Lo único que aprendemos de la historia es que no aprendemos de la historia (Hegel)

domingo, 28 de agosto de 2011

En el corazón del nazismo

Pocos alemanes fueron capaces de percibir la auténtica naturaleza del nazismo como Sebastian Haffner. En entradas anteriores he loado ya las excelencias de este pensador liberal, incansable y lúcido analista de la sociedad europea del siglo XX, así que os ahorraré hacerlo de nuevo. Pero no puedo evitar recomendaros otro de sus libros: Alemania: Jekyll y Hyde. 1939, el nazismo visto por dentro (Barcelona: Destino, 2005; edic. orig. 1940). En esta ocasión, se trata de una obra de combate, escrita justo al inicio de la Segunda Guerra Mundial, cuando Haffner ya se había visto obligado a abandonar Alemania y vivía refugiado en la Gran Bretaña. Ajeno a todo falso patriotismo, el autor escribe por y para los ingleses, en un declarado intento de hacer su aportación para que la democracia británica pueda ganar la guerra al fascismo alemán. Intenta explicar por qué no deben confundir a todos los alemanes con los nazis, pero no porque desee exculpar a sus compatriotas, sino porque considera que es el único medio de desarrollar una acción política y propagandística eficaz que ayude a derrotar al Tercer Reich. Justo antes de la inicial debacle aliada de 1940, cuando todavía muchos se hacían ilusiones sobre un posible entendiemiento con el régimen nacionalsocialista y con el nacionalismo alemán, Haffner fue capaz de avanzar, con toda precisión, cual sería la conducta de Hitler hasta el final del conflicto. En su disección de la sociedad alemana podemos hallar, mejor que en muchos otros análisis historiográficos elaborados a posteriori las claves de una tragedia que hizo a millones de alemanes seguir a su dictador hasta la hecatombe.

Teniendo bien presente que el texto fue redactado a finales de 1939, sobrecoge leer vaticinios tan precisos como éste: " en diciembre de 1932 [Hitler] dijo de repente: <<Si algún día se derrumba el partido, en cinco minutos pondré fin a mi vida con la pistola>>. Cabe pensar que se suicide cuando acabe el juego. Posee exactamente el valor y la cobardía necesarios para un suicidio por desesperación... Hitler es el suicida potencial por excelencia. Su única atadura es su ego, y si éste se tambalea, se libra de toda preocupación, carga y responsabilidad. Y dado que es ateo, para él no existe el más allá. De modo que puede atreverse a hacer cualquier cosa por conservar o ampliar su poder, al que debe su actual existencia y que solo se interpone entre él y una muerte rápida". En todos y cada uno de los aspectos en que juzga el nazismo y a su líder, Haffner se muestra igualmente premonitorio.

Había sido testigo del proceso, paulatino, pero también inesperado, que llevó al antiguo vagabundo hasta la cancillería del Reich. Donde otros vieron el ascenso genial de un gran líder político, Haffner percibió el oportunismo y la rapacidad que había proyectado a todo un grupo de hasta entonces fracasados, con escasa preparación intelectual, a adueñarse de las claves que movían al sector más reaccionario de la sociedad alemana: "Es característico de la desalentadora superficialidad del actual pensamiento el uso de la palabra "grandeza" que designa una cantidad y no una cualidad, como una expresión de reconocimiento equiparable a 'belleza', 'bondad' o 'sabiduría'. Lo que hoy es grande se convierte casi automáticamente en bueno y bello.(...) Hitler está imbuido de un misterioso y solapado complejo de inferioridad que alimenta un amor propio salvaje y un odio salvaje al mundo, en el que nunca ha podido imponer su voluntad y que nunca ha amado ni respetado su singular carácter (...) jugará hoy con construcciones y mañana con soldados, como un niño malcriado y omnipotente, y desencadenará guerras como quien lanza fuegos artificiales...".

