El pasado 8 de febrero recordaba el fracaso de la expedición militar europea contra Egipto en 1956. Medio en broma, advertía que cualquier intento de una nueva intervención -algo que por entonces se mencionaba, pero que no estaba en absoluto previsto- debería cuidarse de no repetir los errores cometidos en el pasado y que aparecían en nuestro texto: accionar sin objetivos bien definidos, ignorar los límites de las propias fuerzas, no coordinar inteligentemente la intervención de los diferentes aliados, no evaluar de forma correcta la situación sobre el terreno... etc. Quién me iba a decir que en pocas semanas muchos de estos elementos iban a darse muy, muy cerquita del viejo escenario: en Libia, y con aval de las Naciones Unidas. Lo más curioso es que también en Libia tenemos antecedentes de graves patinazos de las potencias europeas. Algunos de ellos se explican en un libro que compré hace no mucho tiempo: La disfatta di Gasr Bu Hàdi. 1915: Il colonnello Miani e il píù grande disastro dell'Italia coloniale., de Angelo Del Boca (Milán: Mondadori Editore, 2004)
La verdad es que el desempeño de Italia como potencia colonial mostraba desde antiguo momentos muy oscuros. El 1898 español tuvo su paralelo -menos dramático, eso si- en el 1896 italiano, cuando el gobierno de Roma decidió obtener su 'lugar bajo el sol' invadiendo el reino de Abisinia desde la costa eritrea. La aventura terminó de manera castrófica, cuando cuatro brigadas italianas, que sumaban más de 20.000 hombres, fueron batidas por separado por un ejército de etíopes no mucho mejor armados que en la edad media. La batalla de Adua puso fin momentáneo a sus pretensiones.
En 1911 se les ofreció una oportunidad de obtener la revancha. El liberal Giolitti, con más pretextos que razones, declaró la guerra a Turquía y obtuvo algunos territorios de su decadente imperio: Libia y las islas griegas del Dodecaneso. Pero una cosa era hacerse con la soberanía teórica del territorio y otra ocuparlo realmente. Los libios habían soportado mal y de manera laxa el dominio turco, y ahora no estaban dispuestos a dejarse conquistar fácilmente por los italianos. De esto se ocupa precisamente el libro de Del Boca: de las medidas militares tomadas para obtener la sumisión completa del territorio, en las cuales tuvo un papel fundamental el coronel Miani, protagonista de algunos grandes éxitos y del más sonoro fracaso.
El autor parte de la derrota de Gasr Bu Hàdi, explorando las actuaciones anteriores de Miani para explicar cómo pudo llegarse a una batalla donde las fuerzas irregulares libias derrotaran a un ejército colonial 'europeo'. Aparentemente, se trata de la trayectoria militar de un hombre, pero en sus personales circunstancias podemos entrever las insuficiencias en el funcionamiento del estado italiano, que explican sus fracasos coloniales y que no dejan de resultar viejas conocidas para quienes hayamos leído algo sobre las andanzas españolas en el norte de África (ver entrada del 6 de enero pasado: "Consecuencias de Annual").
El coronel Miani había conducido con rotundo éxito el año anterior -1914-, la ocupación de un extenso territorio interior, el Fezzan, que abarca todo el SO de Libia, más allá de la costa tripolitana. Aunque estaba escasamente habitado, su superficie es similar a la de toda Italia, no había transportes modernos y las condiciones climáticas eran extremas. La operación fue realizada con unos escasos 1.100 combatientes -de los que tan solo un centenar eran italianos- diez cañones, 4 ametralladoras, 4 autocarros y 1765 camellos de carga. Hubo de pelear en varios choques con las poblaciones locales que, peor armadas, y pese a su aplastante superioridad en número, sufrieron 250 muertos y cientos de heridos. Por el lado italiano, apenas se contaron una veintena de muertos, fundamentalmente soldados eritreos, y una sesentena de heridos. Una muestra de la enorme desproporción de medios con que se entablaban estos combates, y también de la habilidad del coronel italiano, que no convirtió aquellas luchas en carnicerías inútiles (como había sucedido en tantas otras partes) y que no emprendió represalias generalizadas contra las tribus que resistieron el avance europeo.
