La respuesta a la pregunta que encabeza el artículo es que, a buen seguro, no. Pero casi estuvieron a punto de lograrlo en 1983. La aparatosa invasión de Granada, pequeña isla caribeña cuyo gobierno se había unido al bloque prosoviético unos años antes, fue la primera operación militar norteamericana exitosa tras la guerra del Vietnam. Aunque la desproporción de fuerzas entre los contendientes convertía esta 'campaña' en algo un poco teatral, no hay duda de que sirvió para levantar la alicaida imagen de la gran potencia estadounidense, muy dañada por los desastres en el Extremo Oriente y por la sensación de impotencia ante los éxitos de las guerrillas centroamericanas o el prolongado secuestro de los rehenes atrapados en la embajada de Teherán. Seguramente, la victoria en Granada no habría tenido este efecto de haberse sabido por entonces lo que realmente ocurrió en la isla y cómo un pésimo trabajo organizativo previo puso al ejército norteamericano al borde del ridículo, frente a un enemigo que no deseaba otra cosa sino rendirse. Esto es lo que nos explica el libro Breve historia de la incompetencia militar, publicado por Ed Strosser y Michael Prince (Barcelona: Ediciones B, 2009) en un capítulo memorable, a la altura de las mejores comedias bélicas de los años setenta.
La obra de Strosser y Prince es un remedo descarado del gran clásico de Geoffrey Regan Historia de la incompetencia militar, de calidad llamativamente desigual entre los diferentes episodios que narra, y que, por mantener el tono humorístico del relato, pierde con cierta frecuencia la calidad historiográfica mínima que debe exigirse incluso en una obra de divulgación. Sin embargo, uno de los pasajes mejor conseguidos es el capítulo 15, donde se hace referencia a esta invasión de Granada.
Para entender qué hacían las tropas de una hiperpotencia metidas en este minúsculo 'fregado', es necesario recordar que en 1980 había llegado al poder Ronald Reagan con un programa político que pretendía dar la vuelta al sentimiento de impotencia creado por la derrota en Vietnam y por las crisis más recientes que acabamos de mencionar. Tras deponer al caciquil Eric Gairy, un político que practicaba el matonismo y advertía en la ONU sobre próximas invasiones de extraterrestres, en la isla de Granada gobernaba un joven primer ministro que había hecho públicas declaraciones de adhesión al marxismo y solidaridad con el régimen cubano, Maurice Bishop, muy activo en el decadente foro internacional de los Países No Alineados. Lo cierto es que la pequeña isla no parecía el entorno ideal para encabezar grandes proyectos revolucionarios. Hablamos de un miniestado de apenas cien mil habitantes que sobrevivía gracias a su producción de nuez moscada, al turismo y a los ingresos que suponía la facultad privada de medicina de St. George's, donde estudiaban los norteamericanos que no habían hallado plaza en universidades de más prestigio o que querían compaginar su formación con una placentera estancia en el Caribe. Para relanzar la economía, el gobierno, que seguía otorgando un importante papel a la iniciativa privada, se habían propuesto abrir, con apoyo cubano, un aeropuerto internacional que atrajese más turistas. Para los feroces anticomunistas de la administración Reagan, aquello podía ser el anticipo de una base aérea soviética casi tan peligrosa para Estados Unidos como los famosos misiles de 1962 (o una etapa en la ruta de las fuerzas cubanas que combatían en el sur de África). Lo cierto es que el libro no sitúa todos los parámetros de la situación política local e internacional previa a la invasión.
El ejército de Granada apenas contaba con quinientos soldados regulares y unos cientos de milicianos que no inervinieron en esta historia El partido gobernante, conocido por el evocador nombre de Nueva Joya, hervía en disensiones. La principal la encabezaba el tesorero del partido, Noel Coard, que se enfrentó abiertamente a Bishop y lo arrestó cuando regresaba de un viaje a La Habana. Pero se trataba de un líder muy popular y, nada más conocerse su detención, una fuerte movilización paralizó la isla durante cinco días y terminó liberando a Bishop, quien fue trasladado al cuartel general del Ejército. Éste se confió y no hizo nada para detener a su rival. Coard, con mejores lealtades militares, se abrió paso por sorpresa entre la multitud y apresó a Bishop y sus colaboradores más directos, que fueron ejecutados, mientras se ofrecía al pueblo y al mundo la sorprendente explicación de que el asesinado presidente había intentado dar un golpe de estado frustrado por el Ejército. Se formó un Consejo Militar Revolucionario y se decretó el estado de sitio.
