Lo único que aprendemos de la historia es que no aprendemos de la historia (Hegel)

martes, 20 de diciembre de 2011

Formas primitivas de participación democrática

Ahora que los levantamientos pacíficos y populares exigiendo democracia se han puesto a la orden del día en todo el planeta, no está de más repasar las características de sus antecedentes históricos. Inadvertidamente, el tipo de protestas pacíficas que impulsó el hundimiento del régimen soviético y sus satélites se ha ido extendiendo en el tiempo y el espacio, lo vemos en las protestas contra políticas dictatoriales o pseudemocráticas en Asia, América Latina, y el norte de África, enlazando con el auge de los 'indignados' en Europa o Estados Unidos. Algunas de estas acciones han conseguido derribar regímenes o encumbrar a sus líderes, otras no, y las de los países más ricos no consiguen cuajar de momento una alternativa sólida que de cauce a sus reivindicaciones.

Todas estas situaciones no es la primera vez que se presentan en la historia, tal como vamos viendo en este blog. Las formas cambian, y mucho, aunque los objetivos resulten con frecuencia similares. Y de la comparación podemos extraer seguramente algunas reflexiones sobre los aspectos positivos y negativos del ejercicio de la democracia, las diferentes maneras de entenderla o las casi infinitas formas de vehicularla.

Fue Geoffrey Parker quien señaló que también en los ejércitos del Antiguo Régimen podemos encontrar formas de actividad polítíca. Incluso considerando a los mercenarios profesionales como una importante 'fuerza de trabajo' de la Europa preindustrial. Considera los motines militares en reivindicación de los atrasos en las pagas o condiciones disciplinarias más dignas, como 'huelgas' específicas de su sector labotal. En esta línea, un artículo de Maarten Prak, profesor de la Universidad de Utrecht nos acerca a un ejemplo mucho más claro de participación política de elementos sociales a caballo entre lo civil y lo militar, en su artículo "Milicia cívica y política urbana en Holanda: Leiden, siglos XVII y XVIII", publicado dentro del volumen colectivo Las milicias del rey de España. Sociedad, política e identidad en las Monarquías ibéricas, coordinado por  José Javier Ruiz Ibáñez (Madrid: Fondo de Cultura Económica, 2009)

Las milicias ciudadanas de los Países Bajos son bien conocidas en la historia. Flandes y Brabante fueron la cuna de unas instituciones que se extendieron por casi toda Europa. Sirvieron para encuadrar a los artesanos y comerciantes de estas florecientes urbes, bajo la dirección de sus autoridades municipales, y movilizarlos militarmente contra los poderes feudales o incluso las otras ciudades. El hecho de que los servicios que en ellas se prestaban pudieran redimirse por dinero hizo que el grueso de sus componentes, e incluso muchos de sus oficiales procedieran de los sectores medios de la población -la gran masa de menesterosos o trabajadores con pocos recursos quedaban excluídos- o bien se reclutaran entre personajes que buscaban favorecer su integración y ascenso social.

El desarrollo de los ejércitos profesiones en el siglo XV convirtió a estas instituciones en obsoletas para la lucha en campo abierto, pero siguieron jugando un importante papel en el control militar y social de las grandes ciudades. El hecho de que se tratara de personas que podían costearse su equipo militar, su vinculación con los gremios, que se exigiera indefectiblemente la plena ciudadanía  para pertenecer a estos cuerpos y que tuvieran responsabilidades en la custodia de la vida urbana llevó a una rápida identificación entre 'milicia' y 'pueblo' que, como casi siempre, no era del todo cierta, pero que confería respetabilidad y una representatividad superior al número y extracción social de sus miembros.