Lo que podía haber sido un gran triunfo colonial, obtenido a un costo ridiculamente bajo, se malogró rápidamente por las propias contradicciones de la política civil y militar italiana. Miani hubo de luchar con el incumplimiento de las promesas hechas a los mercenarios eritreos, que fueron retirados hacia la costa con mucho retraso, y nunca relevados por nuevas fuerzas; también con las añagazas de la política local, ya que el gobernador de Tripolitania daba su favor a otros oficiales que saboteaban sus iniciativas o dificultaban -por corrupción o por banderías castrenses- la llegada de avituallamientos en número y calidad suficiente. Además, la colaboración entre los gobernadores de Tripolitania y Cirenaica -las dos regiones costeras ya dominadas- brillaba por su ausencia, y ninguno de ellos se entendía con el ministerio de Colonias en Roma.
A ello se sumaba la fluctuante política italiana en los inicios de la primera guerra mundial. Renunciando a su inicial alianza con las potencias centrales, los italianos habían comenzado en ese 1914 el coqueteo con los Aliados. Como consecuencia, Alemania, Austria y Turquía trataron de apoyar a los rebeldes libios con armas, consejeros e incluso aparatos de radio, llegados hasta el norte de África en pequeños barcos y submarinos. Mientras tanto, el general en jefe del ejército italiano, general Cadorna, consideraba Libia un elemento totalmente secundario en su estrategia, y preconizaba desguarnecer la mayoría de las posiciones para reforzar el ejército metropolitano.
Por si fueran pocos problemas, los 'expertos' coloniales italianos habían intentado jugar sus cartas al estilo británico, enfrentando a unos notables árabes contra otros, pero haciéndolo de la peor manera, sin respetar los pactos establecidos y cambiando de bando frívolamente, lo que termino por unir a todos en un odio común contra el ocupante. En lugar de hacer honor a su palabra, algunos de sus iniciales valedores fueron encarcelados durante años como rehenes para asegurar la sumisión de sus grupos tribales, medida que no sirvió más que de acicate a la rebelión y hundió el prestigio de la palabra empeñada por los oficiales italianos.
En semejante contexto, todo lo conseguido por Miani estaba condenado. Falto de hombres, privado cada vez más de sus escasos oficiales europeos -a los que se concedía traslados y permisos pero no se les relevaba por otros- y boicoteado en su política por las autoridades superiores y algunos teóricos subordinados, resultaba imposible que pudiese ejercer el control sobre un territorio tan amplio y con unas características naturales tan difíciles. Los rebeldes libios, entretanto, aglutinados en torno a los clanes Senussi, se convencían de la real debilidad del dominio italiano en toda la colonia.
Todavía era tiempo de llevar a cabo una retirada escalonada y honrosa, pero la falta de decisión entre las autoridades responsables provocó que esto sólo se llevara a cabo tras permitir el aniquilamiento de un par de guarniciones, mientras el coronel Miani permanecía 'clavado' sobre el terreno por falta de camellos, sin poder desplazar sus escasas fuerzas en socorro de los asediados. De manera infame, cuando, finalmente, se logró enviar columnas a rescatar las posiciones más aisladas, retiraron de ellas a los mandos europeos, y se dejó abandonados a los eritreos y libios al servicio del ejército colonial, encomendándoles la custodia de unas posiciones que no se pensaba ya socorrer.