Estas noticias llenaron de gozo a la administración Reagan. Proporcionaba un argumento ideal para intervenir en los asuntos de Granada, en defensa de los centenares de estudiantes norteamericanos atrapados en aquella confusa situación. La pieza esencial del despliegue sería el coronel Oliver North, ayudante del Consejo de Seguridad Nacional, un fanático republicano dispuesto a hacer ondear la bandera de Estados Unidos, de acuerdo con la ley, o sin ella.
El Estado Mayor Conjunto, formado por militares virulentamente anticomunistas, era, sin embargo, contrario a la invasión. No se tenían informaciones concretas de lo que estaba sucediendo ni de la distribución de las fuerzas granadinas o sobre su moral de combate. Pero North y sus amigos maniobraron para obtener una solicitud de la Organización de Estados Caribeños Orientales (una serie de otras pequeñas islas amigas) pidiéndo a los Estados Unidos que interviniera para restablecer el orden. Los diplomáticos de Estados Unidos y Gran Bretaña exigieron la evacuación de los estudiantes de la isla, y el nuevo gobierno militar estaba dispuesto a consentirla, siempre que no se utilizase un buque de guerra norteamericano, para no dar pie a una invasión. El problema es que el aeropuesto existente era demasiado pequeño para evacuar seiscientas personas a la vez. Los golpistas granadinos se dirigieron a Estados Unidos, pero utilizaron el fax de la embajada americana en Barbados, y a Londres, pero equivocaron el número de fax y lo enviaron a una compañía de plásticos, lo cual da idea de su competencia diplomática.
El plan de invasión fue ideado por Oliver North y excluía al Estado Mayor norteamericano, pero, en cambio, implicaba a todos los cuerpos militares para que pudieran compartir la gloria de una operación de rescate de rehenes con éxito. El resultado fue una confusión monumental. Entre tanto, el presidente Reagan se había desplazado a presenciar el Masters de Augusta de golf, en Georgia.
Aquí intervinieron inesperadamente los enemigos de Estados Unidos en Líbano, que consiguieron hacer estallar un cuartel de los marines en Beirut ocasionando doscientos fallecidos. De repente, Granada pasaba a segundo plano, Reagan hubo de regresar a Washington, y la operación debía realizarse rápidamente y sin problemas, para atender a frentes más acuciantes en Oriente Próximo. Se transmitieron las órdenes a los comandantes de las unidades, quienes descubrieron que no se disponía de ningún mapa preciso de la isla.
Ante la amenaza de invasión, el valiente golpista Coard y sus amigos se habían refugiado en los subterráneos de fort Frederick, una posición privada de comunicación por radio, con su minúsculo ejército. En la isla también había unos seiscientos cubanos, ocupados en la construcción del aeropuerto, pero Castro dio órdenes de que tan sólo se defendieran si eran atacados.
A pesar de su falta de información previa, vista la desproporción de medios, los comandantes de las tropas de intervención aseguraron que podían controlar la situación en un día. Dieron por supuesto que todos los estudiantes se habían concentrado en el campus de la facultad, presos del pánico, y no se molestaron en confirmarlo. La primera noche estaba previsto que unidades avanzadas de la marina y la fuerza aérea ocuparan la gran pista de aterrizaje en construcción y pusieran faros de navegación para guiar a las fuerzas invasoras. Fueron lanzados en paracaidas y cayeron en el océano, a oscuras, más o menos cerca de donde se aproximaban los barcos y con fuerte viento. Cuatro de los dieciséis soldados se ahogaron y la misión fue cancelada.
