La contienda de 1936-1939 ha llenado mares de tinta en sus aspectos político, ideológico, militar, social, económico -esto en menor cuantía-, o en el análisis de sus causas y consecuencias. De lo que no nos habíamos ocupado es de aquellos que no quisieron hacer la guerra: de quienes se negaron a luchar por el bando que los llamó a filas, o de los que no deseaban luchar en absoluto, de quienes se vieron sumergidos por unos acontecimientos que no les interesaban o que les superaron. Primero la propaganda, luego la militancia política, incluso el gusto por las 'hazañas bélicas' de algunos que han escrito sobre el tema, habían hecho tanto por mantener ocultos estos aspectos, como el miedo o la vergüenza sentidos por sus protagonistas. A todo ello, muy revelador y nada anecdótico, está consagrada la obra Desertores. La Guerra Civil que nadie quiere contar, de Pedro Corral (Barcelona: Debate, 2006). Un libro que no ofrece una perspectiva global del conflicto, pero sin cuya lectura tampoco es ya posible tener una comprensión cabal de lo que significó aquella guerra.
Pedro Corral, como otros autores que hemos reseñado en el blog, no es historiador, sino periodista. Pero, en este caso, no ha publicado una obra de divulgación; se trata del fruto de una larga tarea investigadora.Su condición profesional se deja ver con frecuencia, sobre todo en cierta dificultad para pasar del caso a la categoría; las numerosas noticias que recoge no siempre son aprovechadas en todo lo que podrían ofrecer si se explotaran de otra manera, o se enmarcaran mejor. Sin embargo, no creo que puedan ponerse pegas a su amplia recogida de fuentes documentales, orales y bibliográficas, centradas siempre, eso si, en los testimonios personales más que en el análisis del contexto; bastante prolija y extensa resulta ya su aportación como para exigirle tareas que deben abordar otros. Escrito como contribución al 70 aniversario del comienzo de la guerra civil, el principal problema de su autor fue, probablemente, la escasez de testimonios personales que ya podían recogerse en aquellas alturas, puesto que, salvo excepciones, sólo sobrevivían los más jóvenes de aquella época o algunos parientes próximos. Al menos, sirvió para conservar algunos recuerdos que, por su naturaleza, quizá se hubieran perdido definitivamente.
Decía antes que su consulta resulta imprescindible porque, como conclusión, nos revela un panorama bien distinto a "los clichés propagandísticos de la época, que han mantenido hasta hoy la imagen de la movilización entusiasta de los españoles en la guerra". Indica el autor que, si por algo destaca la guerra civil española entre las guerras revolucionarias, es por la prontitud con que hubo que llamar a filas a concriptos reclutados a la fuerza. El rico fondo de causas militares abiertas por abandono de filas o por traición, complementada por recuerdos orales o escritos, no solo nos informa, como parece señalar el título, de los casos de deserción, sino de un amplio abanico de conductas y, sobre todo, un aún más amplio conjunto de circunstancias en el que se desarrollaron millones de dramas, y tragedias, personales.
Desertores, pròfugos, emboscados, automutilados... no lo fueron por una sola causa, sino por muchas. Para empezar, a la guerra se fué, y también no se fué, por convicción ideológica. Evidentemente, son numerosos los casos de quienes abandonaron las filas de ambos ejércitos para pasar a la otra 'zona' ya que la sublevación o el avance y retroceso de los frentes les había pillado en el bando equivocado. Pero, por abundantes que sean estos ejemplos, no parece que se trate de una causa mayoritaria. Otras eran de índole mucho más personal, como el hartazgo de la guerra y la desmoralización que conllevaba su alargamiento, la esperanza de abandonar los puntos más 'calientes' y conseguir salvar, aunque fuera momentáneamente, el pellejo pasándose al enemigo, la mala alimentación o el mal trato de los superiores, el miedo a los propios camaradas -por razones políticas o personales-, el deseo o la necesidad de reencontrar a la familia que ha quedado al otro lado de la línea de frente, la falta de permisos para volver al hogar o para relajarse del estrés bélico... Tantos y tan poderosos motivos que explican las más de seiscientas páginas que Pedro Corral necesita para contarnos esto y muchas otras cosas.