Pero Miani, que había regresado a la península, seguía siendo el hombre de confianza del ministro de Colonias. Una vez perdido el Fezzan, y viendo que la rebelión se extendía por la costa, se le volvió a enviar para restablecer las posiciones en el golfo de Sirte. Eso si, como se mantenía la política de no desplazar fuerzas metropolitanas, ni permitir el envío a Libia de más batallones eritreos, se debía confiar en el reclutamiento de banda irregulares libias, dirigidas por sus propios jefes, que, al final, constituirían el talón de Aquiles de la nueva columna Miani, y provocarían la derrota de Gasr Bu Hàdi. Por no querer optar por el abandono, ni destinar un mínimo de fuerzas al control del eje de sus posesiones coloniales, los gobernantes italianos se enfrentaron a problemas mucho más graves que ellos mismos habían provocado.
En realidad, tal como sucedía en España, la mayor parte de la sociedad italiana no entendía que se hubiera de hacer sacrificios para conseguir unas colonias pobres donde sólo veían beneficios algunos grandes inversores, los militares colonialistas y los nacionalistas más belicosos. En esto no se equivocaban, ya que las colonias siempre fueron una tragedia para la población local y un gran negocio para algunos sectores, pero nunca constituyeron un motor de desarrollo 'nacional', ni siquiera en el caso de la Gran Bretaña o Francia.
Tras la batalla de Gasr Bu Hàdi, Maiani, a costa de perder toda su artilleria, gran parte de sus armas y el aviatuallamiento, pudo salvar la mayoría de sus fuerzas, que se refugiaron en el campo atrincherado de Sirte. A quienes no se permitió la entrada fue a los irregulares libios supervivientes que no se habían unido a los rebeldes. Temerosos de que entre ellos hubiera algunos dispuestos a entregar Sirte al enemigo, las fuerzas italianas los concentraron en un espacio alamabrado y los ametrallaron a sangre fría, causando más de un centenar de muertos. El propio Miani se encargó también de ordenar la ejecución sin juicio previo de muchos notables libios de quienes sospechaba podían haber estado en connivencia con los Senussi, aunque se hubieran mantenido hasta entonces fieles a Italia.
Tal como sucede en los estados donde se da un usufructo personal de las instituciones, los responsables políticos y militares italianos descargaron toda la responsabilidad del desastre en un solo hombre: el coronel Miani. Pese a su brillante hoja de servicios, y a las urgentes necesidades de personal militar experto que planteaba la declaración de guerra a Alemania y Austria, fue apartado del ejército y pasado a la reserva con una paga miserable. Se limpiaban así de culpa quienes habían marcado la estrategia fundamental de la ocupación italiana en Libia.
Más tarde, el propio mariscal Cadorna, que no había sufrido en cambio ninguna consecuencia por su evidente imprevisión en el desastre militar de Caporetto de 1917, y que había consentido durante la guerra el apartamiento de Miani, decidió intentar rehabilitarlo, ya durante el régimen de Mussolini, en el marco de una nueva política ofensiva en el frente colonial. Las enormes resistencias mostradas por el estamento militar fueron achacadas por el coronel Miani a la influencia de los masones en el ejército, una acusación que, a mi juicio, podía terner mucho más que ver con el ambiente político italiano de 1926 -ferozmente antimasónico- que con la realidad de 1915. El coronel falleció sin ver reivindicado su nombre.
El militarismo fascista conseguiría el triunfo definitivo en Libia. Empleando todas las armas de la Primera Guerra Mundial (aviación, gases, carros blindados...), logrará convertir en héroes a medianías militares como los generales Badoglio o Graziani. En este sentido, no deja de haber un cierto paralelismo con la dictadura de Primo de Rivera que, con un vital apoyo francés, permitió el éxito de los militares 'africanistas' que habían fracasado repetidamente durante quince años en controlar el pequeño protectorado español en Marruecos .