Se intentó repetir un desembarco en botes a la noche siguiente, pero no pudo hacerse debido al fuerte oleaje. Mientras tanto, la flota de invasión permanecía cerca de la isla imposibilitada para operar. Ya que no se podía utilizar la pista, la primera oleada de invasores debería ser lanzada en paracaídas. Tuvieron la fortuna de que los cubanos, que podían haberlos acribillado, no dispararan, y de que los tiradores granadinos fueran fácilmente alejados por la fuerza aérea. Inmediatamente acudieron a rescatar a los supuestos rehenes a quienes nadie amenazaba, tan sólo para descubrir que la mayoría se encontraban tranquilamente instalados en otras residencias más cercanas a la capital.
Un único tirador se opuso al avance de los rangers por la pista aérea. Éstos pidieron fuego de cobertura a la aviación, pero las comunicaciones no funcionaron. Cuando dos helicopteros pudieron contactar con uno de los controladores de tierra descubrieron que no conseguían entender las instrucciones porque se les habia dado mapas diferentes. Por fin, uno de los soldados pudo indicarles dónde estaba el tirador enemigo utilizando un espejo de afeitar.
La cosa parecía ir mejor porque dos batallones aerotransportados habían desembarcado más al sur y unidades anfibias de marines al norte, donde se encontraba el pequeño aeropuerto operativo. Tan sólo faltaba coordinarse con los que 'luchaban' en el aeropuerto en construcción, pero tal coordinación nunca se pudo realizar. Los rangers llegados en primer lugar se habían dejado sus vehículos con radios de largo alcance. Por la tarde, los granadinos se atrevieron a contraatacar con tres vehículos blindados, pero fueron fácilmente rechazados ya que no tenían ningún apoyo. Los mandos norteamericanos, que al final del día ni habían puesto fuera de combate a las tropas de Coard, ni habían rescatado a los estudiantes, ni se habían coordinado entre ellos, llegaron a la conclusión de que necesitaban más tropas.
Otros tres objetivos previstos para aquel día tampoco se estaban alcanzando. Un equipo de expertos de la marina, especialmente entrenados, había ocupado una estación de radio cerca de la capital, pero fueron contraatacados por un sólo vehículo blindado. Pese a su calidad de fuerzas especiales y al armamento que portaban, optaron por dispersarse y por la noche abandonaron la playa para regresar a nado hasta uno de los barcos. La artillería naval pudo entonces disparar, pero erró el blanco. Quizá no se hubieran preocupado tanto de saber que los granadinos no utilizaban esta flamante estación de radio sino una más antigua situada dentro de la capital.
El segundo objetivo era el rescate del gobernador británico de la isla -título honorífico, ya que el estado pertenecía a la Commonwealth-. Fuerzas especiales fueron transportadas en los nuevos helicópteros Black Hawk y descendieron mediante cuerdas sobre su residencia, mientras eran atacados por otro solitario vehículo blindado. A pesar de tener apoyo aéreo, los comandos de la marina se consideraron sitiados por el fuego enemigo y se refugiaron en la casa del gobernador con éste bajo una mesa y sin poder contactar con las fuerzas del aeropuerto.
El tercer objetivo era la prisión de Richmond Hill, donde se suponía que había prisioneros políticos. Recibieron el encargo de ocuparla comandos especiales del Ejército y los Rangers, con cinco helicópteros Black Hawk, que no tardaron en descubrir que no existía ningún lugar adecuado para el aterrizaje. Además, estaban sometidos al posible fuego de la fortaleza de Fort Frederick, donde se escondía Noel Coard. Uno de los helicópteros fue derribado, y fue necesario hacer intervenir a la aviación naval para machacar las defensas granadinas. De paso, volaron un hospital psiquiátrico y mataron a veintisiete pacientes.
Se hizo desembarcar a una compañía de marines con tanques y blindados a las siete de la tarde para rescatar a los sitiados en la Casa del Gobierno, con apoyo también de helicópteros de la Marina, pero a nadie se le dió información previa. El comandante de su batallón no fue informado y se pasó la noche tratando de averiguar desde un helicóptero dónde estaban sus hombres. Para colmo, la mayor parte de las fuerzas granadinas se encontraban en el campamento Calivigny que, por ignorancia, ni siquiera había sido atacado. Los servicios de información reportaron equivocadamente que el campamento podía albergar a soldados cubanos y asesores rusos.
