Es bien conocida la reluctancia de Franco a viajar fuera de España durante sus cuarenta años de ejercicio de la Jefatura del Estado. Apenas unas salidas forzadas lo más cerca posible de la frontera (Hendaya, Bordighera..) y una única visita de estado a Portugal. Sin embargo, se menciona poco que el futuro Caudillo solicitó trasladarse a Alemania para visitar la Academia militar de Dresde cuando, por encargo de otro dictador, Miguel Primo de Rivera, estaba organizando la nueva Academia General Militar de Zaragoza, cuya dirección se le había encargado. Las impresiones de este viaje fueron recogidas en un informe de una cincuentena de folios que se conserva unido a su expediente personal en el archivo del Alcázar de Segovia. Algunas de sus observaciones resultan bastante ilustrativas del contexto en que se movían Franco, el ejército español y el alemán durante los años 20. Podemos conocer con bastante detalle su contenido gracias a un artículo publicado por Jesús Albert con el título Viaje de formación a Dresde. Alemania como ejemplo, en La Aventura de la Historia (2010), nº 143, pp. 44-49.
Las circunstancias eran muy especiales en aquel momento para los ejércitos de los dos estados. Como es bien conocido, en 1928 la Wermacht debía someterse a los límites marcados en el tratado de Versalles, que imponían unas fuerzas armadas de tan solo 100.000 hombres con un máximo de cuatro mil oficiales. Estos límites también afectaban a la cantidad y variedad de su armamento, quedando excluídos, por ejemplo, los gases tóxicos, los blindados y los submarinos, entre otras armas.
El ejército alemán nunca deseó respetar la nueva situación, y realizaba en secreto toda clase de preparativos para cuando fuera posible revisar lo que su numeroso sector nacionalista consideraba un simple diktat de los vencedores. También es sabido que llegaron a establecer muy buenas relaciones con otros 'parias' de la escena internacional, los soviéticos, para que algunas de sus actividades escaparan al control de las potencias occidentales.
Pero el autor centra su artículo en acuerdos similares que también se gestionaron con el ejército español. Éste andaba desesperadamente necesitado de modernizarse, ya que las dificultades en Marruecos y la incómoda neutralidad durante la Primera Guerra Mundial habían puesto claramente de relieve su más que limitada capacidad de combate. Además, una dictadura constituía el entorno político ideal para este tipo de arreglos opacos. Así -y como también explica en detalle Juan Pando en el libro sobre Annual que comentamos el pasado 5 de enero- España se ofreció para albergar una fábrica de gases tóxicos producidos por químicos alemanes. Se construyó asímismo un submarino experimental alemán que luego fue vendido a la marina turca, y se realizaron cursos 'clandestinos' de guerra química para oficiales españoles, por ejemplo. El encargado de gestionar todos estos asuntos era el agregado militar de la embajada española, Juan Beigbeder, futuro organizador de las fuerzas moras que ayudaron a la revuelta militar de 1936 y ministro de Asuntos Exteriores.
La Academia Militar General de Zaragoza era un proyecto muy querido tanto por Primo de Rivera como por Franco. Se les ofrecía la oportunidad de formar promociones de oficiales que compartieran su espíritu nacionalista y conservador y pusiesen fin a la tradicional división entre armas que había aquejado la organización militar española desde la instauración del régimen liberal. Una cerrada oposición ofrecían, sin embargo, los denominados cuerpos facultativos -fundamentalmente artillería e ingenieros-. A estas armas iban a parar, tradicionalmente, los elementos más ilustrados de la milicia, y su formación técnica era mucho más importante que la recibida por los oficiales de infantería o caballería. Como resultado, al acabar su paso por las academias respectivas, recibían también la titulación civil de ingeniero industrial o de caminos, por lo que podían, en caso necesario, plantearse el abandono de un ejército mal pagado y con muy escasas posibilidades de promoción. Para ellos, pasar dos años junto con sus compañeros de otras especialidades, de conocimientos teóricos muy limitados y educados a base de marchas y cabalgatas, constituía una evidente pérdida de tiempo y ponía en riesgo su propia capacitación profesional.
Franco deseaba inspirarse en el ejército alemán. Significativamente, no se dirigió hacia los modelos francés o británico, aureolados por la victoria en el último gran conflicto. El caso francés podía haber ofrecido la escuela de Saint-Cyr como modelo más próximo a lo que se deseaba crear, pero el general español decidió fijarse en la Escuela Militar de Dresde, fundamentalmente destinada a la infantería, cuerpo al que él mismo pertenecía. Durante dos semanas se entrevistó con responsables de la enseñanza militar alemana, giró visita a las instalaciones de la escuela y presenció, a petición propia, las maniobras desarrolladas por un batallón de infantería de la guarnición de Berlín.
