Ahora que se extiende por buena parte del mundo occidental la indignación de algunos sectores de población, que exigen responsabilidades por el deterioro economico y protestan contra las medidas que se están tomando, algunos ensayistas pronostican que nos hallamos a las puertas de importantes convulsiones, y que se está gestando un movimiento social de tintes revolucionarios, aunque diferente a lo postulado por la izquierda tradicional que hemos conocido. Para los 'infectados' por el virus de la historia, no viene mal recordar otra circunstancia similar de la que hace poco tiempo celebramos su centenario: la 'Semana Trágica' de Barcelona. Con este motivo se publicaron recientemente las aportaciones realizadas al coloquio Els fets de la Setmana Tràgica (1909) (Barcelona: Centre d'Història Contemporània de Catalunya-Generalitat de Catalunya, 2010) con interesantes reflexiones que pueden ayudarnos a comprender las dinámicas, potencialidades y problemas de movimintos populares que recogen malestares gestados durante mucho tiempo, que no hallan respuesta en los cauces tradicionales de la política, pero que estan forzosamente obligados a interaccionar con ellos si desean convertirse realmente en una fuerza transformadora. Los acontecimientos ocurridos en Cataluña hace cien años pueden resultar de gran actualidad si pasamos del hecho a la categoría y valoramos la fuerza de un conflicto social que durante una semana estalló con singular crudeza y arrastró, a medio plazo, el sistema de la Restauración, sin conseguir por ello la transformación revolucionaria que exigían sus ansias de justicia.
Las causas de estos hechos son bien conocidas. En 1909 el gobierno español, deseoso de reiniciar una política colonial que recuperase el prestigio perdido en Cuba y Filipinas tras la desastrosa guerra de 1898 contra los Estados Unidos, impulsa una ocupación efectiva del territorio norte de Marruecos -el Protectorado español- y en concreto de la explotación de sus minas, donde se esperaba -vanamente- encontrar ricos yacimientos minerales. La construcción hacia el interior de una vía férrea desde Melilla, animada por grupos capitalistas a los que pertenecían destacados políticos como el conde de Romanones, provocó la respuesta armada de algunas cábilas rifeñas. Los ataques a los trabajadores de la vía férrea originaron choques con el ejército español y desencadenaron una revuelta generalizada. En el llamado "desastre del Barranco del Lobo", los militares hispanos cosecharon nada menos que 752 bajas, de las cuales 153 muertos, que se añadieron a los 38 muertos de los días anteriores. Esta cifra aún se ampliaría en las jornadas posteriores.El gobierno conservador de Antonio Maura había hecho de la autoridad y el orden enseña de su política y se dispuso a dar una contundente respuesta, envuelto en los tonos patrióticos del imperialismo colonial, mientras las compañías mineras presionaban para que se enviasen más tropas pese a que ya habían llegado a Melilla doce mil refuerzos en pocos días. El ministerio cometió entonces una serie de errores encadenados. En lugar de movilizar tropas de guarnición decidió llamar a filas a los reservistas que ya habían cumplido su servicio militar y habían retornado a la vida civil, recuperado sus empleos y creado muchas veces nuevas familias. En lugar de ordenar su embarque por el puerto más cercano, Málaga, se prefirió hacer que muchas unidades partieran de la ciudad más industrial y revolucionaria, Barcelona. Y mientras se ventilaban intereses millonarios en este conflicto, se ofrecía a los reincorporados que debían exponer su salud y sus vidas en Marruecos la absurda compensación diaria de cincuenta céntimos, más lo que la beneficencia, impulsada por los mismos grandes inversores en la operación, pudiera recoger como donativo.
Es bien sabido que, cuando se estaba produciendo el embarque de las tropas, y las damas patrióticas de la aristocracia barcelonina, cuyos hijos no irían a la guerra gracias a la redención en dinero, repartían escapularios y paquetes de tabaco en el puerto, estalló una revuelta popular espontánea que en pocos días se extendió por toda la ciudad y otras numerosas poblaciones de Cataluña. Revuelta cuya imagen ha quedado marcada por la quema de conventos y otros establecimientos religiosos.