Nadie supo nada de este ridículo durante el primer día porque el Pentágono había tomado la precaución de excluir totalmente a los periodistas de las operaciones militares, por primera vez en la historia de Estados Unidos. Siete de ellos lograron, sin embargo, desembarcar tranquilamente en la capital de la isla en un simple velero turístico, sin encontrar ningún problema. A la madrugada siguiente, el gobernador británico pudo ser rescatado sin oposición y firmó, con fecha atrasada, una solicitud de invasión de la isla.
Los líderes del Consejo Militar Revolucionario dieron orden de cesar toda resistencia y trataron de confundirse entre la población. Los marines ocuparon tranquilamentre Fort Frederick. Un estudiante radioaficionado pudo contactar con los mandos militares de Guam y proporcionar las primeras informaciones fiables a las fuerzas de invasión. Aunque nadie amenazaba a los estudiantes, el general Norman Schwarzkopf insistió en que se llevara para su rescate helicópteros a la 82ª Compañía Aerotransportada y que se bombardeasen los alrededores durante diez minutos. Dos helicópteros resultaron dañados cuando chocaron con las palmeras.
Se decidió también atacar el campamento Calvingny con helicópteros, ya que no se podía abordar desde la playa y sólo existía una carretera. Aunque no había muestras de actividad enemiga, la posición fue bombardeada desde el mar y el aire, antes de la llegada de los rangers. Los disparos del Ejército fallaron porque "el comandante que lo observaba desde su helicóptero, no pudo ajustar el tiro porque el observador de artillería no estaba sentado junto a él y los artilleros se habían dejado sus círculos de puntería en Estados Unidos." La armada no lo hizo mejor y tuvo que cesar el fuego para no alcanzar a sus propios aparatos. Los edificios fueron finalmente volados por la fuerza aérea. Cuando descendieron los helicópteros, uno cayó en una zanja y murieron tres soldados. A todo esto, el campamento estaba vacío.
Al tercer día, un tirador disparó sobre Equipos de Control de Combate, que no pudieron contactar con el mando porque no se les habia entregado los códigos correctos. Pese a todo, solicitaron apoyo aéreo, que aplastó... una posición norteamericana donde tres soldados resultaron heridos. Los comandantes americanos estaban seguros de que centenares de cubanos habían huído al interior de la isla. Enviaron en su persecución a numerosas patrullas sobrecargadas de equipo y vestidas con poliéster, que sufrieron decenas de bajas por exceso de calor. No consiguieron avistar a ningún cubano porque todos estaban ya prisioneros.
Los estudiantes norteamericanos que residían fuera del Campus permanecieron mientras tanto sin ningún problema en la isla y las fuerzas norteamericanas pudieron explicar una gran victoria, reportando sesenta y seis muertos granadinos y veinticuatro cubanos a cambio de tan solo diecinueve estadounidenses -y más de cien heridos-. Pero en este balance no se incluyeron las bajas de las fuerzas especiales, que fueron declaradas secreto oficial. Se entregaron a los participantes en la operación 30.000 medallas militares.
Propagandísticamente, fue una gran victoria para Ronald Reagan, que pudo recuperar el orgullo nacionalista de Estados Unidos en un conflicto rápido y brillante. El responsable de todo el desaguisado organizativo fue considerado un ejecutivo resuelto y pudo demostrar más adelante sus capacidades y su respeto a la Constitución americana cuando, contraviniendo las órdenes del Congreso, se dedicó a exportar secretamente misiles al 'archimalísimo' Irán de los ayathollas para financiar la guerra contra los sandinistas de Nicaragua. Cuando fue finalmente acusado y condenado por ello, se escudó en que seguía las órdenes de su 'comandante en Jefe' y que no sabía nada de política. Sus aires de pulido alumno de West Point y guerrero incansable contra el comunismo le valieron la devoción de los republicanos más viscerales y Estados Unidos conoció un movimiento de retorno a los valores castrenses denominado en su honor 'Ollimania'. Cosas del nacionalismo más desenfrenado. Así se escribe también la historia.
La obra de Strosser y Prince es un remedo descarado del gran clásico de Geoffrey Regan Historia de la incompetencia militar, de calidad llamativamente desigual entre los diferentes episodios que narra, y que, por mantener el tono humorístico del relato, pierde con cierta frecuencia la calidad historiográfica mínima que debe exigirse incluso en una obra de divulgación. Sin embargo, uno de los pasajes mejor conseguidos es el capítulo 15, donde se hace referencia a esta invasión de Granada.