Despiadado es también su esbozo de los líderes nazis, a quienes considera, y así se demostró a lo largo del conflicto, como nulidades por sí mismos.  "Cada uno de los aproximadamente cien mil jefes nazis más o menos conocidos (...) no es sino un vulgar aventurero y arribista dotado de más o menos cualificaciones profesionales y de más o menos falta de escrúpulos... Hitler fue quien descubrió cómo se asciende de la nada al poder absoluto y cómo, pese a todo, se amplía ese poder a una velocidad sin precedentes. Los otros sólo tuvieron el instinto de engancharse a su carro tirunfal en una época más o menos avanzada. Tal vez hayan resultado útiles en el 'movimiento', pero ninguno de ellos lo ha creado. Eso fue obra de Hitler (...) Ninguno de ellos, por sí mismo, es una fuerza política o, siquiera, un potencial político con significado, por muy pequeña que sea. (,,,) Como grupo son interesantes, pero como individuos carecen por completo de interés... Podría sobrevivir a la muerte y a la sustitución de sus miembros más conocidos sin que se operara un cambio perceptible... Sólo a causa de su relativa mediocridad, este estrato es el elemento más estable del nacionalsocialismo... Todos desempeñan su papel del mismo modo y manifiestan la misma conducta personal (...) en los asuntos de dinero y de moral todos los jefes nazis actúan como si estuvieran por encima de la ley; todos creen que los fondos y los bienes que administran son, hasta cierto grado, propiedad suya, y que la gente que está a sus órdenes son sus esclavos..." Les reconoce, eso si, su notable activismo, y su enorme capacidad de gestión una vez llegados al poder. Pero donde un gran número de alemanes veían la mayor virtud del nazismo, él percibe el más grande de los peligros."(...) en el trabajo administrativo, esta camarilla de jefes revela una capacidad y una energía sin precedentes (...) su capacidad laboral es tan prusiana como su tendencia a exagerarla o a sobrevalorarla..." Para los nazis, la acción de gobierno se justificaba en si misma, sin tener en cuenta su coherencia ni la sociedad a la que se supone servía.  Puesta al servicio de un sistema corrupto, sin ningún control dentro del estado y destructor de todas las relaciones jurídicas existentes, esta efervescencia en la gestión no representaba sino una malsana competencia entre los jefes del partido por construir lo que otros historiadores han calificado como 'imperios personales' dentro de la maquinaria administrativa del Reich. Buscando todos sus propio beneficio, pero empujando todos en la 'dirección del Führer', semejante competencia no podía sino abocar al régimen nazi a un desastre de proporciones cada vez mayores.



La clave para entender la aceptación que entre la sociedad alemana tenía un sistema semejante se hallaba, para Haffner, no entre la minoría de militantes nazis que compartían -y muchos de ellos ni siquiera eso- la fanática ideología hitleriana. El soporte principal del gobierno nacionalsocialista procedía de una gran masa de alemanes que el autor califica como 'leales'. Leales a un sentido del estado y del patriotismo que procedía del enfermizo nacionalismo prusiano. Unos alemanes que no habían digerido la derrota de su país en la Primera Guerra Mundial y que, dada su incapacidad para aceptar errores o defectos en todo lo alemán, sólo podían achacar la derrota a conjuras o accidentes históricos. Describe a sus compatriotas como buena gente, cordial, honesta y trabajadora, pero, por ello mismo, convencidos de que todos los extranjeros quieren aprovecharse de su esfuerzo y de su falta de malicia (y aquí podemos percibir rasgos todavía presentes en el populismo conservador alemán del siglo XXI y cómo contempla su papel dentro de Europa). Estos alemanes están dispuestos a seguir a cualquier líder fuerte que les ahorre los tragos desagradables de la realidad, que les haga creer en la grandeza de la sociedad alemana y a quien, luego, como muy bien señala Haffner, puedan echar las culpas de todo lo que haya ido mal, sin hacerse responsables de su propia participación en los hechos. "Si su ídolo les deja en la estacada (...) le echan toda la culpa y le bajan a empujones del pedestal. Después, miran al mundo con gesto de inocencia y con la conciencia limpia, y se salen de sus casillas si se les hace mínimamente responsables de sus actos o si se les exige reparar los daños causados." Esta manera de entender la política no resulta tampoco exclusiva de Alemania, sino de sectores sociales de numerosos países y culturas.

Consideraba el autor que las raíces del éxito del nazismo entre la juventud estribaron, por el contrario, en la disolución de las actitudes tradicionales alemanas que comportaron la guerra y las dificultades de los años veinte. Una generación entera de jóvenes alemanes vio como la guerra los liberaba de las ataduras de la familia y las relaciones sociales establecidas, y los unía únicamente con el ejército y el estado; vieron cómo la inflación destruía el sentido del trabajo y el ahorro y cómo la especulación enriquecía a quienes se arriesgaban. A los audaces, a los cínicos, a los despreocupados y violentos, el nazismo les proporcionó un marco de actuación política idóneo. Se podía criticar a la familia, a las personas con prestigio moral, se podía atacar a la iglesia y extorsionar a los judíos y a todos los alemanes 'enemigos del Reich' y todo ello sin miedo a las consecuencias, ya que los militantes nazis fueron amparados por los mecanismos del estado y pronto terminaron por hacerse los dueños. Frente a la mística de la 'lucha por la conquista del estado' que galvanizaba a los nazis, Haffner ya denunciaba que sus acciones violentas pocas veces se ejercieron fuera de los territorios que controlaban o contra personas indefensas, y que muchos militantes sólo dieron rienda suelta a su violencia cuando vieron que gozaban claramente de la protección política del gobierno.