En el artículo se detallan los avatares y estructuración de estas milicias, particularmente la de Leiden, que sirve de ejemplo. Ésta contaba a mediados del siglo XVII con unos 1.700 integrantes, aproximadamnte uno de cada ochos hombre adultos residentes. Ellos debían hacerse cargo de la vigilancia de las puertas de la ciudad y de sus murallas durante la noche, lo cual implicaba un servicio bimensual, que podía incrementarse en momentos de peligro. Junto a ello podían participar en las actividades cívicas exhibiendo su condición con orgullo, disponían de salas o espacios reservados y de celebraciones específicas. Son bien conocidos los más de ciento cincuenta cuadros que se conservan donde aparecen retratados los oficiales de estas compañías urbanas (pintados por figuras como Rembrandt o Frans Hals). El alto coste que suponía a cada uno de los retratados aparecer en una obra que después no quedaria en su propiedad, sino en la sala común de la milicia, indica lo mucho que representaba para sus aspiraciones sociales.

Lo que más nos interesa és el elevado grado de participación que estas milicias tuvieron en destacados momentos históricos de los Países Bajos. Comenzando por la rebelión contra la Monarquía Española -lo que justifica su aparición en el volumen-. Aunque las autoridades habían procurado siempre mantener excluídos a los trabajadores de su participación en ellas, hubieran retenido con firmeza el privilegio de nombrar a los oficiales, y esperasen de las milicias un elevado compromiso en el mantenimiento del orden social, estas expectativas no siempre venían a cumplirse. Tanto el rey Felipe de España como los 'regentes' católicos que dirigían las ciudades creían tener controlado el país en 1577 cuando se vieron desbordados por los partidarios de la Reforma calvinista, particularmente en el norte. Desde hace tiempo se acepta que el 'triunfo' del calvinismo en la sociedad holandesa, y particularmente en Amsterdan "fue gracias a un golpe de mano de la milicia local, que el concejo municipal, controlado por los católicos, fue depuesto en beneficio de un nuevo concejo dominado por los protestantes, cuyos miembros fueron elegidos por representantes de las milicias." Había funcionado la identificación, en buena parte inexacta, de pueblo con milicias, milicias con ciudad y ciudades con país, convirtiendo en 'democrática' la decisión de una vanguardia de activistas apoyados por un sector organizado y armado de la población.

Estas milicias urbanas volvieron a jugar un importante papel en 1672, cuando el ejército profesional, orgullo de la República Holandesa durante la guerra de los Ochenta años contra España, se vió incapaz de contener a un nuevo y más poderoso enemigo, Luis XIV de Francia. Este fracaso revalorizó el papel de las milicias y las obligó a incrementar sus servicios en la defensa. Las milicias de Leiden terminaron por amotinarse contra los oficiales nombrados por  la ciudad y forzaron al propio Consejo a dimitir "creando un vacío de poder que dejaba la ciudad bajo el control de las milicias".  La primera de sus reclamaciones se centraba en pedir mejoras para la sala de reunión de las milicias, pero el resto resultaban menos anecdóticas. Consideraban que "los ciudadanos pagaban impuestos (...) y no tenían un papel efectivo en el gobierno local. Los burgomaestres debían tratar a los ciudadanos desde el <<respeto y amistad>> y preservar cuidadosamente los privilegios de los vecinos". Exigían, pues, a los políticos, que se comportaran como representantes del pueblo y cumplieran efectivamente la función para la que habían sido nombrados. Aunque muchos de los antiguos Regentes fueron más tarde repuestos en sus cargos "quedó claro que fue su aprobación [de las milicias] lo que otorgaba legitimidad al concejo municipal en su nueva composición". Se quiso también, sin conseguirlo, que los oficiales fueran elegidos exclusivamente por los miembros de sus compañías.

Nuevamente las milicias de Leiden volvieron a saltar a la palestra polítcia en 1748, cuando se convocó a sus miembros a una gran asamblea, en un contexto histórico en el que la república había sido derrocada tras una invasión francesa en beneficio de la restauración monárquica de los Orange  Las reclamaciones más importantes se centraban en la autonomía de las milicias y el restablecimiento de sus privilegios, lo que ocultaba apenas el deseo de convertirse en una fuerza política independiente. Pidieron además que las llaves de la ciudad se pusieran bajo el control de la milicia, lo que en aquella época suponía el dominio del espacio urbano y su defensa.