Para entender qué hacían las tropas de una hiperpotencia metidas en este minúsculo 'fregado', es necesario recordar que en 1980 había llegado al poder Ronald Reagan con un programa político que pretendía dar la vuelta al sentimiento de impotencia creado por la derrota en Vietnam y por las crisis más recientes que acabamos de mencionar. Tras deponer al caciquil Eric Gairy, un político que practicaba el matonismo y advertía en la ONU sobre próximas invasiones de extraterrestres, en la isla de Granada gobernaba un joven primer ministro que había hecho públicas declaraciones de adhesión al marxismo y solidaridad con el régimen cubano, Maurice Bishop, muy activo en el decadente foro internacional de los Países No Alineados. Lo cierto es que la pequeña isla no parecía el entorno ideal para encabezar grandes proyectos revolucionarios. Hablamos de un miniestado de apenas cien mil habitantes que sobrevivía gracias a su producción de nuez moscada, al turismo y a los ingresos que suponía la facultad privada de medicina de St. George's, donde estudiaban los norteamericanos que no habían hallado plaza en universidades de más prestigio o que querían compaginar su formación con una placentera estancia en el Caribe. Para relanzar la economía, el gobierno, que seguía otorgando un importante papel a la iniciativa privada, se habían propuesto abrir, con apoyo cubano, un aeropuerto internacional que atrajese más turistas. Para los feroces anticomunistas de la administración Reagan, aquello podía ser el anticipo de una base aérea soviética casi tan peligrosa para Estados Unidos como los famosos misiles de 1962 (o una etapa en la ruta de las fuerzas cubanas que combatían en el sur de África). Lo cierto es que el libro no sitúa todos los parámetros de la situación política local e internacional previa a la invasión.
El ejército de Granada apenas contaba con quinientos soldados regulares y unos cientos de milicianos que no inervinieron en esta historia El partido gobernante, conocido por el evocador nombre de Nueva Joya, hervía en disensiones. La principal la encabezaba el tesorero del partido, Noel Coard, que se enfrentó abiertamente a Bishop y lo arrestó cuando regresaba de un viaje a La Habana. Pero se trataba de un líder muy popular y, nada más conocerse su detención, una fuerte movilización paralizó la isla durante cinco días y terminó liberando a Bishop, quien fue trasladado al cuartel general del Ejército. Éste se confió y no hizo nada para detener a su rival. Coard, con mejores lealtades militares, se abrió paso por sorpresa entre la multitud y apresó a Bishop y sus colaboradores más directos, que fueron ejecutados, mientras se ofrecía al pueblo y al mundo la sorprendente explicación de que el asesinado presidente había intentado dar un golpe de estado frustrado por el Ejército. Se formó un Consejo Militar Revolucionario y se decretó el estado de sitio.
Estas noticias llenaron de gozo a la administración Reagan. Proporcionaba un argumento ideal para intervenir en los asuntos de Granada, en defensa de los centenares de estudiantes norteamericanos atrapados en aquella confusa situación. La pieza esencial del despliegue sería el coronel Oliver North, ayudante del Consejo de Seguridad Nacional, un fanático republicano dispuesto a hacer ondear la bandera de Estados Unidos, de acuerdo con la ley, o sin ella.
El Estado Mayor Conjunto, formado por militares virulentamente anticomunistas, era, sin embargo, contrario a la invasión. No se tenían informaciones concretas de lo que estaba sucediendo ni de la distribución de las fuerzas granadinas o sobre su moral de combate. Pero North y sus amigos maniobraron para obtener una solicitud de la Organización de Estados Caribeños Orientales (una serie de otras pequeñas islas amigas) pidiéndo a los Estados Unidos que interviniera para restablecer el orden. Los diplomáticos de Estados Unidos y Gran Bretaña exigieron la evacuación de los estudiantes de la isla, y el nuevo gobierno militar estaba dispuesto a consentirla, siempre que no se utilizase un buque de guerra norteamericano, para no dar pie a una invasión. El problema es que el aeropuesto existente era demasiado pequeño para evacuar seiscientas personas a la vez. Los golpistas granadinos se dirigieron a Estados Unidos, pero utilizaron el fax de la embajada americana en Barbados, y a Londres, pero equivocaron el número de fax y lo enviaron a una compañía de plásticos, lo cual da idea de su competencia diplomática.