"Pero el nazismo no sólo premió a esta juventud llena de esperanza con pequeñas alegrías. Además les regaló que más necesitaban para ser felices y sentirse satisfechos: el gran juego de la guerra (...) Desde luego, entre los nazis también hubo muchos muy inteligentes (...) La necedad puede necesitar cierta cantidad de cabezas prominentes para justificarse, y el papel de abogado del diablo no deja de tener su atractivo. A veces entre los nazis encontramos gente que desempeña este papel (...) Por lo que sabemos,esta generación hizo, como ninguna otra, de la necesidad, virtud; convirtió la debilidad, el vacío y la irreflexión en insensibilidad e ignorancia, y sacó provecho del nihilismo y del cinismo, de los que extrajo fuerza, entusiasmo e ímpetu.” También fue lúcido al percibir el uso que de la crueldad hacían los nazis, teniendo siempre en cuenta que aún no se habían desencadenado los peores actos de genocidio que condujeron a la denominada 'solución final'.“Quien examine con lupa el factor subjetivo de estos casos, es decir, al culpable, se encontrará con una sorpresa: el culpable no se ajusta a las fechorías. Hombres muy mediocres, débiles e insignificantes cometen verdaderas atrocidades. Desde el punto de vista psíquico, no moral, ninguno de ellos posee la condición absoluta de la crueldad... Se trata únicamente de hombres de gran insensibilidad (...) Los torturadores tienen que infligir a las víctimas el máximo delor posible, para que sus propios nervios embotados sientan algo (...) Con semejantes secuaces no puede haber paz, por la simple razón de que para ellos supone un aburrimiento mortal (...) Y ese sentimiento, para poder seguir viviendo, lo traducen en odio y desprecio. Aislado en una comunidad pacífica y feliz, un nazi es una persona muy desdichada, y Hitler tiene toda la razón cuando dice que ha ayudado a muchos desgraciados a ser felices y a tener confianza en sí mismos...” Si estas afirmaciones no son válidas para todos los casos, ya que entre los alemanes que cometieron las peores atrocidades había muchos autenticamente crueles, la percepción de Haffner sobre los adláteres del nazismo coincide con los numerosos testimonios recogidos años después y la manera en que justificaron sus actuaciones.

Más útil para comprender muchas situaciones que se dan incluso en nuestras sociedades actuales resulta su balance final sobre la actuación de estos 'alemanes leales' proclives a justificar las acciones de la ultraderecha:“Esta gente no sólo es insensata, sino que es la más insensata del mundo. Su forma de pensar no es simple y clara, sino asombrosamente confusa: una mezcla de idealismo y picardía, de desconfianza e ingenuidad, de codicia y capacidad de sacrificio, de crueldad y sentimentalismo, de honradez e infamia, de inteligencia y necedad, de tozudez e incoherencia, de sensibilidad y falta de tacto, de inocencia y maldad, de docilidad y limitación... y todo perfectamente clasificado y subdividido entre sí. (...) Por una parte, existen vafrios millones de europeos normales y civilizados, individuos honrados, simpáticos y amables y, en ocasiones muy cultivados; por otra parte, se cometen atrocidades inolvidables en nombre de estas personas normales y civilizadas, a menudo con su consentimiento y, siempre, sin su expresa desaprobación” 

También habla extensamente de las posibilidades de oposición al nazismo y, en este sentido, hace un análisis claramente político, no movido por el 'voluntarismo' de tantos exiliados, sino por una comprensión racional del marco político generado por los nazis. Considera difícil que la propaganda aliada pueda ser el motor de ningún movimiento antinazi 'per se', ni siquiera aunque una parte importante de la población pueda sentirse crítica con las decisiones tomadas por Hitler en el pasado o en tiempos más recientes, ya que "a las masas sólo se las puede convencer para que ofrezcan resistencia a sus opresores poniendo su vida en peligro si existe un plan, un método y unas perspectivas de éxito razonables (...) No tiene sentido levantar barricadas contra un gobierno que dispone de carros de combate." 
Los lectores de este blog perdonaréis que haya abusado en esta ocasión de las citas textuales. Ninguno de mis comentarios podría mejorar ni situar con más precisión lo que Haffner explicaba el año 1939. Y tan sólo hemos abierto una pequeña ventana a las muchas consideraciones interesantes del libro. A pesar de que no se trata de una obra tan central en su trayectoria como Una juventud alemana, por ejemplo, el libro que comentamos puede proporcionar multitud de indicaciones útiles más allá de la sociedad que analiza. Como única observación importante señalaría que el carácter profundamente liberal del autor no le permite introducir en sus análisis una diganosis de los grupos sociales que salieron beneficiados más intensamente del régimen nazi y de sus rapiñas, lo cual contribuiría mucho a aclarar cuales eran, no tanto sus bases sociológicas, sino sus auténticas bases de poder.

3 comentarios:

  1. Buen artículo y felicito a su autor. Conocía a Raimund Pretzel (Haffner) pero no los textos que se incluyen aquí. Un saludo.

    ResponderEliminar
  2. Hola

    Me llamo Alejandra y soy administradora de un directorio web/blog y me ha gustado mucho su sitio.

    Me gustaría contar con su sitio en mi directorio, a cambio solo pido un pequeño enlace a mi página de películas, ¿Qué le parece la idea?

    Mi correo es: ale.villar@hotmail.com

    Un beso! y SueRte con su BloG!

    ResponderEliminar
  3. És un article interessantíssim per tenir consciència i conèixer millor la psicopatologia social del nazisme i la davallada de l'Europa del segle XX.

    ResponderEliminar