A través de su relato podemos 'vivir' una guerra que dificilmente aparece en los manuales. Una guerra donde se pasaba mucho miedo, frío y hambre. Un hambre atroz, particularmente en el bando republicano, donde los soldados debían sobrevivir semanas e incluso meses, con miserables raciones de pan, sardinas o frutos secos, y pocas veces todo ello junto, hasta llegar a producirse auténticas epidemias de escorbuto y otras enfermedades carenciales. Una guerra donde faltaba incluso lo más elemental para hacerla, como las alpargatas o el papel higiénico. Donde se debían soportar temperaturas de muchos grados bajo cero sin capotes, mantas o calzado. La comida será uno de los reclamos más eficaces del bando franquista para incitar la deserción de sus enemigos, lo que no excluye que los soldados del Generalísimo debieran, en ocasiones, luchar hasta tres días sin más alimento que el agua o el vino, o que fueran pésimamente vestidos y equipados.
Una guerra donde en los dos bandos brillaba por su ausencia la preparación de los soldados para el combate. Algunas quintas fueron llamadas a filas y llevadas al frente con apenas unos días de instrucción o sin ninguno. Incluso las reputadas 'Brigadas Internacionales' eran lanzadas sobre las trincheras a pecho descubierto después de haber ensayado el tiro con sólo un par de cargadores. Una guerra donde se regateaban los permisos y las comodidades al soldado hasta el punto de originar desmoralizaciones generalizadas. Una guerra, en cambio, en la que se abusaba de la crueldad, incluso con los del propio bando, y donde las represalias de los superiores podían ser tan temibles como para provocar, valga el ejemplo, la deserción de un teniente coronel franquista a las líneas republicanas en Madrid apenas una semana antes del fin de la guerra.
Estas situaciones no afectaban solo a los soldados sin ideología política o con poco espíritu de lucha. Pedro Corral describe numerosos casos de militantes de la UGT o la CNT antes de la guerra, o incluso de millares de componentes de las muy 'motivadas' Brigadas Internacionales', que terminaron sufriendo la misma falta de motivación o idéntico deseo de alejarse de la guerra que otros muchos cientos de miles de españoles.
Porque los casos de abandono se dieron en todas los frentes y en todas las fuerzas, incluso eran más frecuentes en aquellos que permanecieron tranquilos mucho tiempo. La ausencia de odio, el deseo de sobrevivir y la poca fe en una solución exclusivamente armada explican las también numerosas muestras de confraternización que se dieron a lo largo de la guerra, en cuanto los frentes alcanzaban una situación más o menos estática. Desde las primeras líneas de trincheras en la sierra del Guadarrama, hasta las de Andalucía o Extremadura, que apenas se movieron a partir del año 1937. "Hacer una paella" se convirtió en la gráfica expresión que describía un encuentro -ilegal- con el enemigo, para intercambiar correo, tabaco y papel de fumar, o incluso para jugar un partido de futbol. Todas estas realidades de la guerra eran silenciadas por la propaganda, y por el temor de los propios soldados y oficiales a las durísimas sanciones de sus mandos. No faltaron tampoco los desertores por convicción ideológica, pero no de derechas o izquierdas, sino por liberalismo y pacifismo, aunque a veces no supieran expresarlo teóricamente.