El plan de invasión fue ideado por Oliver North y excluía al Estado Mayor norteamericano, pero, en cambio, implicaba a todos los cuerpos militares para que pudieran compartir la gloria de una operación de rescate de rehenes con éxito. El resultado fue una confusión monumental. Entre tanto, el presidente Reagan se había desplazado a presenciar el Masters de Augusta de golf, en Georgia.
Aquí intervinieron inesperadamente los enemigos de Estados Unidos en Líbano, que consiguieron hacer estallar un cuartel de los marines en Beirut ocasionando doscientos fallecidos. De repente, Granada pasaba a segundo plano, Reagan hubo de regresar a Washington, y la operación debía realizarse rápidamente y sin problemas, para atender a frentes más acuciantes en Oriente Próximo. Se transmitieron las órdenes a los comandantes de las unidades, quienes descubrieron que no se disponía de ningún mapa preciso de la isla.
Ante la amenaza de invasión, el valiente golpista Coard y sus amigos se habían refugiado en los subterráneos de fort Frederick, una posición privada de comunicación por radio, con su minúsculo ejército. En la isla también había unos seiscientos cubanos, ocupados en la construcción del aeropuerto, pero Castro dio órdenes de que tan sólo se defendieran si eran atacados.
A pesar de su falta de información previa, vista la desproporción de medios, los comandantes de las tropas de intervención aseguraron que podían controlar la situación en un día. Dieron por supuesto que todos los estudiantes se habían concentrado en el campus de la facultad, presos del pánico, y no se molestaron en confirmarlo. La primera noche estaba previsto que unidades avanzadas de la marina y la fuerza aérea ocuparan la gran pista de aterrizaje en construcción y pusieran faros de navegación para guiar a las fuerzas invasoras. Fueron lanzados en paracaidas y cayeron en el océano, a oscuras, más o menos cerca de donde se aproximaban los barcos y con fuerte viento. Cuatro de los dieciséis soldados se ahogaron y la misión fue cancelada.
Se intentó repetir un desembarco en botes a la noche siguiente, pero no pudo hacerse debido al fuerte oleaje. Mientras tanto, la flota de invasión permanecía cerca de la isla imposibilitada para operar. Ya que no se podía utilizar la pista, la primera oleada de invasores debería ser lanzada en paracaídas. Tuvieron la fortuna de que los cubanos, que podían haberlos acribillado, no dispararan, y de que los tiradores granadinos fueran fácilmente alejados por la fuerza aérea. Inmediatamente acudieron a rescatar a los supuestos rehenes a quienes nadie amenazaba, tan sólo para descubrir que la mayoría se encontraban tranquilamente instalados en otras residencias más cercanas a la capital.
Un único tirador se opuso al avance de los rangers por la pista aérea. Éstos pidieron fuego de cobertura a la aviación, pero las comunicaciones no funcionaron. Cuando dos helicopteros pudieron contactar con uno de los controladores de tierra descubrieron que no conseguían entender las instrucciones porque se les habia dado mapas diferentes. Por fin, uno de los soldados pudo indicarles dónde estaba el tirador enemigo utilizando un espejo de afeitar.
La cosa parecía ir mejor porque dos batallones aerotransportados habían desembarcado más al sur y unidades anfibias de marines al norte, donde se encontraba el pequeño aeropuerto operativo. Tan sólo faltaba coordinarse con los que 'luchaban' en el aeropuerto en construcción, pero tal coordinación nunca se pudo realizar. Los rangers llegados en primer lugar se habían dejado sus vehículos con radios de largo alcance. Por la tarde, los granadinos se atrevieron a contraatacar con tres vehículos blindados, pero fueron fácilmente rechazados ya que no tenían ningún apoyo. Los mandos norteamericanos, que al final del día ni habían puesto fuera de combate a las tropas de Coard, ni habían rescatado a los estudiantes, ni se habían coordinado entre ellos, llegaron a la conclusión de que necesitaban más tropas.
