Lo único que aprendemos de la historia es que no aprendemos de la historia (Hegel)

martes, 8 de febrero de 2011

Cómo invadir (mal) Egipto

En los primeros días de la actual revuelta contra el presidente Hosni Mubarak, un responsable del Pentágono declaró que, si el tráfico del canal de Suez se viese amenazado por algún peligro, a los Estados Unidos no les quedaría más remedio que intervenir en la zona. No debí ser el único que rápidamente se acordó de la última ocasión en que las potencias europeas quisieron hacer lo mismo, y por similares razones, cosechando uno de los más rotundos fracasos bélicos de la historia, el año 1956.

En los numerosos libros y artículos que se han escrito sobre el tema suele hacerse hincapié en la situación geoestratégica del momento, evidentemente decisiva para explicar la dinámica general y los resultados de aquella intervención, pero no se habla tanto de la forma en que se gestaron y condujeron las operaciones militares. Quien sí lo hace, y en profundidad, es Geoffrey Regan en su ya clásico libro Historia de la incompetencia militar (Barcelona: Crítica, 2007; edic. orig., 1987), aunque esta vez sea para resaltar que los mayores responsables del fiasco no fueron precisamente los militares.


Ese año, para celebrar el cuarto aniversario de la deposición del corrupto rey Faruk, el nuevo hombre fuerte de Egipto, el nacionalista Gamal Abdel Nasser, lanzó un duro discurso contra el imperialismo británico y envió sus agentes a ocupar las oficinas de la Compañía del Canal de Suez en Ismailia y Port Said, en virtud de una nueva ley que nacionalizaba sus activos. El objetivo era recuperar para Egipto los beneficios del tráfico del Canal y financiar con ellos la nueva presa de Assuan, para la que le había sido negado el crédito por los países occidentales. Se trataba de impedir las crecidas irregulares del río, proporcionar energía a un país en pleno crecimiento y utilizar políticamente el sentimiento de humillación que padecían los egipcios al ver una parte estratégica de su país en manos extranjeras.

Poco antes, Gran Bretaña ya había aceptado retirarse militarmente de Suez a cambio de que Nasser se integrase en un mando militar unificado de Oriente Medio con Londres y Washington. La creación de la CENTO, que privilegiaba la alianza de Occidente con irak, Pakistán, Turquía e Irán, fue vista como una traición por Nasser, que inició un rápido acercamiento a la URSS y China. Sostuvo, además, un apoyo efectivo a los movimientos árabes de liberación en otros territorios. Como represalia, le fueron negados los créditos motivo de la discordia.

Gran Bretaña y Francia decidieron plantar cara al desafío nasserista. Habían renunciado a la presencia militar, pero no a la propiedad de las acciones del Canal (aunque la concesión sólo llegaba a 1968)y tenían además otros motivos para ello. Anthony Eden, el sucesor de Churchill, estaba convencido de que Nasser tenía la misma catadura moral de Hitler, y que no se debía aplicar con él ninguna política de 'apaciguamiento' como se había hecho con el líder nazi. Guy Mollet, el primer ministro francés, estaba muy preocupado por el apoyo de Nasser a los independentistas argelinos. Cuando Nasser vetó el paso de naves israelíes por el Canal, una conferencia reunida en Washington, sin la presencia de Egipto, decidió que se debía instalar en Suez una autoridad internacional para garantizar la libre circulación marítima.

Aquí es donde Regan comienza sus duras críticas a la forma en que se gestó y dirigió el conflicto francobritánico con Egipto. De entrada, fueron numerosos los planes de intervención que se hicieron, sin que los líderes políticos llegaran nunca a optar por una clara línea de actuación. Como decían en chanza los oficiales británicos destacados en la zona, "de los doce planes que teníamos, Eden eligió el número trece". En realidad, nunca estuvo siquiera claro cual era el verdadero objetivo de la operación, si se trataba de reocupar militarmente la llamada 'zona del Canal', o lo que se deseaba era derribar al Rais egipcio. Muy probablemente -esto ya es una deducción mía por lo que sé del personaje- Eden soñaba ante todo con dar una buena lección a Nasser; el viejo conservador británico en el papel de maestro de escuela del nuevo movimiento tercermundista. Pero, como dice Regan, nunca llegó tampoco a pensar qué pasaría después.

