Lo único que aprendemos de la historia es que no aprendemos de la historia (Hegel)

sábado, 23 de julio de 2011

¿Se puede historiar lo que no ha ocurrido? España sin guerra civil

Una de las nuevas disciplinas historiográficas con más auge durante los años ochenta y noventa fue la denominada "historia virtual". Como en una prueba de laboratorio, trata de confirmar la pertinencia de las causas y consecuencias asignadas a un hecho histórico mediante la elaboración de contrafactuales que permitan imaginar el desarrollo de los acontecimientos en caso de haber sucedido de forma diferente. Ha tenido un desarrollo mayor entre los profesionales de la historia contemporánea que en otras áreas de conocimiento, quizá porque la abundancia de información y la inmediatez de los hechos permiten cuestionarse más cosas y plantear otras posibilidades. La corrección académica de semejantes pruebas se sostiene sobre el rigor del análisis previo de lo ocurrido, la coherencia de las hipótesis formuladas y una relación lógica de los hechos conocidos con aquellos otros que se proponen como alternativa.

Entre los autores que han cultivado este tipo de reflexión histórica destacan nombres como Niall Fergusson o Nigel Towson. Y entre los españoles, el desaparecido Javier Tusell y Enrique Santos Julià. Precisamente, es este conocido historiador quien nos propuso una pregunta clave: "¿Que hubiera pasado sin la rebelión militar de julio de 1936?" en Historia Virtual ¿Qué hubiera pasado si...? de Niall Fergusson (dir.) (Madrid: Taurus, 1999) todavía a la venta. Una reflexión de lectura necesaria ahora que los debates vuelven a reavivarse al cumplirse el 75 aniversario de aquellos hechos.


El artículo resulta interesante en la medida que Santos Julià ya venía insistiendo en una visión propia y muy interesante sobre el origen de la guerra civil. Con un profundo conocimiento del panorama político español durante los años 30, ha desarrollado en esta y otras publicaciones la idea de que a la guerra civil no se llega, tal como vino a predicar la propaganda de los golpistas y también luego la republicana, como resultado del choque de dos ideologías progresivamente enfrentadas en torno a las cuales había terminado por agruparse el conjunto de la población sin que hubiera posibilidad de entendimiento, en una España parecida a un volcan al borde de la erupción. Por el contrario, Santos Julià denuncia que la situación política de aquellos años ha sido con demasiada frecuencia vista teleológicamente, en función de los hechos que luego sucedieron, y que los problemas de la II República se han querido ver, falsamente, como una mera antesala
de la guerra civil. Por el contrario, lo que terminó por precipitar el golpe de estado de la ultraderecha y el contragolpe revolucionario de la izquierda fue la inexistencia de unidad y auténtica autoridad política en los dos supuestos bandos. "Por debajo de la apariencia de los dos bloques o frentes alineados en orden de batalla, un frente popular y un frente de la contrarrevolución, lo que realmente existían eran meras coaliciones electorales que englobaban a partidos incapaces de formar un gobierno de coalición o constituir una disciplinada y homogénea oposición"