Otros tres objetivos previstos para aquel día tampoco se estaban alcanzando. Un equipo de expertos de la marina, especialmente entrenados, había ocupado una estación de radio cerca de la capital, pero fueron contraatacados por un sólo vehículo blindado. Pese a su calidad de fuerzas especiales y al armamento que portaban, optaron por dispersarse y por la noche abandonaron la playa para regresar a nado hasta uno de los barcos. La artillería naval pudo entonces disparar, pero erró el blanco. Quizá no se hubieran preocupado tanto de saber que los granadinos no utilizaban esta flamante estación de radio sino una más antigua situada dentro de la capital.
El segundo objetivo era el rescate del gobernador británico de la isla -título honorífico, ya que el estado pertenecía a la Commonwealth-. Fuerzas especiales fueron transportadas en los nuevos helicópteros Black Hawk y descendieron mediante cuerdas sobre su residencia, mientras eran atacados por otro solitario vehículo blindado. A pesar de tener apoyo aéreo, los comandos de la marina se consideraron sitiados por el fuego enemigo y se refugiaron en la casa del gobernador con éste bajo una mesa y sin poder contactar con las fuerzas del aeropuerto.
El tercer objetivo era la prisión de Richmond Hill, donde se suponía que había prisioneros políticos. Recibieron el encargo de ocuparla comandos especiales del Ejército y los Rangers, con cinco helicópteros Black Hawk, que no tardaron en descubrir que no existía ningún lugar adecuado para el aterrizaje. Además, estaban sometidos al posible fuego de la fortaleza de Fort Frederick, donde se escondía Noel Coard. Uno de los helicópteros fue derribado, y fue necesario hacer intervenir a la aviación naval para machacar las defensas granadinas. De paso, volaron un hospital psiquiátrico y mataron a veintisiete pacientes.
Se hizo desembarcar a una compañía de marines con tanques y blindados a las siete de la tarde para rescatar a los sitiados en la Casa del Gobierno, con apoyo también de helicópteros de la Marina, pero a nadie se le dió información previa. El comandante de su batallón no fue informado y se pasó la noche tratando de averiguar desde un helicóptero dónde estaban sus hombres. Para colmo, la mayor parte de las fuerzas granadinas se encontraban en el campamento Calivigny que, por ignorancia, ni siquiera había sido atacado. Los servicios de información reportaron equivocadamente que el campamento podía albergar a soldados cubanos y asesores rusos.
Nadie supo nada de este ridículo durante el primer día porque el Pentágono había tomado la precaución de excluir totalmente a los periodistas de las operaciones militares, por primera vez en la historia de Estados Unidos. Siete de ellos lograron, sin embargo, desembarcar tranquilamente en la capital de la isla en un simple velero turístico, sin encontrar ningún problema. A la madrugada siguiente, el gobernador británico pudo ser rescatado sin oposición y firmó, con fecha atrasada, una solicitud de invasión de la isla.
Los líderes del Consejo Militar Revolucionario dieron orden de cesar toda resistencia y trataron de confundirse entre la población. Los marines ocuparon tranquilamentre Fort Frederick. Un estudiante radioaficionado pudo contactar con los mandos militares de Guam y proporcionar las primeras informaciones fiables a las fuerzas de invasión. Aunque nadie amenazaba a los estudiantes, el general Norman Schwarzkopf insistió en que se llevara para su rescate helicópteros a la 82ª Compañía Aerotransportada y que se bombardeasen los alrededores durante diez minutos. Dos helicópteros resultaron dañados cuando chocaron con las palmeras.
Se decidió también atacar el campamento Calvingny con helicópteros, ya que no se podía abordar desde la playa y sólo existía una carretera. Aunque no había muestras de actividad enemiga, la posición fue bombardeada desde el mar y el aire, antes de la llegada de los rangers. Los disparos del Ejército fallaron porque "el comandante que lo observaba desde su helicóptero, no pudo ajustar el tiro porque el observador de artillería no estaba sentado junto a él y los artilleros se habían dejado sus círculos de puntería en Estados Unidos." La armada no lo hizo mejor y tuvo que cesar el fuego para no alcanzar a sus propios aparatos. Los edificios fueron finalmente volados por la fuerza aérea. Cuando descendieron los helicópteros, uno cayó en una zanja y murieron tres soldados. A todo esto, el campamento estaba vacío.