Los millares de abandonos se veían animadas por la avidez de ambos ejércitos para reclutar el máximo de personal posible en las quintas llamadas a filas, que fueron muchas, incluyendo muchachos muy jóvenes y hombres maduros con familia y responsabilidades. También por el recurso a movilizar de nuevo a los prisioneros y desertores del otro bando, pese a los supuestos filtros que se aplicaban buscando obtener elementos de una mínima confianza. Fueron también abudantes los casos de 'doble deserción', pues hubo quien huyó de ambos ejércitos. Y eso que atravesar las filas no era una aventura pequeña; como resume el testimonio de Joan Pujol -aquel que luego sería el espía Garbo, el que engaño a Hitler sobre el destino del desembarco de Normandía-, fugado del Ejército Popular a las líneas de Franco,"la verdad es que después del intento y con los obstáculos que se presentaron, llegué a pensar y sigo pensándolo ahora que de estar de nuevo en la misma encrucijada no volvería a cometer semejante acción. Mi paso a las líneas de los nacionales fue la más complicada, comprometida y majadera actitud con la que me he tropezado en toda mi larga y aventurera vida". No sólo existía orden de disparar sobre todo el que intentara la huída, sino que aquellos que resultaban capturados corrían un evidente riesgo de ser fusilados o, aunque se tuviera éxito en la empresa, las familias podían ser objeto de duras represalias.
Pese a ello, la plaga de las deserciones era tan grande que muchas veces debía darse orden de hacer las guardias por grupos de hasta tres o cuatro centinelas, teniendo siempre cuidado de poner entre ellos individuos de alguna confianza. En ocasiones, estas deserciones se producían por auténtica desesperación, ya que familiares de los soldados podían estar siendo objeto de represalias políticas -hasta la eliminación física- por parte del mismo bando en el que muchos se veían obligados a combatir. Las tentaciones para 'pasarse' al enemigo no desaparecieron durante toda la guerra, aunque aumentaron progresivamente en el bando republicano y se redujeron en el franquista, debido al deterioro militar y político, y también a la progresiva precariedad en la vida de los soldados del gobierno.
La fuga podía producirse hacia adelante, pero también hacia atrás, hacia la propia retaguardia, hacia Portugal o Francia. E incluso existía la deserción pasiva de aquellos que se negaron a incorporarse a filas, caso muy abudante en Cataluña sobre todo durante los últimos meses de guerra. Se trata de los famosos 'emboscados', cuya vida podía ser también un relato de miserias sin cuento, en una zona asolada por la falta de alimentos. Tanto es así que, cuando Negrín decretó una amnistia para todos los prófugos que se presentaran a filas en septiembre de 1938 -en una situación militar ya desesperada- fueron muchos millares los que se acogieron para escapar a las incertidumbres de la clandestinidad.
Pedro Corral nos habla también de la experiencia de los miembros del CTV italiano, entre los que se dieron abundantes casos de deserción, ya que su reclutamiento, teóricamente espontáneo, había sido en la mayoría de los casos fruto de la miseria que asolaba el sur de Italia, o de los regulares marroquíes o incluso los voluntarios irlandeses, franceses o portugueses que combatían asimismo junto a Franco. Los soldados magrebíes desertaban poco, ya que debían hacer frente a un país y una cultura extrañas, y porque temían también las represalias de sus jefes de cábila, que habían cobrado por los hombres enviados al combate. Sin embargo, aquí se dio un fenómeno de deserción real, pero indirecta, tolerada hasta cierto punto por los mandos derechistas, ya que no fueron pocos los Regulares que se las ingenieron para abandonar el servicio de armas y seguir a las tropas haciendo lo que de verdad ansiaban: practicar el pequeño comercio y reunir un peculio para cuando pudieran regresar al Protectorado.
Fueron muchos los soldados perseguidos en ambos bandos por automutilación, ya fuera disparándose en las extremidades, o por el cruel recurso a sacar las piernas por encima de la trinchera, a ver si una bala afortunada les proporcionaba una herida suficientemente grave como para salir de aquel infierno. También se dieron ejemplos de esta índole entre las tropas más profesionales, como la Legión y los propios Regulares, o las más ideologizadas, como los brigadistas, utilizados todos ellos como auténtica 'carne de cañon' en combates despiadados donde la casi segura perspectiva de integrar la lista de bajas justificaba cualquier medida desesperada. El ritmo de reposición de estas unidades era tan alto que, pese a su pretendida vocación de fuerzas de élite, casi todas terminaron la guerra convertidas, de hecho, en batallones disciplinarios, donde se llevaba a los elementos más díscolos de cada ejército y donde al esperanza de sobrevivir era muy pequeña.
