Lo único que aprendemos de la historia es que no aprendemos de la historia (Hegel)

lunes, 4 de julio de 2011

Más allá de la muerte

Como ya he manifestado mi admiración por las excelentes cualidades de José Miguel Parra Ortiz como divulgador de su área de conocimiento, la egiptología, no extrañará que me haya leído de un tirón su estupendo libro Momias. La derrota de la muerte en el Antiguo Egipto. (Barcelona: Crítica, 2010). Más que una obra innovadora, supone un útil 'estado de la cuestión' para todos aquellos que no somos especialistas y una reflexión sobre las posibilidades de la arqueología egipcia, y en concreto del estudio de las tumbas, como fuente de información histórica. Junto a un bien expuesto resumen sobre los aspectos técnicos y rituales de pirámides, hipogeos, momias y sarcófagos, vemos desfilar a los principales personajes de la egiptología, la vida cotidiana de quienes aparecen ahora momificados, su alimentación y enfermedades, su sistema de creencias y la estructura social que generó todo este aparato. No nos ahorra ni las andanzas de Howard Carter como detective en su misión de proteger las momias faraónicas cuando ejercía como Inspector de Antigüedades en el Bajo Egipto, ni las otras formas de momificación aparecidas, de manera más o menos 'natural' o 'artificial' en diferentes periodos y culturas, desde las marismas del Norte de Europa a los desiertos de Asia central o las cumbres andinas.

José Miguel Parra amplia -y lo hace en pocas páginas- nuestro campo de visión mucho más allá de la tradicional relación entre monarquía faraónica, pirámides, momias reales y culto a los fallecidos, campos a que suele limitarse cualquier exposición centrada en los grandes monumentos del valle del Nilo. Nos acompaña por el descubrimiento de las momias egipcias por Occidente como remedio medieval y renacentista debido a una confusa relación con las virtudes terapéuticas de la brea loadas por Plinio el Viejo. También al empleo de este polvo de 'mumia' como base para obtener pintura ocre durante los siglos XVIII y XIX, o como fuente de entretenimiento pseudocientífico y de prestigio social y cultural con la expansión de los imperios coloniales. No sólo nos explica la probable destrucción de cientos de miles de cadáveres de antiguos egipcios debido a estos usos tan espúreos, sino que nos va presentando el despertar por el interés del mundo egipcio en la cultura occidental. De paso, descubrimos que la picaresca con los recuerdos arqueológicos no es un fruto reciente, sino que en Alejandría se recurría ya en el año 1200 a la momificación de asesinos ajusticiados y personas fallecidas sin identificar  para abastecer la demanda que existía en Occidente.

Una gran parte del libro está dedicada a la evolución en el tiempo de los sistemas de inhumación, las formas de los enterramientos -desde luego, la aparición de las pirámides como una de estas formas-, la técnica y rituales de embalsamamiento, los faraones de quienes se han conservado restos (al menos uno por dinastía histórica) y todo lo relacionado con el culto a los muertos. Nos describe, por ejemplo, las primeras moficiaciones, anteriores a la aparición de los reinos históricos, como hasta ahora se creía. Pero, como historiador, encuentro más interesante su aportación cuando, a partir del estudio de las momias, va desplegando todo el conocimiento que nos proporcionan estos yacimientos arqueológicos para comprender a las gentes que vivieron en aquella época. Aspectos como la patología de lo cadáveres, que permiten observar el retroceso en la calidad y duración de la vida que se produjo precisamente con la extensión de las técnicas de cultivo egipcias en el valle del Nilo. Permitieron sostener un número más grande personas, pero provocaron una caída en la variedad y aportes nutricionales de la dieta y la aparición de numerosas enfermedades vinculadas al contacto permanente con el agua estancada y los desechos (malaria y otras enfermedades bacterianas, parásitos intestinales, etc.) que conllevaron la caída de la esperanza de vida en unos diez importantísimos años como media (de 40 a 30 años por individuo). Más de la mitad de la población fallecía antes de alcanzar esa cifra. La dificultad para obtener combustible en una zona tan poblada, y las cocciones insuficientes de los alimentos también favorecían la aparición de estas enfermedades.