La resistencia de los libios a la ocupación de su país fue utilizada políticamente por Gadaffi patrocinando en los años ochenta el rodaje de una película estadounidense titulada "El león del desierto", centrada en la figura de Omar Mukhtar, el líder guerrillero ahorcado por Mussolini. Aunqe recibió una acogida discreta en los países occidentales, se hizo muy popular en los países árabes, pero fue prohibida en 1982 en Italia "por dañar el honor del ejército". Aunque dicha prohibición fue levantada más tarde, este filme nunca ha sido distribuido comercialmente en Italia y todavía hoy es imposible encontrar en el mercado la versión doblada al italiano. Al parecer, se puede ensalzar de todas las maneras el derecho de los italianos a ejercer la resistencia contra la ocupación alemana de su país, pero resulta ofensivo recordar que hubo un tiempo en que también fueron ellos opresores.
La verdad es que el desempeño de Italia como potencia colonial mostraba desde antiguo momentos muy oscuros. El 1898 español tuvo su paralelo -menos dramático, eso si- en el 1896 italiano, cuando el gobierno de Roma decidió obtener su 'lugar bajo el sol' invadiendo el reino de Abisinia desde la costa eritrea. La aventura terminó de manera castrófica, cuando cuatro brigadas italianas, que sumaban más de 20.000 hombres, fueron batidas por separado por un ejército de etíopes no mucho mejor armados que en la edad media. La batalla de Adua puso fin momentáneo a sus pretensiones.
En 1911 se les ofreció una oportunidad de obtener la revancha. El liberal Giolitti, con más pretextos que razones, declaró la guerra a Turquía y obtuvo algunos territorios de su decadente imperio: Libia y las islas griegas del Dodecaneso. Pero una cosa era hacerse con la soberanía teórica del territorio y otra ocuparlo realmente. Los libios habían soportado mal y de manera laxa el dominio turco, y ahora no estaban dispuestos a dejarse conquistar fácilmente por los italianos. De esto se ocupa precisamente el libro de Del Boca: de las medidas militares tomadas para obtener la sumisión completa del territorio, en las cuales tuvo un papel fundamental el coronel Miani, protagonista de algunos grandes éxitos y del más sonoro fracaso.
El autor parte de la derrota de Gasr Bu Hàdi, explorando las actuaciones anteriores de Miani para explicar cómo pudo llegarse a una batalla donde las fuerzas irregulares libias derrotaran a un ejército colonial 'europeo'. Aparentemente, se trata de la trayectoria militar de un hombre, pero en sus personales circunstancias podemos entrever las insuficiencias en el funcionamiento del estado italiano, que explican sus fracasos coloniales y que no dejan de resultar viejas conocidas para quienes hayamos leído algo sobre las andanzas españolas en el norte de África (ver entrada del 6 de enero pasado: "Consecuencias de Annual").
El coronel Miani había conducido con rotundo éxito el año anterior -1914-, la ocupación de un extenso territorio interior, el Fezzan, que abarca todo el SO de Libia, más allá de la costa tripolitana. Aunque estaba escasamente habitado, su superficie es similar a la de toda Italia, no había transportes modernos y las condiciones climáticas eran extremas. La operación fue realizada con unos escasos 1.100 combatientes -de los que tan solo un centenar eran italianos- diez cañones, 4 ametralladoras, 4 autocarros y 1765 camellos de carga. Hubo de pelear en varios choques con las poblaciones locales que, peor armadas, y pese a su aplastante superioridad en número, sufrieron 250 muertos y cientos de heridos. Por el lado italiano, apenas se contaron una veintena de muertos, fundamentalmente soldados eritreos, y una sesentena de heridos. Una muestra de la enorme desproporción de medios con que se entablaban estos combates, y también de la habilidad del coronel italiano, que no convirtió aquellas luchas en carnicerías inútiles (como había sucedido en tantas otras partes) y que no emprendió represalias generalizadas contra las tribus que resistieron el avance europeo.