Al tercer día, un tirador disparó sobre Equipos de Control de Combate, que no pudieron contactar con el mando porque no se les habia entregado los códigos correctos. Pese a todo, solicitaron apoyo aéreo, que aplastó... una posición norteamericana donde tres soldados resultaron heridos. Los comandantes americanos estaban seguros de que centenares de cubanos habían huído al interior de la isla. Enviaron en su persecución a numerosas patrullas sobrecargadas de equipo y vestidas con poliéster, que sufrieron decenas de bajas por exceso de calor. No consiguieron avistar a ningún cubano porque todos estaban ya prisioneros.
Los estudiantes norteamericanos que residían fuera del Campus permanecieron mientras tanto sin ningún problema en la isla y las fuerzas norteamericanas pudieron explicar una gran victoria, reportando sesenta y seis muertos granadinos y veinticuatro cubanos a cambio de tan solo diecinueve estadounidenses -y más de cien heridos-. Pero en este balance no se incluyeron las bajas de las fuerzas especiales, que fueron declaradas secreto oficial. Se entregaron a los participantes en la operación 30.000 medallas militares.
Propagandísticamente, fue una gran victoria para Ronald Reagan, que pudo recuperar el orgullo nacionalista de Estados Unidos en un conflicto rápido y brillante. El responsable de todo el desaguisado organizativo fue considerado un ejecutivo resuelto y pudo demostrar más adelante sus capacidades y su respeto a la Constitución americana cuando, contraviniendo las órdenes del Congreso, se dedicó a exportar secretamente misiles al 'archimalísimo' Irán de los ayathollas para financiar la guerra contra los sandinistas de Nicaragua. Cuando fue finalmente acusado y condenado por ello, se escudó en que seguía las órdenes de su 'comandante en Jefe' y que no sabía nada de política. Sus aires de pulido alumno de West Point y guerrero incansable contra el comunismo le valieron la devoción de los republicanos más viscerales y Estados Unidos conoció un movimiento de retorno a los valores castrenses denominado en su honor 'Ollimania'. Cosas del nacionalismo más desenfrenado. Así se escribe también la historia.
Una historia jocosa si no le buscamos en fondo triste que subyace.
ResponderEliminarCreo recordar una película de Clint Eastwood, muy americana ella, en la que parte de la acción se desarrollaba en esta invasión de Granada. Los enemigos a derrotar eran mayormente cubanos.
Un saludo
Arturo
Es como si Terry Pratchet hubiera redactado una parodia de la invasión...la realidad superando a la ficción, como siempre...
ResponderEliminarEl sargento de hierro.
ResponderEliminarNo es, desde luego, de las mejores películas de Clint, aunque supongo que en el fondo no se trata solo de americanismo, sino de dejar claro que el "pensamiento" militar es todo menos pensamiento.
si hubieran sido soldados , eran constructores , que vergüenza .
ResponderEliminarLos sociopatas se creen dioses.
ResponderEliminarLo que no admiten, es la responsabilidad de la extrema derecha en la aparición del terrorismo y eso se llama complicidad.
Hacen creer a otros gobierno que la única forma de acumular riquezas, lucro y poder; es con practicas de control de la población de los seres humanos, Genocidio, Guerras, sitios a ciudades, Exclusión por la fuerza de territorios y sus recursos asociados. Aborto obligatorio, Infanticidio, Eugenesia.
Llegando a su máxima genialidad de control poblacional con el negocio de la salud. Si tienes dinero buena suerte si no lo tienes mala suerte.
Reclutando a todo tipo de sociopatas,sicopatas, tontos utiles, etc. para darles infraestructura, información, educación (medicos), todo para maximizar las ganancias.
Si la mayoría de los indigenas han sido exterminados, entonces en tiempo de crisis, a quienes les aplican la política de control poblacional??????????????
http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2013/05/25/la-mayor-ventaja-en-una-sociedad-ultracompetitiva-ser-un-sociopata-121455/