El fracaso de la ocupación de Suez se ha considerado siempre una derrota de los viejos poderes europeos en el nuevo mundo de la Guerra Fría. Lo fue, pero debemos tener presente que Francia e Inglaterra tenían ya poco de 'potencia' militar a esas alturas. Aunque Gran Bretaña gastaba todavía un 10% de su PIB en Defensa, sus fuerzas armadas se habían esclerotizado mucho desde la Segunda Guerra Mundial:
  • Un tercio de los soldados procedían del servicio militar y no tenían ninguna motivación especial para dejarse el pellejo en Egipto. 
  • Los oficiales y los suboficiales veían cualquier posibilidad de ascenso frenada por la presencia de numerosos mandos de la Segunda Guerra Mundial que habían permanecido en el Ejército. 
  • La creciente diferencia de edad entre los capitanes y comandantes y los soldados a sus órdenes no contribuía precisamente a mejorar la moral. 
Los franceses se hallaban en mejores condiciones, ya que habían mantenido su experiencia de combate en las luchas coloniales de Indochina y Argelia, pero, como sólo aportaban un tercio de los efectivos a la operación, nunca pudieron tomar decisiones estratégicas o tácticas importantes.
Lo peor era el estado del material. Se contaba con bases próximas en Chipre, desde siempre destinadas a proteger el Canal, pero los muchos años sin amenazas militares habían llevado al descuido y falta de renovación en las instalaciones, lo que obligó a optar por Malta como base de combate, a 1.500 km de Egipto. Los ingleses no disponían de fuerzas de intervención rápida, y tuvieron que concentrar sus tropas como si se tratase de un pequeño desembarco de Normandía. Las reparaciones y el traslado de los tanques dispersos por toda Gran Bretaña tuvo que hacerse con personal civil, que seguía sus convenios sindicales y no trabajaba el fin de semana. Faltaban recambios y no había suficiente material de desembarco -mucho se había podrido en los almacenes desde el conflicto muncial o se destinaba a usos civiles-, incluso numerosos 'Jeeps' de las fuerzas armadas tuvieron que ser recomprados a los campesinos árabes a quienes se les habían vendido después de ser desafectados. Los barcos franceses ofrecían muy buena estampa, pero también necesitaban urgentes reparacions, ya que en ocasiones ni siquiera las torres de disparo funcionaban.

Lo peor de todo es que no existía un casus belli objetivo que justificase la declaración de guerra, ni siquiera un consenso nacional británico en apoyo de una política agresiva. El partido laborista se oponía rotundamente, y también una parte de los conservadores. En Francia, la división de la opinión pública sobre el tema colonial ya era endémica, tras un decenio de luchas imperiales. Washington y Moscú, por diferentes motivos, también se oponían a la intervención. Ni Francia ni Gran Bretaña contaban con un bloque internacional de aliados que diese soporte a sus planes.

Precisamente por estas divisiones, y por el creciente papel de los países no alineados en las Naciones Unidas, se quería dar un palmetazo a Nasser pero sin enajenarse la opinión pública egipcia y árabe, con lo que la invasión debía ir precedida de bombardeos que no causaran víctimas civiles.

