Desde los años setenta, la "historia de la mujer" o "historiografía feminista" ha conocido un desarrollo muy importante, que plantea un problema esencial de 'visibilidad' de la mujer en la información histórica tradicionalmente utilizada . No se trata sólo de un problema de fuentes, sino también de los investigadores, que no se ocupaban de contemplar, allí donde resulta posible, el papel femenino en el desarrollo histórico de las formaciones sociales; resulta bastante difícil responder a ciertas preguntas cuando nunca son planteadas. En esta línea, el libro de Marina Picazo Alguien se acordará de nosotras. Mujeres en la ciudad griega antigua (Barcelona: Bellaterra, 2008) rastrea en las crónicas, la literatura y hasta las representaciones artísticas de Grecia, la presencia y la actividad de sus mujeres. Este esfuerzo resulta encomiable por dos poderosas razones: en pocas sociedades históricas la mujer ha sido mantenida de tal manera en la sombra y, además, Grecia constituyó una de las bases más importantes de lo que han venido siendo el desarrollo de la civilización occidental.
Sin modificar sustancialmente lo que ya sabíamos, este libro aporta una visión de conjunto donde todos los elementos adquieren sentido. Marina Picazo nos sitúa desde el principio en la denuncia de que nuestro conocimiento de las mujeres griegas es muy limitado, por la poca atención que recibía su rol social y también porque padecemos una abrumador predominio de las fuentes atenienses, que no forzosamente representaban la situación en toda Grecia, ya que esta polis destacaba por el dominio cultural de los valores masculinos. La democracia ateniense tan solo reservaba el hogar como lugar de las mujeres.
Pero no podemos negar que es la civilización griega en su conjunto la que resulta sorprendentemente agresiva con todo lo femenino. En sus mitos sobre la aparición de la humanidad, la mujer no es siquiera un producto y compañera secundaria del hombre, sino un castigo. "La misoginia, el odio hacia las mujeres, apareció por primera vez en la literatura europea en la poesía griega arcaica. En sus dos poemas, Los trabajos y los días y la Teogonía, el poeta Hesíodo que vivió en el siglo VII a.C., describió la creación de Pandora… Enfurecido de nuevo, el padre de los dioses impuso al titán [Prometeo] uno de los terribles castigos eternos de la mitología griega y, a los hombres, otra condena permanente, la creación de la primera mujer. Los hombres habían vivido felices hasta entonces, sin trabajos, enfermedades ni muerte…[A este nuevo ser, la mujer] la diosa Afrodita la ha dotado del encanto que enciende el deseo y de las artimañas que engañan a los hombres, y el dios Hermes de la capacidad de mentir y de utilizar un lenguaje seductor con espíritu artificioso. El mismo dios da [a la primera mujer] el nombre de Pandora, ‘todos los dones’, y se convierte en una ‘trampa inevitable, mortal para los hombres’, ya que de ella procederá ‘la raza maldita de las mujeres’."
Sin modificar sustancialmente lo que ya sabíamos, este libro aporta una visión de conjunto donde todos los elementos adquieren sentido. Marina Picazo nos sitúa desde el principio en la denuncia de que nuestro conocimiento de las mujeres griegas es muy limitado, por la poca atención que recibía su rol social y también porque padecemos una abrumador predominio de las fuentes atenienses, que no forzosamente representaban la situación en toda Grecia, ya que esta polis destacaba por el dominio cultural de los valores masculinos. La democracia ateniense tan solo reservaba el hogar como lugar de las mujeres.