A Franco le chocaron diversas cosas, algunas importantes y otras quizá más frívolas. Entre las primeras, observó que los alemanes simulaban el empleo de carros blindados en combate utilizando automóviles revestidos con planchas, y que los usaban de manera independiente a la infantería, planteamiento que le pareció incorrecto, tal como hubiera opinado también un gran número de oficiales de toda Europa. No se percató de que estaba asistiendo a los ensayos tácticos de lo que posteriormente sería conocido como bliztkrieg, lo que vendría a demostrar que la opción por el ejército alemán no era tan técnica como ideológica . En el apartado de aparentes frivolidades, incluye en el informe que los almuerzos oficiales que le ofreció la oficialidad germana eran exageradamente austeros, en claro contraste "con lo copioso de nuestros banquetes militares". En lugar de prestar tanta atención a celebraciones y ágapes, los generales alemanes se dedicaban a interrogar y corregir a los oficiales participantes en las maniobras, lo cual también causó cierta sorpresa en el futuro Caudillo.
Le chocaron mucho algunos hábitos políticos o semipolíticos introducidos en el ejército alemán tras la guerra, como la existencia de 'soldados de confianza', que ejercían de intermediarios entre oficiales y tropa y podían plantear ciertas demandas cotidianas de ésta para mejorar la situación del soldado. Y, sobre todo, el hecho de que, según le explicaron, en Austria los 'socialistas' (no habla de los otros partidos) pudiesen enviar sus militantes a los cuarteles para hacer propaganda entre la tropa -que voluntariamente les quisiera escuchar- en periodos electorales.
Consideró los métodos de enseñanza alemanes muy sofisticados, con empleo de máquinas de cine o proyectores (aprovechó para encargar algunos con destino a Zaragoza) y, sobre todo, con un planteamiento abierto de las clases donde profesores y alumnos discutían las propuestas de técnica militar explicadas en el aula, frente al tradicional estudio memorístico practicado en España. Todo ello no debió desanimarlo mucho, porque su informe concluye afirmando que, en poco tiempo, la futura Academia Militar española se hallará "a la altura de similares extranjeras".
Cuando el gobierno republicano de Azaña, que pugnaba por reducir el extraordinariamente elevado número de oficiales que sobrecargaban las plantillas, suprimió la Academia General Militar, no hizo sino enconar el rechazo que la República inspiraba a Franco, privándole de una herramienta con la que había deseado forjar a su propia imagen valores idénticos en los oficiales de todas las armas, un espíritu, por cierto, sólo en parte coincidente con el que se respiraba en las academias alemanas.
Las circunstancias eran muy especiales en aquel momento para los ejércitos de los dos estados. Como es bien conocido, en 1928 la Wermacht debía someterse a los límites marcados en el tratado de Versalles, que imponían unas fuerzas armadas de tan solo 100.000 hombres con un máximo de cuatro mil oficiales. Estos límites también afectaban a la cantidad y variedad de su armamento, quedando excluídos, por ejemplo, los gases tóxicos, los blindados y los submarinos, entre otras armas.
El ejército alemán nunca deseó respetar la nueva situación, y realizaba en secreto toda clase de preparativos para cuando fuera posible revisar lo que su numeroso sector nacionalista consideraba un simple diktat de los vencedores. También es sabido que llegaron a establecer muy buenas relaciones con otros 'parias' de la escena internacional, los soviéticos, para que algunas de sus actividades escaparan al control de las potencias occidentales.
Pero el autor centra su artículo en acuerdos similares que también se gestionaron con el ejército español. Éste andaba desesperadamente necesitado de modernizarse, ya que las dificultades en Marruecos y la incómoda neutralidad durante la Primera Guerra Mundial habían puesto claramente de relieve su más que limitada capacidad de combate. Además, una dictadura constituía el entorno político ideal para este tipo de arreglos opacos. Así -y como también explica en detalle Juan Pando en el libro sobre Annual que comentamos el pasado 5 de enero- España se ofreció para albergar una fábrica de gases tóxicos producidos por químicos alemanes. Se construyó asímismo un submarino experimental alemán que luego fue vendido a la marina turca, y se realizaron cursos 'clandestinos' de guerra química para oficiales españoles, por ejemplo. El encargado de gestionar todos estos asuntos era el agregado militar de la embajada española, Juan Beigbeder, futuro organizador de las fuerzas moras que ayudaron a la revuelta militar de 1936 y ministro de Asuntos Exteriores.
La Academia Militar General de Zaragoza era un proyecto muy querido tanto por Primo de Rivera como por Franco. Se les ofrecía la oportunidad de formar promociones de oficiales que compartieran su espíritu nacionalista y conservador y pusiesen fin a la tradicional división entre armas que había aquejado la organización militar española desde la instauración del régimen liberal. Una cerrada oposición ofrecían, sin embargo, los denominados cuerpos facultativos -fundamentalmente artillería e ingenieros-. A estas armas iban a parar, tradicionalmente, los elementos más ilustrados de la milicia, y su formación técnica era mucho más importante que la recibida por los oficiales de infantería o caballería. Como resultado, al acabar su paso por las academias respectivas, recibían también la titulación civil de ingeniero industrial o de caminos, por lo que podían, en caso necesario, plantearse el abandono de un ejército mal pagado y con muy escasas posibilidades de promoción. Para ellos, pasar dos años junto con sus compañeros de otras especialidades, de conocimientos teóricos muy limitados y educados a base de marchas y cabalgatas, constituía una evidente pérdida de tiempo y ponía en riesgo su propia capacitación profesional.