Si las elecciones de 1936 habían presentado una España aparentemente dividida entre el Frente Popular y el denominado Bloque Nacional, el resultado de las mismas fue bien diferente. Todas las fuerzas políticas hacían frente a profundas divisiones internas o tenían un liderazgo débil. Por la izquierda, los anarquistas habían sufrido el debate sobre la conveniencia o no de votar al Frente Popular, y padecían el enfrentamiento entre los anarquistas revolucionarios de la FAI y el sector más sindicalista. El comunismo se hallaba fundamentalmente escindido entre el PCE oficial y los grupos antiestalinistas, como el POUM. El socialismo padecía la tensión constante entre Largo Caballero e Indalecio Prieto, con estrategias politicas enfrentadas. Sin embargo, el gran triunfador de las elecciones había sido Azaña, que pudo imponer a la izquierda unas listas donde los republicanos de izquierda eran mayoría. Pero Azaña prefirió rehuir la batalla política cotidiana y retirarse al puesto de Presidente de la República, desde donde no podía controlar tanto los acontecimientos. Como presidente de gobierno situó a su aliado Casares Quiroga, que encabezaba tan solo un pequeño partido autonomista gallego. Por la derecha, la situación era similar. El hundimiento del Partido Radical había potenciado el protagonismo de la CEDA, pero su líder, Gil Robles, había renunciado a ejercer directamente el mando de la derecha al dar libertad a los comités provinciales para elaborar las candidaturas de forma independiente, por lo que los díscolos diputados del Bloque Nacional no le debían personalmente el puesto. En la ultraderecha, los fascistas de Falange verán pronto encarcelado a su líder, y enfrentaban el crecimiento del Tradicionalismo carlista, revitalizado en los últimos años. Estos también se hallaban debilitados porque el representante nacional del aspirante al Trono, Don Jaime, era el andaluz Fal Conde, mal visto por los carlistas vasconavarros, mayoritarios en el partido. También estaba presente la ultraderecha monárquica alfonsina, rival de los carlistas en sus aspiraciones a la Corona. Incluso el PNV se veía sacudido por la división entre los partidarios de aliarse con los republicanos de centroizquierda para conseguir la autonomía vasca o enfrentarse con ellos por su laicismo e izquierdismo. Tan sólo en Cataluña se había producido un cierto reagrupamiento de fuerzas en torno a Esquerra Republicana de Catalunya, ganadora de las elecciones, pero su líder, Companys, había sido hasta hace poco una figura muy discutida, sospechosa para el sector más nacionalista.

Por esta situación -expuesta en otros artículos-, puede Santos Julià decir aquí que "el panorama político de la primavera de 1936 no es el de un polarización, un ascenso a los extremos, sino el de una profunda fragmentación de pequeños grupos políticos y de escisión o división de los grandes". Para él, las verdaderas raices del conflicto no se encuentran tanto en la politización de la sociedad española, sino en unas clases dirigentes que no supieron realizar el tránsito de un régimen oligárquico a una democracia, tal como se estaba efectuando en Europa y como exigía el creciente desarrollo de la economía, de la vida urbana y de las clases medias.

Los hechos son bien conocidos. El rey Alfonso XIII y los dirigentes de los partidos monárquicos no fueron capaces de superar, durante décadas, el descrédito en que había caído el sistema de la Restauración y unos partidos divididos en capillas que ya no podían obtener sumisamente la colaboración del Parlamento. Esta situación pudo haberse roto -y no hubiera sido sino un pequeño retraso respecto a lo que sucedía en otros estados de Europa- a principios de los años 20, cuando la nueva sociedad emergente de que hablábamos empuja a la reforma del sistema electoral. "No fue el predominio de una España arcaica, atrasada, en la que el peso de los terratenientes y del mundo rural impusieran su ley, lo que explica los conflictos sociales y políticos del primer tercio de siglo, sino más bien los problemas derivados de la rapidez y profundidad de los cambios. En esta transformación, complicada como todas, vinieron a interferir el rey y el ejército. Un ejército vapuleado en la pequeña y cruel guerra del Rif (ver entrada del 5 de enero sobre Annual) y con muchas vergüenzas que esconder, fue protagonista de un golpe de estado que se justificaba por la situación de los años anteriores, pero que era totalmente innecesario porque en 1923 los problemas más graves de la crisis estaban en vías de solución. El apoyo de Alfonso XIII a semejante dislate, en contra de sus obligaciones constitucionales impidió el tránsito pacífico hacia un liberalismo más abierto y participativo, para el que Santos Julià considera que la monarquía "hubiera conseguido apoyos suficientes". En cambio, tal como señaló Raymond Carr "Primo de Rivera actuó asegurando que remataba un cuerpo enfermo cuando en realidad estaba estrangulando a un recién nacido."

