Lo único que aprendemos de la historia es que no aprendemos de la historia (Hegel)

sábado, 6 de agosto de 2011

Mujeres en la insurgencia mexicana


Como en tantos otros aspectos, resulta muy difícil conocer la auténtica dimensión del papel jugado por las mujeres en los tiempos de la lucha por la independencia en América. No sólo porque sus actuaciones no aparecen con facilidad recogidas en las fuentes, sino porque la propia historiografía  nacional ha descrito su papel de manera condicionada, más atenta a salvaguardar los roles de hombres y mujeres dentro de la sociedad que a reflejar la participación femenina en los acontecimientos . Sobre estos aspectos hace una breve pero lúcida reflexión la investigadora veracruzana  Fernanda Núñez B.  en su artículo  <<Por portar pantalones…>> La construcción del género en los relatos de la guerra de independencia, publicado en La Corona en llamas. Conflictos económicos y sociales en las Independencias iberoamericanas, de José A. Serrano y Luis Jáuregui (eds.) (Valencia: Universitat Jaume I, 2010). No es posible tener una imagen completa de la dimensión social de estas guerras si ignoramos los condicionamientos que ocultan a la mitad de la población en el continente.


                Los propios oficiales realistas se dieron cuenta de la importancia del papel  femenino en la lucha. La autora menciona las palabras de uno de ellos ya desde la insurrección del padre Hidalgo: <<uno de los mayores males que hemos tenido desde el principio de esta guerra y [que] ha sentado más la opinión de la rebeldía, son las mujeres, que fiadas en el sexo han sido el conducto para seducir a toda clase de vivientes, valiéndose de cuanto atractivo tienen>>.  En cambio, los historiadores apenas podemos tener referencias sobre estas mujeres. Y siempre hemos de distinguir dos tipos de participación femenina: la  de las heroínas nacionales conocidas, que por lo general pertenecen a las clases superiores, y las desconocidas, surgidas de los sectores populares.  La conclusión más importante de Fernanda Núñez es que “aunque las mujeres fueron pieza clave en esa violencia social e incluso su activa participación fue aplaudida por sus propios contemporáneos, el relato histórico nacional elaborado décadas después sólo privilegiará a ciertas mujeres, e irá minimizando su participación guerrera, para regresarlas finalmente a los estereotipos de género.” A la ocultación de clase se une el silencio en torno a su género.
                Debemos tener en cuenta que la construcción de un relato histórico sobre la independencia fue “largo y difícil” , resultado, más que de la lucha contra un enemigo extranjero, de un enfrentamiento fratricida que duró diez años, y que el poder político surgido del proceso estuvo cargado de ambigüedades, ya que no quedó precisamente en manos de los primeros combatientes por la independencia. En esta construcción, el papel de las mujeres fue minimizado, acallado y finalmente manipulado para presentar la versión que más convenía a la coherencia del relato y, sobre todo, a los valores sociales masculinos. El principal papel reservado a la mujer quedaba limitado a una representación simbólica de la Patria o de la acción guerrera, en la que se daba por supuesto el protagonismo de los hombres. De las mujeres se  destacan los aspectos emocionales. Fue necesario el fin de los enfrentamientos partidistas y la construcción de un sistema nacional de enseñanza, necesitado de referencias históricas consensuadas, para  oficializar el papel de unas heroínas seleccionadas.
                Al mismo tiempo se construía una imagen  de la ‘mujer’ como sujeto colectivo, no individual. Los sectores más conservadores –el porfirismo de principios de siglo- estableció una mitología de aquellas guerras según la cual, los insurgentes, luchadores irreprochables  “jamás fusilaron a una mujer realista; mientras que los realistas, a quienes tocaba el papel de los malos de la historia,cometieron numerosas infamias y vejaciones…”. En cambio, por lo que sabemos, hubo mujeres que desarrollaron una conciencia política firme e intensa. Con su fortuna personal apoyaron la sublevación y las organizaciones clandestinas que la impulsaron. Los salones y tertulias femeninas, tal como había sucedido en Europa desde finales del XVIII, jugaron también un papel  muy importante  en la discusión de los temas políticos, y en la relación de las mujeres con ellos y con la escritura.