Franco deseaba inspirarse en el ejército alemán. Significativamente, no se dirigió hacia los modelos francés o británico, aureolados por la victoria en el último gran conflicto. El caso francés podía haber ofrecido la escuela de Saint-Cyr como modelo más próximo a lo que se deseaba crear, pero el general español decidió fijarse en la Escuela Militar de Dresde, fundamentalmente destinada a la infantería, cuerpo al que él mismo pertenecía. Durante dos semanas se entrevistó con responsables de la enseñanza militar alemana, giró visita a las instalaciones de la escuela y presenció, a petición propia, las maniobras desarrolladas por un batallón de infantería de la guarnición de Berlín.
A Franco le chocaron diversas cosas, algunas importantes y otras quizá más frívolas. Entre las primeras, observó que los alemanes simulaban el empleo de carros blindados en combate utilizando automóviles revestidos con planchas, y que los usaban de manera independiente a la infantería, planteamiento que le pareció incorrecto, tal como hubiera opinado también un gran número de oficiales de toda Europa. No se percató de que estaba asistiendo a los ensayos tácticos de lo que posteriormente sería conocido como bliztkrieg, lo que vendría a demostrar que la opción por el ejército alemán no era tan técnica como ideológica . En el apartado de aparentes frivolidades, incluye en el informe que los almuerzos oficiales que le ofreció la oficialidad germana eran exageradamente austeros, en claro contraste "con lo copioso de nuestros banquetes militares". En lugar de prestar tanta atención a celebraciones y ágapes, los generales alemanes se dedicaban a interrogar y corregir a los oficiales participantes en las maniobras, lo cual también causó cierta sorpresa en el futuro Caudillo.
Consideró los métodos de enseñanza alemanes muy sofisticados, con empleo de máquinas de cine o proyectores (aprovechó para encargar algunos con destino a Zaragoza) y, sobre todo, con un planteamiento abierto de las clases donde profesores y alumnos discutían las propuestas de técnica militar explicadas en el aula, frente al tradicional estudio memorístico practicado en España. Todo ello no debió desanimarlo mucho, porque su informe concluye afirmando que, en poco tiempo, la futura Academia Militar española se hallará "a la altura de similares extranjeras".
Cuando el gobierno republicano de Azaña, que pugnaba por reducir el extraordinariamente elevado número de oficiales que sobrecargaban las plantillas, suprimió la Academia General Militar, no hizo sino enconar el rechazo que la República inspiraba a Franco, privándole de una herramienta con la que había deseado forjar a su propia imagen valores idénticos en los oficiales de todas las armas, un espíritu, por cierto, sólo en parte coincidente con el que se respiraba en las academias alemanas.
Bueno, empezando por el final, Franco, nunca fue un hombre de confianza para Azaña y sus colegas, pues siempre se consideró monárquico y, además, fue nombrado, en 1923, por Alfonso XIII, gentilhombre de cámara. O sea, que no le podían tener en mucha estima los republicanos.
ResponderEliminarNo obstante, la política de Azaña pasó muy por alto intentar tener al Ejército de su parte. Él siempre se preció de conocer muy bien a los militares, pero nunca quiso atraérselos.
Otra cosa que no gustó nada a los militares es que Azaña ordenó que todos los cadetes, antes de entrar en la Academia, deberían realizar 6 meses de mili. Lo cual no sería del gusto de muchos de los aspirantes que procedían de la aristocracia y nunca se habían mezclado con la “plebe”.
Entre las normas creadas por Azaña, que pudieron perjudicar a Franco podemos destacar la de eliminar el empleo de teniente general, la de reestudiar los ascensos producidos en los años anteriores a la proclamación de la II República. También obligó a todos los militares a jurar lealtad al nuevo régimen, cosa que Franco hizo, al igual que todos los militares que se sublevaron en 1936.
Cuando Azaña llegó al Ministerio de la Guerra se encontró con una gran plantilla de oficiales, pues esa era una salida fácil para los hijos segundones de familias pudientes.
También es cierto que había muchos oficiales, pues se habían necesitado en guerras anteriores y luego no se les había licenciado.
Del mismo modo, se encontró con regimientos de caballería, que tenían muy pocos caballos o regimientos de ametralladoras que no tenían ninguna.
Tampoco debemos de olvidar que, por entonces, España estaba empezando a sufrir los efectos de la famosa crisis de 1929 y no se podía permitir tales gastos. Eso es algo que deja muy claro Azaña en sus memorias.
En fin, la idea de la Academia General, en mi opinión, era buena, para poder crear un Ejército que se moviera como una sola máquina y no que fuera cada uno por su lado, como hasta entonces. Aunque también es cierto que los cuerpos facultativos deberían de tener el suficiente tiempo para poder formar a sus cadetes.
Parece que otra vez se ha retomado esa idea de tenerlos a todos juntos. Ya veremos lo que van a tardar esos cuerpos técnicos en quejarse.
Saludos de otro antiguo alumno de la UNED.