Ningún resumen, por largo que sea, puede dar cuenta de los numerosos casos documentados que ofrece Pedro Corral, por eso recomiendo la lectura del libro. Ciertamente, aunque no hace distinciones entre los dos bandos a la hora de juzgar la crueldad con que se trataba a los soldados, el número de ejemplos que ofrece es bastante superior para el bando republicano, por la propia abundancia de fuentes manejadas y porque la dinámica de la guerra ya hemos dicho que llevó a que los abandonos fueran más frecuentes. Incluso el enchufismo se dio más entre unos republicanos divididos en multitud de organizaciones partidarias y sindicales que procuraban proteger casi siempre a los suyos aunque fuera a costa del esfuerzo de guera. En este sentido, la obra ofrece un cierto sesgo que debería ser corregido por otros investigadores cuando se abran archivos militares que inexplicablemente, aún no pueden ser consultados.
Como conclusión, Pedro Corral señala que, entre las personas legalmente excluídas del servicio militar, por motivos físicos o mentales, los prófugos, los desertores, los que permanecieron siempre en trabajos civiles o bien lejos del frente, y todo el abanico de situaciones antibélicas que describe, puede que fueran casi tantos los españoles llamados a filas que se escabulleron de la lucha armada durante la guerra como los que llegaron a integrar los ejércitos de ambas zonas. Es lo que el autor denomina 'el ejército fantasma de la guerra civil'. Por los datos que ofrece y por los muy descriptivos ejemplos que aparecen en el libro, puede resultar creible. No estaría tan de acuerdo en extraer la conclusión de que la sociedad española sentía desapego hacia la politización de derechas o izquierdas. Quizá no lo estuviera tanto como han afirmado otros historiadores o la propaganda, pero sin esa politización no se explicarían conductas como algunas recogidas por el propio Corral. Por ejemplo, las decenas de soldados que abandonaban el ejército de Franco para pasarse a la República en el frente norte durante el verano de 1937, cuando hasta el menos avisado de los observadores sabía que la situación del Ejército Popular en Santander y Asturias era ya desesperada, o todos aquellos que, si bien perdieron la fe en el triunfo de su causa en un determinado momento, habían llegado un tiempo antes al frente como voluntarios. Tampoco creo que todas las conductas antibélicas recogidas deban recibir una valoración positiva, señalando que, de alguna manera, eran gente con una actitud crítica hacia lo que sucedía en la guerra. Esto no tiene por qué ser cierto en bastantes casos, y también resultaría injusto para los otros muchos que supieron mantenerse en la línea de combate a pesar de atravesar las mismas privaciones y ser igualmente críticos con lo que sucedia. La interacción de factores es tan plural que una verdad no excluye otras verdades simultáneas, particularmente cuando se habla de una situación dura y extraordinaria como lo es una guerra.
Porque de este libro podemos extraer precisamente esa lectura. Que quizá no se luchó una sola guerra civil en 1936-1939, sino muchas. Tantas como personas vivieron aquel horrible momento.
Extremadamente interesante. Muy bueno.
ResponderEliminarA ver si puedes ayudarme, estoy buscando información sobre los intercambios de tabaco y papel de fumar entre los dos bandos durante la guerra civil española.
Muchas gracias.
Santiago Garcia
sanogue@hotmail.com
Hola, Santiago.
ResponderEliminarLamento no poder ayudarte en este aspecto concreto, pero echaré un vistazo a las referencias que tengo en casa, a ver qué encuentro. Un saludo.
ERES UN PUTO CHAPAS
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