investigadores aceptan la existencia de propiedad privada y otros la niegan. El autor de este artículo se inclina por pensar que el conjunto de la tierra pertenecía al faraón, pero que su explotación estaba frecuentemente entregada a instituciones religiosas (funerarias) y a particulares, aunque no como propiedad plena. También es posible que hubiera formas de explotación comunal a cargo de cada poblado.
Las impresionantes tumbas reales de este período constituían realmente grandes centros de culto, y era necesario un fuerte aporte económico para su mantenimiento. Dotar a estas instituciones constituyó desde muy pronto una prioridad, e incluso se pusieron para ello en cultivo tierras vírgenes, sobre todo en el Delta. Toda una casta de sacerdotes y sirvientes del templo aseguraban de esta manera su supervivencia y su papel social dirigente. Aún así, lo que se lograba era la apropiación de los bienes de consumo, sin controlar nunca definitivamente el gran medio de producción que era la tierra.
Frente a nuestra ignorancia de muchos aspectos legales, las pinturas de las tumbas nos ilustran en cambio suficientemente sobre las técnicas agricolas y los ritmos de trabajo. Todo ello es descrito en el artículo con detalle, pero no se aparta de lo que podemos considerar habitual en una agricultura del Neolítico avanzado.
Si la inexistencia de grandes obras de riego no justificaba a los ojos del campesino la extracción de parte de su cosecha vía renta o impuestos, quiere decir que ésta había de tener un alto componente de violencia. Por algunos relatos que nos han legado los escribanos de la época, sabemos que que la condición del campesino era fatigosa, y que los administradores o usufructuarios particulares de la tierra estaban allí para recordarles su obligación de trabajar. Las descripciones que de ellos nos hacen los que han alcanzado un rango un poco superior son incluso burlescas o crueles: "El agricultor gime más que una gallina de Guinea. Su voz es más chillona que la de un cuervo. Sus dedos están hinchados y apesta en exceso. Cuando llega a casa por la noche la caminata ha acabado con él".
También cruel es la descripción de cómo se le presiona para que abone regularmente sus impuestos: "Cuando regresa a sus tierras las encuentra destrozadas. Gasta tiempo cultivando y la serpiente marcha tras él. Acaba la siembra. No ve una brizna de verde. Ara tres veces con grano prestado. Su mujer ha ido a los mercaderes y no encontró nada para intercambiar. Ahora es el escriba de los campos el que está junto a las tierras. Vigila la cosecha. Sus servidores están tras él con garrotes, nubios con mazas. Uno le dice '¡Dános el grano!'. '¡No tengo grano!'. Le golpean salvajemente. Atado, es lanzado a la acequia, con su cabeza sumergida. Su mujer es atada frente a él. Sus hijos tienen grilletes. Sus vecinos le abandonan y huyen. Cuando todo acaba no hay grano.
Si tienes algo de sentido común, sé un escriba. Si has aprendido algo del campesino no serás capaz de ser uno de ellos ¡Toma buena nota de esto!"
Si hace ya mucho sabíamos que la vida en el antiguo Egipto no admite demasiadas idealizaciones, ahora hemos podido comprobar que no eran, como aparecen en las viejas películas, los trabajadores de las pirámides quienes habían de sufrir precisamente toda clase de exigencias y humillaciones. Por el contrario, era el grueso de la clase trabajaodra, el campesinado, los que debían satisfacer unas demandas que se justificaban más en la amenaza y el ejercicio directo de la violencia que en el servicio que prestaban a la sociedad sus autoproclamadas clases dirigentes.
Un estupendo libro sobre el antiguo Egipto, coordinado por José Miguel Parra, fue publicado recientemente por la editorial Marcial Pons, en 2009. Podéis ver también una entrevista con este conocido egiptólogo -más divertida que profunda- en http://www.lavanguardia.es/cultura/noticias/20100326/53899036441/jose-miguel-parra-el-polvo-de-momia-fue-la-aspirina-de-la-edad-media.html .
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