A partir de aquí, las cosas fueron encadenándose. Acabar con la monarquía se convirtió en sinómico de reforma y democracia. "Es por completo gratuito afirmar que la República vino en España demasiado pronto: su llegada fue el punto culminante de un proceso de evolución social que había ido cobrando fuerza durante los años veinte(...) Se ha dicho que el Rey se marchó por evitar derramamientos de sangre, pero la verdad del caso fue que nadie estaba dispuesto a derramar ni una sola gota para que se quedara".

La II República adoleció de ciertos defectos y hubo de hacer frente a grandes problemas. Una parte de la culpa, para Santos Julià, la tiene el carácter revolucionario de una parte de la izquierda, que no se acomodaba al nuevo marco constitucional, o el hecho de que los gobiernos reformistas de centro izquierda quisieran emprender todas las reformas posibles a la vez, pero "la revolución de 1934 volvía a mostrar, por una parte, el prestigio de los levantamientos armados sobre el veredicto de las urnas y, por otra parte, la relativa facilidad con que la República, manteniéndose fieles al ordenamiento constitucional sus fuerzas armadas y de seguridad, podía sofocar los movimientos insurreccionales (...) lo que no pudo resistir, sin embargo, [la República] fueron las prisas del Partido Radical y del presidente de la República por cambiar el signo de la política". La derecha adoptó una actitud destructiva que no se justificaba ni por la política de Azaña ni por el éxito electoral del Frente Popular. Santos Julià compara lo que supuso también el triunfo del Frente Popular en Francia el mismo año y cómo no conllevó una Revolución ni la destrucción del orden constitucional de la III República. Como conclusión, establece que "ni a la Monarquía le faltaban recursos, ni la República había agotado todas sus posibilidades (...) la guerra civil no fue el resultado inevitable de la situación por la que atravesaba la República española en 1936, sino la consecuencia directa de un golpe de Estado militar". Este factor militar, y la mentalidad de los oficiales 'africanistas' aparece una vez más como elemento clave de la violencia en que degeneró el conflicto político.

Tras este completo análisis introductorio, donde se apuntan muchos más aspectos de los aquí recogidos, la verdad es que poco interés tiene el contrafactual que propone: la posible evolución de la sociedad española sin la guerra civil. Una evolución que, asegura, nos hubiera aproximado mucho a las democracias europeas occidentales tal como se desarrollaron en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado. Está bien argumentado, y existe un alto grado de probabilidades de que así fuera, pero creo que no tiene en cuenta factores diversos e importantes que pudieron haber influído, como el mismo impacto de la Segunda Guerra Mundial, o las tensiones independentistas de Euskadi y Cataluña, por ejemplo. El alto número de imponderables hace que sea un ejercicio académico de menos relevancia que los mismos argumentos utilizados. En todo caso, me parece importante una de las conclusiones que figuran en esta última parte del artículo. La guerra civil no fue una 'catástrofe' que alteró la sociedad española como un drama telúrico e inevitable. Hubo responsabilidades concretas, e inclino la balanza en un sentido muy claro, alejándonos de otros desarrollos posibles. "No es cierto que la guerra la perdieran todos los españoles, hubo algunos que la ganaron".

1 comentario:

  1. Ya he visto este planteamiento en otras ocasiones, pero creo que el ejercicio intelectual de imaginar el devenir si ciertos acontecimientos o fenómenos no hubiesen tenido lugar nos lleva a otro campo que no es el de la Historia, en la que todo está tan relacionado multicausalmente. Hace tiempo leí un libro en el que unos historiadores norteamericanos de la New Economic History (no recuerdo sus nombres) se plantearon "historiar" la evolución económica en Estados Unidos sin la existencia del ferrocarril. El resultado -en mi opinión- fue un ejercicio inútil, ingenioso, pero no histórico. En fin, espero no equivocarme.

    ResponderEliminar