Estos acontecimientos son el objeto de estudio del volumen que comentamos. Como todas las obras colectivas contiene elementos desiguales, desde una decepcionante introducción del recientemente fallecido Josep Termes, hasta las mucho más sólidas exposiciones de Antoni Segura o Santiago Izquierdo. Se intenta caracterizar el episodio revolucionario desde los numerosos ángulos que presentaba, como revuelta antimilitarista, protesta contra el parlamentarismo liberal de la Restauración, algarada anticlerical o incluso manifestación del cantalanismo de izquierdas, dado el fuerte componente territorial que acabó mostrando, dada la escasa repercusión -quizá por imposibilidad material- que tuvo en otras regiones. Un suceso histórico poliédrico que queda bien caracterizado en este libro pero sobre el que no se terminan tampoco de resolver los interrogantes principales.
El interés actual del tema radica para mi en el componente de revuelta popular y antisistema que se manifestó con toda claridad en los acontecimientos de la Semana Trágica, en la estrategia seguida por las masas y los dirigentes revolucionarios, y en el comportamiento de la oposición política organizada, que tenía en Barcelona uno de sus bastiones principales. La explosión de furor popular fue una necesidad defensiva y al mismo tiempo una acción ofensiva del sector más humilde y radicalizado de los ciudadanos catalanes. Por supuesto, entre los activistas de la revuelta se pueden contar numerosos jóvenes, y elementos más o menos marginales o desclasados, pero es evidente que las acciones más sólidas y eficaces -la huelga general, el corte de comunicaciones, la resistencia armada en los barrios- correspondió a muchos trabajadores organizados y con responsabilidades familiares y políticas.
¿De donde venía la raíz de una respuesta tan contundente y con tanta capacidad de movilización contra la guerra colonial y los intereses capitalistas que la motivaban? Los diferentes autores describen muy bien, sin aportar grandes novedades, las distintas fuentes en que bebía el carácter revolucionario de la izquierda barcelonesa. En concreto, Pere Gabriel, profesor de la Universidad Autónoma, insiste en la tradición revolucionaria del republicanismo español y la evidente conexión entre los hechos de Barcelona y el pensamiento político de muchos exiliados formados en la tradición revolucionaria francesa. París sería uno de los manantiales de este sueño de la acción decisiva y violenta capaz de subvertir el sistema. Al mismo tiempo, contaba la tradición antiestatal del anarquismo y del catalanismo, que limitaban la identificación de la ciudadanía con sus dirigentes, más allá de la oposición partidaria o de clase. Contaba también el antimilitarismo, bien enraizado en la población española en su conjunto, particularmente después de los desastres de 1898, ya que se consideraba el servicio militar como un verdadero 'tributo de sangre' que sólo debían pagar los pobres. Y contaba finalmente la tradición anticlerical de la izquierda liberal y social española. Ramon Corts hace también una interesante reflexión sobre los orígenes de este anticlericalismo y hasta qué punto la ofensiva del conservadurismo católico y la jerarquía eclesiástica durante los años anteriores, para recuperar espacios de poder e influencia social perdidos en el siglo anterior, había excitado los viejos resquemores de la izquierda a este respecto.
Desde el mismo momento de los hechos, todos los observadores han remarcado el llamativo contraste entre el compromiso y la acción de estos militantes populares y la actitud de los dirigentes de grupos y partidos supuestamente revolucionarios. Mientras los activistas tomaban las calles y algunos anarquistas y socialistas intentaban crear algo parecido a una coordinación que liderara el movimiento huelguístico, los políticos parlamentarios, el republicanismo de izquierda en general, no veía la manera de 'escurrir el bulto' y esquivar el compromiso con la revuelta. Los mismos que desde las páginas de los diarios y en los mítines habían clamado durante años contra el sistema y habían animado la indignación popular y llamado a la acción en las semanas anteriores, ahora dejaban en la estacada a los que habían hecho caso de sus prédicas.