Lo que podía haber sido un gran triunfo colonial, obtenido a un costo ridiculamente bajo, se malogró rápidamente por las propias contradicciones de la política civil y militar italiana. Miani hubo de luchar con el incumplimiento de las promesas hechas a los mercenarios eritreos, que fueron retirados hacia la costa con mucho retraso, y nunca relevados por nuevas fuerzas; también con las añagazas de la política local, ya que el gobernador de Tripolitania daba su favor a otros oficiales que saboteaban sus iniciativas o dificultaban -por corrupción o por banderías castrenses- la llegada de avituallamientos en número y calidad suficiente. Además, la colaboración entre los gobernadores de Tripolitania y Cirenaica -las dos regiones costeras ya dominadas- brillaba por su ausencia, y ninguno de ellos se entendía con el ministerio de Colonias en Roma.
A ello se sumaba la fluctuante política italiana en los inicios de la primera guerra mundial. Renunciando a su inicial alianza con las potencias centrales, los italianos habían comenzado en ese 1914 el coqueteo con los Aliados. Como consecuencia, Alemania, Austria y Turquía trataron de apoyar a los rebeldes libios con armas, consejeros e incluso aparatos de radio, llegados hasta el norte de África en pequeños barcos y submarinos. Mientras tanto, el general en jefe del ejército italiano, general Cadorna, consideraba Libia un elemento totalmente secundario en su estrategia, y preconizaba desguarnecer la mayoría de las posiciones para reforzar el ejército metropolitano.
Por si fueran pocos problemas, los 'expertos' coloniales italianos habían intentado jugar sus cartas al estilo británico, enfrentando a unos notables árabes contra otros, pero haciéndolo de la peor manera, sin respetar los pactos establecidos y cambiando de bando frívolamente, lo que termino por unir a todos en un odio común contra el ocupante. En lugar de hacer honor a su palabra, algunos de sus iniciales valedores fueron encarcelados durante años como rehenes para asegurar la sumisión de sus grupos tribales, medida que no sirvió más que de acicate a la rebelión y hundió el prestigio de la palabra empeñada por los oficiales italianos.
En semejante contexto, todo lo conseguido por Miani estaba condenado. Falto de hombres, privado cada vez más de sus escasos oficiales europeos -a los que se concedía traslados y permisos pero no se les relevaba por otros- y boicoteado en su política por las autoridades superiores y algunos teóricos subordinados, resultaba imposible que pudiese ejercer el control sobre un territorio tan amplio y con unas características naturales tan difíciles. Los rebeldes libios, entretanto, aglutinados en torno a los clanes Senussi, se convencían de la real debilidad del dominio italiano en toda la colonia.
Todavía era tiempo de llevar a cabo una retirada escalonada y honrosa, pero la falta de decisión entre las autoridades responsables provocó que esto sólo se llevara a cabo tras permitir el aniquilamiento de un par de guarniciones, mientras el coronel Miani permanecía 'clavado' sobre el terreno por falta de camellos, sin poder desplazar sus escasas fuerzas en socorro de los asediados. De manera infame, cuando, finalmente, se logró enviar columnas a rescatar las posiciones más aisladas, retiraron de ellas a los mandos europeos, y se dejó abandonados a los eritreos y libios al servicio del ejército colonial, encomendándoles la custodia de unas posiciones que no se pensaba ya socorrer.
Pero Miani, que había regresado a la península, seguía siendo el hombre de confianza del ministro de Colonias. Una vez perdido el Fezzan, y viendo que la rebelión se extendía por la costa, se le volvió a enviar para restablecer las posiciones en el golfo de Sirte. Eso si, como se mantenía la política de no desplazar fuerzas metropolitanas, ni permitir el envío a Libia de más batallones eritreos, se debía confiar en el reclutamiento de banda irregulares libias, dirigidas por sus propios jefes, que, al final, constituirían el talón de Aquiles de la nueva columna Miani, y provocarían la derrota de Gasr Bu Hàdi. Por no querer optar por el abandono, ni destinar un mínimo de fuerzas al control del eje de sus posesiones coloniales, los gobernantes italianos se enfrentaron a problemas mucho más graves que ellos mismos habían provocado.