                También hubo mujeres muy activas en el bando realista, pero de ellas aún se sabe menos. Precisamente la primera organización secular femenina de la ciudad de México fue impulsada por ellas, con más de doscientos miembros.  Tales figuras no se limitaron a impulsar a los hombres, aunque no se puede menospreciar este papel. También escribieron proclamas y poemas para cantar la independencia y la acción insurgente, o todo lo contrario. Como explicaba Iturbide al virrey en 1816, para justificar la detención de más de cien mujeres en Penjamo:  “La hermana del rebelde cabecilla clérigo Uribe y la otra prima de Bribiesca… han tenido la audacia de explicarse a favor de la rebelión; y esta clase de mujeres en mi concepto, causan a veces mayor mal que algunos de los que andan agavillados…”
                Quedan ocultas muchas mujeres populares que sufrieron lo indecible por  apoyar la independencia y fueron represaliadas por no revelar nada al bando realista.  Como en toda guerra de guerrillas, las mujeres aportaban el soporte logístico. Eran ellas quienes proporcionaban alimentos, ropas, comunicación y enlaces a los combatientes, a los que en ocasiones debían seguir en su huída para evitar la represión. También los ejércitos realistas dependían de las mujeres como abastecedoras, lavanderas o sanitarias. Los mismos prisioneros las necesitaban para mantener contacto con el exterior.  La huída de sus hombres las dejaba en cambio desamparadas. Si es verdad que la pena de muerte no se ejecutaba tan a menudo como con los hombres, no dejaban por ello de sufrir graves consecuencias, como explica un informe de 1818 : “ [pudimos] cogerles cuatro mujeres, entre ellas la del cabecilla Marcelino y a un hijo de éste, muy mal herido, que por ser muy joven no lo he pasado por armas; dos mujeres salieron heridas de bala, una en un muslo, la otra de os pechos, ésta tenía una criatura recién nacida, la que tuvo la desgracia de morir, pero alcanzó a que se le echase el agua del bautismo…”
                No eran menores a los hombres a su radicalidad partidaria, en cualquier de los dos bandos. De la viuda veracruzana doña María Josefa Martínez,  decían sus vecinos que “les era más perjudicial que ninguno de los rebeldes no sólo por la violencia con que les exigía las contribuciones, sino también por la seducción que hacía a todos, vejando agriamente a los que no seguían su partido”.  Sabemos que combatía con las armas, y que disponía de caballos bien pertrechados.
                Pero cuando las mujeres asumen un papel tan activo, la historiografía cambiaba de tercio y pasaba a describirlas como mujeres sospechosas de maldad o deshonor. Josefa Martínez entraba de lleno en esta categoría, como insinúa la autora “ ya que ni siquiera había confesado tener hijos, era como los hombres: cruel, manejaba las armas, montaba a caballo y la prueba irrefutable de su mal proceder era justamente que portaba pantalones”.
                Por eso, las heroínas de la independencia eran ensalzadas sólo en tanto que mujeres que no olvidaron nunca su rol femenino, que debieron asumir temporalmente una actitud menos pasiva durante los tiempos de la insurgencia y que retornaron rápidamente al cauce femenino tradicional en cuanto pasaron aquellos tiempos turbulentos. Curiosamente, que ellas mostraran virtudes consideradas exclusivamente masculinas, no se consideraba –como en tantos otros relatos históricos tradicionales sobre mujeres- un elemento que debía hacer replantear lo que se pensaba de unos y otros, sino que se seguía insistiendo en los tópicos que confinaban  las capacidades de la mujer y se utilizaban incluso como elemento para considerarlas figuras excepcionales. Eran mujeres señeras –la ‘mujer fuerte’ de la Biblia- siempre y cuando retornaran luego a su lugar femenino en el mundo.  Como señala la autora al citar la necrológica de la más destacada de todas ellas, Leonora Vicario, “jamás indicó cobardía mugeril, por el contrario, alentaba con decisión varonil, despreciando la muerte y los cadalsos, sin embargo después, su casa fue el asilo de pobres y su piedad no tuvo límites cuando se consagró a llenar las obligaciones de buena ciudadana, fiel esposa y madre.”

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