En algún caso, como el de los radicales de Lerroux, siempre queda la duda de si la inhibición de los políticos fue el resultado de un cálculo o una simple traición a las exigencias populares -todos conocemos el carácter demagógico y corrupto del Partido Radical-, en otros es muy interesante el análisis de sus actitudes, porque revela hasta qué punto existía una dura contradicción entre los dirigentes políticos y sus seguidores. En concreto, hace reflexionar la aportación de Santiago Izquierdo sobre las actitudes de los nacionalistas republicanos catalanes. En su caso estas contradicciones también tuvieron dimensiones múltiples. En primer lugar, porque el compromiso de la burguesía catalana con el conflicto colonial fue muy intenso, más del que luego se quiso reconocer. Además, porque las críticas, duras, que se hicieron a la política seguida por el gobierno español en Marruecos, no lo fueron en tanto que agresión colonial contra un pueblo, sino como táctica de desprestigio del estado español, al que se consideraba política, económica y administrativamente incapaz de llevar adelante una labor civilizadora de ninguna sociedad, dado el atraso que le caracterizaba. En tercer lugar, porque la izquierda nacionalista necesitaba a las masas populares para forzar la ruptura del sistema, y las animaba a la protesta, pero, en cambio, existía una insalvable diferencia de clase entre su proyecto político de carácter burgués y las necesidades de las masas catalanas. Si el mensaje nacionalista estaba empezando a calar años atrás entre el pueblo que ahora se sublevaba, y el izquierdismo enlazaba también a los catalanistas republicanos y los trabajadores, ninguno de los dos elementos servía, en realidad, para permitir la identificación completa, ni en medios, ni en objetivos, entre unos y otros
Con estos puntos de partida, no resulta extraño que el nacionalismo republicano manifestara su simpatía por las reivindicaciones de los huelguistas, pero evitara desde el primer momento comprometerse en la formación de ningún comité para dirigirlos. Se sentían desbordados por el carácter que habían tomado los acontecimientos, temían la identificación con los incendiarios que asustaban a una parte de la población y que, sin duda, servirían de 'espantajo' para justificar la represión, y conocían las limitaciones del movimiento para provocar la caída del sistema, lo que terminaría por dar pie a una represión que se los llevaría por delante.
Y esta opción política no fue la única que se vio sometida a semejante tensión durante aquellos días. Otros dirigentes republicanos e incluso socialistas se encontraron en tesituras similares. Mientras para los seguidores de la izquierda, derribar el sistema, oponerse a la guerra colonial y poner fin al 'tributo de sangre' y otras formas de opresión de clase resultaba una necesidad urgente e ineludible, la visión de los dirigentes políticos planteaba los cambios en el medio y largo plazo, temerosos de no contar con los medios suficientes para alterar la relación de fuerzas y limitados por la imprevisión de una circunstancia semejante. Habían proclamado durante años estrategias para las que no se hallaban preparados porque ni siquiera ellos esperaban que se convirtieran en realidades. De este modo, se desaprovechaba la movilización que realmente existía y los medios de lucha de que la revuelta se estaba dotando. El temor se imponía al optimismo revolucionario, la teoría política a la práctica y la debilidad a la fuerza.
En paralelo, la 'praxis' revolucionaria de las masas populares tampoco brilló por su eficacia. En lugar de atacar los centros de poder del sistema se desvió en la rabia que provocaban las instituciones eclesiásticas. La huelga y el corte de comunicaciones (telegráficas, ferroviarias...) que debía servir para defender la revolución terminaron por aislarla, ya que se aliaron con una eficaz censura para impedir la extensión de las noticias al resto de la Península. La permanente dualidad entre una táctica pacífica y otra violenta impedía que se consolidara ninguna de las dos opciones al tiempo que alejaba a muchos ciudadanos que inicialmente simpatizaban con los motivos de la revuelta. El valor y la decisión desplegados por muchos militantes quedaba empañada por la falta de una estrategia prevista de antemano, una organización forjada al calor de los hechos y unos objetivos compartidos por todos.
De alguna manera, la fuerza de la izquierda mostraba al tiempo su propia debilidad. Si la pluralidad de motivos para lanzarse a la calle, la diversidad de ideologías participantes y el espontaneismo habían servido para extender la simpatía por la revuelta, estos eran los mismos motivos que ahora alejaban a muchos dirigentes del compromiso con los activistas, lo que dificultaba la elaboración de una estrategia y lo que impedía centrarse en unos objetivos asumibles en el corto,medio y largo plazo. Esta reflexión, que no es de los autores, sino mía, aunque nacida al calor de lo leído, me parece un útil punto de partida para ver en lo sucedido hace cien años algo que tiene puntos de contacto con nuestra realidad. Hoy se ha celebrado una convocatoria mundial para expresar la frustración y la indignación que sienten muchos ciudadanos con el desigual reparto de los beneficios y sacrificios que comporta el capitalismo. Si el sistema se globaliza, también lo hace la protesta. Pero las fuerzas de uno y otra no son por el momento equiparables, como tampoco lo eran las del parlamentarismo monárquico español y los sublevados en Barcelona. Los profesores participantes en este coloquio también hacen un análisis de las consecuencias en el medio y largo plazo de esta revolución fracasada, y se percibe que no fue, en todo caso, completamente inútil, aunque lo que se logró distara mucho de dar solución y de cumplir las esperanzas de los que se lanzaron a la calle. El análisis de los motivos de sus triunfos y fracasos seguramente no esclarecerá lo que sucede hoy día, pero, a buen seguro, enriquecerá nuestra capacidad de análisis.