El despropósito llegó al máximo cuando los franceses aprovecharon sus excelentes relaciones con Israel para urdir junto a los británicos un plan que proporcionase la ansiada excusa para la guerra: las fuerzas armadas israelíes invadirían la península del Sinaí como represalia a las hostiles medidas de Nasser. Francia e Inglaterra dirigírían entonces un ultimatum para que las tropas de ambos países se separasen, garantizando así la navegación por el Canal. Si Nasser no aceptaba, como no podía ser de otro modo, los estados europeos ya tendrían un motivo para intervenir sin soliviantar a la opinión pública árabe o a la propia. Semejante contubernio, en el que nadie, y mucho menos los países árabes, podía creer inocentes a Francia y Gran Bretaña, resultaba tan vergonzoso para sus propios autores que el general Stockwell, al mando de la operación, nunca fue informado del verdadero papel de los israelíes, y no pudo coordinar las operaciones.

El desarrollo de éstas fue tan caótico como su preparación, y no podemos detallarlo aquí, pero algunos ejemplos bastarán para hacerse una idea.

Se estableció un servicio de propaganda como parte esencial de la intervención, donde nada parecía funcionar, como siempre ocurre cuando la idea de partida ya está condenada. Los locutores en árabe contratados para convecer a los palestinos de la neutralidad británica tenían un sospechoso acento judío, los dispositivos que debían abrirse a 300 m de altura para esparcir folletos por medio de aviones estallaban justo al nivel de las cabezas de los viandantes, causando serio peligro. Como la radio egipcia se encontraba en el centro de El Cairo, no fue bombardeada, y se convirtió en el punto de referencia de la población para informarse.

Tampoco se atacó la base de los aviones rusos más modernos de que disponía Egipto ya que civiles norteamericanos estaban siendo evacuados en la misma zona. Cuando Eden se percató del hostil ambiente internacional redujo los bombardeos navales, que apenas cuasaron daños. También se informó previamente a la población de cuáles iban a ser los objetivos de los bombardeos aéreos, para que despejasen la zona. En realidad, los únicos que la evacuaron fueron los aviones y tropas del ejército egipcio.

Los objetivos de la operación aérea y marítima habían sido pésimamente escogidos. Port Said no disponía de instalaciones portuarias suficientes y se hubiera tardado semanas en descargar todo el material. En Port Fuad, donde se instalaron los franceses, no existía ninguna carretera para trasladar las tropas al este, ya que había sido destruida por una reciente ampliación del Canal y los británicos, presentes en la zona hasta hacía unos meses, utilizaban viejos mapas desfasados. Además, unos y otros estaban convencidos de que la capacidad de combate egipcia era muy superior a la real, ya que creían, por errores en los servicios de información, que los aviones y tanques estaban tripulados por voluntarios de los ejércitos del este de Europa. Mientras los israelíes abrían un boquete en las líneas egipcias atacando por el punto más débil, franceses e ingleses estaban paralizados por la cautela, pero al coincidir el ataque contra Suez con el momento en que los sionistas estaban alcanzando sus objetivos, la acción no fue vista sino como una puñalada por la espalda por todos los pueblos árabes.

Para colmo de males, Eden, ya enfermo, vió rápidamente agravado su estado por la tensión a que se veía sometido. Las amenazas soviéticas y las reconvenciones americanas llevaron a una rápida orden de alto el fuego 36 horas después de iniciarse el desembarco.

El gran beneficiario de la operación fue Israel, que vió recrecido su prestigio militar, obtuvo un cuantioso botín bélico, créditos por más de mil millones de dólares, nuevas armas europeas y un moderno reactor nuclear que fue la base de su poder atómico. También salió ganando Nasser, un mediocre populista convertido en líder carismático de la nación árabe.

De todo ello no cabe deducir que Gran Bretaña y Francia no hubieran podido ganar un choque militar en Egipto; seguro que sí. El problema fueron el contexto, las directrices y las condiciones con que se entabló un combate que nunca debió empezar. Tampoco sirven los antecedentes históricos para presuponer que otra intervención occidental en Suez sería un fracaso. Nuevas condiciones y una nueva gestión de la fuerza armada podrían dar un resultado totalmente distinto. Pero, después de los fiascos cometidos recientemente por todas las 'grandes potencias' en zonas de conflicto como Irak o Afganistán, vistos los resultados que se están obteniendo, es como para pensárselo dos veces.

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