Esta nueva autonomía del cuerpo de milicias, permitió que, al año siguiente, éstas se solidarizaran con las multitudes que atacaron las casas de los arrendadores de rentas a quienes se hacía responsables de los altos precios que alcanzaban los productos de primera necesidad, fuertemente gravados con impuestos. Los milicianos rechazron intervenir "e insistieron en que los amotinados detenidos debían ser liberados inmediatamente".  Fue el momento de presentar una nueva serie demandas que constituyen un auténtico programa político y pueden hacernos ver la ambivalencia de que la sociedad, y las consideradas como aspiraciones populares, estén representada a través de estas corporaciones específicas más que por el conjunto de los ciudadanos. Los dos primeros puntos se refieren a la religión e instan a hacer respetar el descanso dominical y a que se repriman los juramentos, pero también se solicita "el nombramiento de ministros ortodoxos de la Iglesia Calvinista frente a la actual mayoría de predicadores más liberales". Por otro lado, se hacía un encendida defensa de los gremios, como base de una sociedad ordenada, algo previsible dada la composición social de las milicias, junto con una reforma de la cámara de las Quiebras, para proteger a los medianos y pequeños propietarios. Al mismo tiempo se postulaba una sociedad más cerrada en torno al calvinismo y una organización gremial muy conservadora, la petición de protección para grupos sociales que sufrían los embates del primer capitalismo y una reclamación de mayor transparencia en la gestión del dinero público.  "Los miembros de las familias prominentes debían, como los demás, pagar impuestos, obedecer la ley y cumplir con las obligaciones propias de la ciudadanía (...) tanto los privilegios como la administración financiera en su conjunto debían estar abiertos a la inspección de todos los ciudadanos" entendiendo como tales los que pertenecían a los grupos sociales donde se reclutaban las milicias.

Pero lo sucedido más tarde también merece una reflexión. Los milicianos habían puesto sus esperanzas en la nueva monarquía de los Orange, más afín a su imaginario calvinista y militar que la antigua república burguesa y oligárquica. Guillermo de Orange no podía, sin embargo, permitirse un régimen de democracia en manos de esta especie de 'clase media' y por ello "se hicieron algunas pequeñas concesiones (...) el concejo municipal fue cesado y reinstaurado salvo cuatro de sus miembros que fueron reemplazados. A diferencia de 1672 las milicias fueron excluidas del proceso (...) Como resultado de esta decepción, Leiden experimentó otra nueva ola de disturbios en noviembre (...) Los regentes no vieron otra salida que llamar al ejército regular y (...) más de mil soldados entraron en la ciudad. Se publicó un bando prohibiendo las asambleas públicas (...) El poder de la pequeña burguesía ha sido destrozado (...) y miembros del comité [de milicias] fueron arrestados durante los días siguientes".

Las milicias volvieron a tener un papel importante en la denominada Revolución Patríótica holandesa, que precedió en 1780 al gran movimiento de la Revolución Francesa. Ellos también lucharon "Por la Patria y la Libertad" y en sus sociedades de entrenamiento se coordinó la organización de las protestas y la política a seguir. Se hicieron reclamaciones contra la corrupción y en defensa de los valores constitucionales, se luchó contra los elevados impuestos sobre el pan. Pero también se pretendió que la relación entre el pueblo y las autoridades se realizara a través de las milicias, cuando el papel político de éstas ya había sido históricamente sobrepasado. La aparición de una prensa contestataria y de clubes y sociedades revolucionarias modernizaría el panorama político holandés, pese a la derrota inicial que sufrieron los 'patriotas' a manos de veinte mil soldados prusianos que acudieron para reinstaurar el orden reaccionario.

Se demuestra una vez más que las sociedades pueden dotarse de cauces diversos para expresar sus aspiraciones políticas; en ocasiones dichos cauces son inesperados. Cuando las oligarquías controlan el funcionamiento constitucional, otras clases o grupos sociales pueden hacerse oir en los márgenes del sistema. Cuanto más organizados están estos grupos, mayor es su fuerza, pero también resulta peligroso confundir su extracción social, que puede resultar peculiar, con la voluntad o el beneficio de todo el conjunto nacional. Un bonito artículo, por alejado que nos parezca -no lo está- de la realidad actual. 

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