Aquello sí que fue motivo de indignación (sin restar mérito y razón a los que ahora se manifiestan). Después de mis lecturas creo que el año 1909 fue un hito en el régimen de la Restauración, pues demostró su inoperancia ante problemas endémicos que se manifestaron, más que en ninguna otra parte, donde existía una mayor conciencia social y también un sentimiento democrático más temprano. El hecho de que el asunto esté relacionado con el problema del imperialismo, al que España se suma vergonzantemente y como recogiendo las migajas que no han querido otros, pone aún más de manifiesto las miserias de aquel régimen (dejo los méritos de algunos prohombres de la época para un comentario más acorde).
ResponderEliminarHola Ismael, quan de temps!
ResponderEliminarM'ha fet molta il·lusió retrobar aquest blog i he decidit comentar-te.
Crec que una dels trets principals del moviment dels indignats és que es desmarca en part de les tradicionals reivindicacions anticapitalistes (tot el discurs obrer, sindical,...). Al situar-se en una societat de les comunicacions, la globalització, Internet,… ha de buscar precisament aquestes noves eines per desenvolupar-se (twiter, facebook, youtube,…) i comunicar-se al mateix moment amb tot el món, tal com ho varem veure el dia 15. Això em fa pensar amb la Setmana Tràgica (no m’agrada gaire aquest nom...) i els seus participants, que van haver d’utilitzar noves formes de lluita per adequar-se precisament al moment en que es desenvolupava: destrucció de línies de ferrocarril, comunicacions i d’edificis públics. Aquestes noves formes de insurrecció s’unien a les tradicionals, en el cas de 1909, la crema d’Esglésies o la lluita contra les quintes; i ara, les manifestacions massives (tot i que sense insígnies de sindicats o partits com es podria considerar “lògic”) o la creació d’assemblees locals.
Pel que comentes del paper del republicanisme, trobo curiós que per una banda no es poguessin (o no volguessin) posicionar-s’hi però que tot i així, els ideals del republicanisme es reivindicaren. Si no tinc mal entès a algunes ciutats es va proclamar la república i s’utilitzaren per tot, els símbols republicans o l’assemblearisme. Això em fa pensar que potser van ser les elits dels partits republicans amb el nom del partit els qui no es posicionaren, però sí que ho feren les seves bases. Amb aquest fet potser també hi podríem trobar paral·lelismes amb el que està passant ara...
Per cert, t'enllaço al meu blog!
Hola, Laura. Gràcies pel teu comentari. Totalment d'acord amb tu en què no m'agrada tampoc gaire el malnom de 'Setmana Tràgica'. En tot cas va ser molt més tràgica la repressió de les protestes. En efecte, el que explica l'article, i que jo volia transmetre, no és que els militants republicans, dels partits i agrupacions espanyoles o catalanistes, no participessin a les protestes. Ho van fer, i amb entusiasme. El drama va ser que es varen trobar amb l'abstencionisme dels seus dirigents, de tots els partits republicans, que veien amb simpatia les protestes, que varen emetre judicis assenyats sobre les mateixes, però que es varen fer enrere davant el previsible fracàs de la vaga general. Aquesta és la responsabilitat d'uns polítics -moguts per les causes que s'esmenten al blog- que s'afartaven de cridar a l'acció, de criticar el Règim i de profetitzar la mobilització del poble, però que no estaven en condicions de donar resposta ni oferir una tàctica eficaç a les masses arribat el moment. En el cas més demagògic dels lerrouxistes això no ens estranya gaire, però en el cas dels nacionalistes d'esquerra -entre d'altres- la reflexió és més profunda, ja que podem comprendre les raons esgrimides per aquests dirigents, i la paràlisi que varen patir, però això també ens dona la mesura del desencís popular davant les seves prèdiques i la distància que els separava realment dels sectors populars, on la tensió revolucionària va ser, durant decennis, molt alta. Una abraçada.
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