Pero no podemos negar que es la civilización griega en su conjunto la que resulta sorprendentemente agresiva con todo lo femenino. En sus mitos sobre la aparición de la humanidad, la mujer no es siquiera un producto y compañera secundaria del hombre, sino un castigo. "La misoginia, el odio hacia las mujeres, apareció por primera vez en la literatura europea en la poesía griega arcaica. En sus dos poemas, Los trabajos y los días y la Teogonía, el poeta Hesíodo que vivió en el siglo VII a.C., describió la creación de Pandora… Enfurecido de nuevo, el padre de los dioses impuso al titán [Prometeo] uno de los terribles castigos eternos de la mitología griega y, a los hombres, otra condena permanente, la creación de la primera mujer. Los hombres habían vivido felices hasta entonces, sin trabajos, enfermedades ni muerte…[A este nuevo ser, la mujer] la diosa Afrodita la ha dotado del encanto que enciende el deseo y de las artimañas que engañan a los hombres, y el dios Hermes de la capacidad de mentir y de utilizar un lenguaje seductor con espíritu artificioso. El mismo dios da [a la primera mujer] el nombre de Pandora, ‘todos los dones’, y se convierte en una ‘trampa inevitable, mortal para los hombres’, ya que de ella procederá ‘la raza maldita de las mujeres’."
Este mito no deja de ser sino la personificación, en Pandora, de lo que los hombres griegos pensaban sobre sus féminas: seres radicalmente diferentes a ellos, caracterizadas por todo lo que no era 'ético' (o sea, racional y perfecto). En la mujer se dan cita todos los defectos "su apetito por el alimento y el sexo la convierten en el reverso del hombre y la aproximan a los animales salvajes", por lo que frecuentemente se entrega a todos los excesos y no puede ejercer ningún papel director en la sociedad ni constituir un testimonio fiable. Por definición, "…Las mujeres eran menos inteligentes, más débiles, menos capaces de controlar sus apetitos… son comunes [también] las referencias al deseo incontenible de las mujeres por (...) la comida y la bebida". Y hasta cierto punto estaría justificada tal avidez, ya que los indicios recogidos por Marina Picazo muestran que, desde niñas, las mujeres recibían menos alimento que los varones. Como es bien conocido, el infanticidio les afectaba también mucho más. En Grecia, la mujer ni siquiera engendraba a los hijos, tarea exclusiva de los varones. Ellas eran tan solo el receptáculo de una semilla plenamente conformada en los genitales masculinos.
Curiosamente, como en tantas culturas patriarcales, los griegos consideraban que los hombres, más racionales y capaces de autocontrol, eran arrastrados de forma inevitable por las poderosas armas de seducción femeninas, así que ellas debían mostrar siempre una extrema modestia en su comportamiento. En público, las atenienses aparecían incluso veladas. El velo, "que acentuaba la idea de invisibilidad (..) podía asumir distintas formas: se usaba la capa o himation para cubrir la cabeza, o una especie de chal. A veces se cubría solo el pelo. Pero en otras la cobertura afectaba también a la cara, de modo que sólo quedasen al descubierto los ojos.” En general, se esperaba que fueran modestas, pasivas, silenciosas, castas y se dedicaran sólo a desarrollar las tareas que les son propias: cría y cuidado de los hijos y de los demás miembros de la familia, así como mantenimiento del patrimonio doméstico. Como en otras muchas sociedades, la ociosidad se consideraba una grave falta en las mujeres, y cualquier tiempo libre debía ser destinado a la tarea femenina por excelencia: el hilado y el tejido.
Las mujeres griegas no podían desarrollar una vida independiente. Salvo las heteras -amantes o prostitutas de lujo-, el resto estaban sometidas a sus padres, maridos, amos o parientes masculinos. Ni siquiera las viudas podían constituirse en cabezas de familia una vez muerto el marido, ya que regresaban bajo el control de su propia parentela, o permanecían bajo la del difunto en caso de que tuvieran descendencia.
Pero la autora no deja de buscar testimonios de mujeres que sostuvieran con decisión el patrimonio de su familia, que adoptaran posiciones activas en público, o que ejercieran diversas profesiones. Son muestras escasas, pero existían. Evidentemente, estos casos se daban más, o se perciben mejor, entre las de clase más alta. La posibilidad de un trabajo remunerado era muy reducida, siempre limitada a tareas como el pequeño comercio, ejercer de comadrona -algún rastro hay de mujeres dedicadas a la medicina- o tejedora. Pero tan solo cuando se dieran situaciones de necesidad y no se contara con el apoyo de un hombre. No existe ningún testimonio de mujeres que ejercieran cargos políticos destacados o dirigieran actividades económicas que proporcionasen grandes beneficios.