En realidad, tal como sucedía en España, la mayor parte de la sociedad italiana no entendía que se hubiera de hacer sacrificios para conseguir unas colonias pobres donde sólo veían beneficios algunos grandes inversores, los militares colonialistas y los nacionalistas más belicosos. En esto no se equivocaban, ya que las colonias siempre fueron una tragedia para la población local y un gran negocio para algunos sectores, pero nunca constituyeron un motor de desarrollo 'nacional', ni siquiera en el caso de la Gran Bretaña o Francia.
Tras la batalla de Gasr Bu Hàdi, Maiani, a costa de perder toda su artilleria, gran parte de sus armas y el aviatuallamiento, pudo salvar la mayoría de sus fuerzas, que se refugiaron en el campo atrincherado de Sirte. A quienes no se permitió la entrada fue a los irregulares libios supervivientes que no se habían unido a los rebeldes. Temerosos de que entre ellos hubiera algunos dispuestos a entregar Sirte al enemigo, las fuerzas italianas los concentraron en un espacio alamabrado y los ametrallaron a sangre fría, causando más de un centenar de muertos. El propio Miani se encargó también de ordenar la ejecución sin juicio previo de muchos notables libios de quienes sospechaba podían haber estado en connivencia con los Senussi, aunque se hubieran mantenido hasta entonces fieles a Italia.
Tal como sucede en los estados donde se da un usufructo personal de las instituciones, los responsables políticos y militares italianos descargaron toda la responsabilidad del desastre en un solo hombre: el coronel Miani. Pese a su brillante hoja de servicios, y a las urgentes necesidades de personal militar experto que planteaba la declaración de guerra a Alemania y Austria, fue apartado del ejército y pasado a la reserva con una paga miserable. Se limpiaban así de culpa quienes habían marcado la estrategia fundamental de la ocupación italiana en Libia.
Más tarde, el propio mariscal Cadorna, que no había sufrido en cambio ninguna consecuencia por su evidente imprevisión en el desastre militar de Caporetto de 1917, y que había consentido durante la guerra el apartamiento de Miani, decidió intentar rehabilitarlo, ya durante el régimen de Mussolini, en el marco de una nueva política ofensiva en el frente colonial. Las enormes resistencias mostradas por el estamento militar fueron achacadas por el coronel Miani a la influencia de los masones en el ejército, una acusación que, a mi juicio, podía terner mucho más que ver con el ambiente político italiano de 1926 -ferozmente antimasónico- que con la realidad de 1915. El coronel falleció sin ver reivindicado su nombre.
El militarismo fascista conseguiría el triunfo definitivo en Libia. Empleando todas las armas de la Primera Guerra Mundial (aviación, gases, carros blindados...), logrará convertir en héroes a medianías militares como los generales Badoglio o Graziani. En este sentido, no deja de haber un cierto paralelismo con la dictadura de Primo de Rivera que, con un vital apoyo francés, permitió el éxito de los militares 'africanistas' que habían fracasado repetidamente durante quince años en controlar el pequeño protectorado español en Marruecos .
La resistencia de los libios a la ocupación de su país fue utilizada políticamente por Gadaffi patrocinando en los años ochenta el rodaje de una película estadounidense titulada "El león del desierto", centrada en la figura de Omar Mukhtar, el líder guerrillero ahorcado por Mussolini. Aunqe recibió una acogida discreta en los países occidentales, se hizo muy popular en los países árabes, pero fue prohibida en 1982 en Italia "por dañar el honor del ejército". Aunque dicha prohibición fue levantada más tarde, este filme nunca ha sido distribuido comercialmente en Italia y todavía hoy es imposible encontrar en el mercado la versión doblada al italiano. Al parecer, se puede ensalzar de todas las maneras el derecho de los italianos a ejercer la resistencia contra la ocupación alemana de su país, pero resulta ofensivo recordar que hubo un tiempo en que también fueron ellos opresores.
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