Resultó muy importante la disminución en los aportes de proteína animal (del 35% de la dieta, aproximadamente, durante el Paleólítico, a un escaso 10% en el Imperio Antiguo) pero la razón no estriba tanto en la extensión de la agricultura y el modo de vida de los egipcios, sino en la profunda desigualdad social instaurada por el sistema monárquico y religioso que se pudo implantar en el riquísimo valle del Nilo. Las ofrendas a los templos consumían tantos animales disponibles que en un solo festival religioso -sin necesidad de que fueran los grandes acontecimientos patrocinados por la monarquía- podían llegar a sacrificarse más de ciento treinta bueyes (cada buey podía dar de comer a más de mil personas), en beneficio exclusivo del personal del templo y sus numerosos dependientes, lo que convertía todo el sistema religioso en un elemento clave de la redistribución de alimentos, dirigido siempre por un sector reducido de la pirámide social.

También se nos explican las pruebas halladas en cadáveres sobre casos de agresiones individuales y colectivas, de violencia de género o de malos tratos, así como la existencia de servicios médicos en las ciudades o las grandes empresas de construcción patrocinadas por el estado. La evolución de los ajuares también nos habla tanto de la evolución de las mentalidades y creencias religiosas como de las funciones que cada grupo social cumplía dentro del sistema egipcio. Se le puede reprochar, en todo caso, que no contextualice más algunas de las dinastías, yacimientos o personajes mencionados, para entender las claves de esta evolución.

Un apartado curioso es el de las muy abundantes momias de  animales.  Procedían en general de los sacrificios ofrecidos en los templos, y también en torno a las mismas se desarrollaba la picaresca, pues se han hallado muchos ejemplos de momificaciones falsas, donde se había envuelto en vendas, huesos, palos o cualquier material que no correspondía al animal presuntamente sacrificado. También se momificaban animales sagrados y las clases altas -en un evidente paralelo con hábitos más actuales- podían ofrecer enterramientos de lujo a sus mascotas, momificación incluída. Parece ser que los templos conviriteron la crianza de animales dignos de ser ofrendados (cocodrilos, ibis, bueyes...) en toda una industria.

Resulta interesante -aunque no muy desarrollado- el capítulo dedicado a la aparición de momias en otras culturas. Estas momificaciones han sido a veces casuales -como en el caso de Ötzi- el cadáver hallado entre los hielos del Tirol, o resultado de ciertas acciones humanas, como la 'simpática' costumbre de las sociedades agrarias del norte de Europa de sacrificar personas -por lo general individuos con alguna clase de discapacidad física-y arrojarlos después a ciénagas, donde la falta de oxígeno y las sustancias liberadas por el musgo proporcionaban una forma de momificación 'natural'. Particularmente breve, pero bien resumido, aparece el tema de las momias americanas, desde las más antiguas de la cultura de Chinchorro hasta los sacrificios humanos rituales del imperio inca.

Como concesión a los conocimientos populares sobre el tema se incluye un capítulo final destinado a explicar las teorías sobre las 'maldiciones' de las momias faraónicas, y las consecuencias del descubrimiento inviolado de la tumba de Tutankamon. Se detalla por menudo tanto el proceso de formación de estas leyendas como las abundantes pruebas que las desmienten. Al igual que en tantos otros aspectos, tan sólo una presentación sesgada de los hechos conocidos permite dar base a la aparición de supuestos fenómenos paranormales.

En definitiva, una lectura altamente recomendable para todos quienes no sean verdaderos especialistas en el tema.

3 comentarios:

  1. Unos señalan que la momia corresponde a Hapsetsut; otros prefieren esperar; unos dicen que el personaje de la momia murió violentamente. He visto momias chinas, americanas y egipcias con rasgos parecidos que forenses y arqueólogos han explicado por moverse el yacimiento u otras causas naturales.

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  2. Algunos foros ya han dado por cierto que la momia de la fotografía pertenece a la reina Hapsetsut, lo que me parece excesivo, pues no aportan pruebas.

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  3. A mi también me parece que es la imagen de esta momia, identificada (aunque no con total certeza) en 2007. De todas maneras, la elegí como simple ilustración del artículo, sin ningún significado concreto.
    Un saludo.

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