Salvo excepciones, las mujeres atenienses tan solo recibían formación para las tareas del hogar, y los hombres consideraban que tejer era el único arte que debían dominar. En cambio, los ciudadanos, incluso los medianamente acomodados, recibían una formación muy amplia para la época, que incluía las prácticas del gymnasio. Resulta difícil pensar en un amor pleno entre hombre y mujer en la familia cuando las jóvenes contraían matrimonio apenas salidas de la adolescencia y sin ninguna experiencia vital fuera del mundo doméstico y, por el contrario, los varones se casaban superada ya la juventud, con una vida social, cultural e incluso bélica a sus espaldas.
De todas maneras, es posible que esto no pudiera generalizarse a toda Grecia. Es conocido el caso de Esparta, donde las mujeres recibían una formación más completa -física y culturalmente- debido a la frecuente ausencia de los hombres por su intensa dedicación a los entrenamientos y campañas militares. Ellas fueron también garantes del más igualitario -entre los ciudadanos-, pero también más injusto y opresivo modelo social de la época. De todas maneras, Marina Picazo advierte que nuestra imagen de Esparta está distorsionada por la propia mirada de los atenienses, quienes nos han transmitido casi todo lo que sabemos sobre los lacedemonios. Para los ciudadanos de Atenas, Esparta era una especie de 'mundo al revés' de lo que conocían, y es muy posible que su caracterización de los usos y mentalidad de las mujeres espartanas responda tanto a sus fantasias y ansiedades como a la realidad cotidiana.
Es también interesante su referencia a la imagen de la mujer en el arte, donde su presencia -particularmente cuando aparece desnuda- implica casi siempre la contemplación de un ojo masculino, cosa que no sucede con las esculturas del otro sexo. Todo lo cultural se impregna de esta particular misoginia de los griegos. Incluso la medicina inventó una especialidad -la ginecología- para estudiar un cuerpo humano que se creía extraordinario, por imperfecto. Nadie consideró necesario caracterizar como andrología el estudio del cuerpo masculino, ya que constituía la norma.
Es también interesante su referencia a la imagen de la mujer en el arte, donde su presencia -particularmente cuando aparece desnuda- implica casi siempre la contemplación de un ojo masculino, cosa que no sucede con las esculturas del otro sexo. Todo lo cultural se impregna de esta particular misoginia de los griegos. Incluso la medicina inventó una especialidad -la ginecología- para estudiar un cuerpo humano que se creía extraordinario, por imperfecto. Nadie consideró necesario caracterizar como andrología el estudio del cuerpo masculino, ya que constituía la norma.
El único ámbito en que las griegas podía ejercer un papel social relevante y desarrollar una actividad autónoma era el de la religión. Como guardianas de antiguos ritos, como portavoces de santuarios proféticos, como animadoras de cultos relacionados con la naturaleza y la fertilidad, las mujeres encontraban allí el medio de mantener relaciones familiares (con sus madres, hermanas y parentela propia) interrumpidas tras el matrimonio, y de expresar de alguna manera un mundo y unos valores propios que generalmente permanecían ocultos. Esto se hacía a través de los cultos oficiales de la polis y de otras devociones más informales.
Cualquier estudioso de la condición femenina a lo largo de la historia podría encontrar familiares muchas de estas pautas de conducta y no solo en las sociedades occidentales. Como en tantos otros campos, también aquí los griegos resultaron precursores. Sus aportaciones han perdurado a lo largo de los siglos, para lo bueno... y para aquello que no lo es tanto.
Cualquier estudioso de la condición femenina a lo largo de la historia podría encontrar familiares muchas de estas pautas de conducta y no solo en las sociedades occidentales. Como en tantos otros campos, también aquí los griegos resultaron precursores. Sus aportaciones han perdurado a lo largo de los siglos, para lo bueno... y para aquello que no lo es tanto.
Razón de más para relativizar la democracia ateniense y de las otras ciudades donde se dieron regímenes democráticos. Es evidente que la democracia antigua tiene poco que ver con lo que hoy entendermos por tal (defectuosa en muchos campos por otra parte) aunque debamos reconocer que fueron un avance extraordinario para la época determinadas instituciones con Pericles.
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