Lo único que aprendemos de la historia es que no aprendemos de la historia (Hegel)

viernes, 4 de febrero de 2011

La desideologización de la izquierda

Para los que no vivimos el mayo del 68 pero por ahí andamos, uno de los fenómenos políticos que nos ha tocado presenciar es la rápida desideologización de la izquierda europea occidental; se ha venido produciendo de manera progresivamente acelerada, sobre todo desde mediados de los años setenta. Al mismo tiempo, hemos asistido a un profundo rearme ideológico de la derecha, que ha  radicalizado sus posiciones en relación de fuerzas casi perfectamente inversa a la centrifugación del comunismo y la socialdemocracia.

Conociendo ya mi tradicional método de interesarme por los antecedentes históricos para entender todo aquello que implique procesos temporales, podéis suponer la avidez con que no dudé en agenciarme hace poco en una libreria de segunda mano el libro autobiográfico escrito por Willy Brandt Memorias políticas. 1960/1975. Quince años vitales: De Alcalde de Berlín a Canciller de Alemania. (Barcelona: Dopesa, 1976. 2 vols.) Siempre he sentido admiración por su figura, e interés por una trayectoria vital apasionante. Joven antinazi y exiliado político en los años treinta, figura prominente de la socialdemocracia durante la época del "milagro alemán", impulsor del abandono de los postulados marxistas en el congreso de Bad Godesberg, alcalde de Berlín durante la construcción del Muro, canciller alemán e impulsor de la 'Ostpolitik', -el diálogo con los estados comunistas-... Todo un bagaje que prometía dar alguna pista sobre cual había sido el punto de partida ideológico de ese camino que en algún lugar comenzó a difuminarse en el horizonte.


Pues lamento deciros que se trata de uno de las obras autobiográficas más aburridas que he tenido ocasión de leer. Contra todas las previsiones, Willy Brandt nos ofrece una enorme panoplia de recuerdos que apenas vienen a aclarar nada sobre el periodo de que se ocupa la obra. Y cualquier reflexión ideológica o declaración previa de intenciones políticas en el medio y largo plazo brilla más bien por su ausencia. Son unas memorias donde predominan las distancias cortas, el diálogo intepersonal entre autoridades responsables de gestionar estados y relaciones internacionales, pero que, vistos a través de los ojos de Brandt, parecen hacer de esa misma gestión el único referente de sus acciones. Todo lo cual no deja, por sorprendente que sea, de resultar altamente significativo.

La obra está organizada de manera no cronológica, sino temática, ocupándose por separado de las crisis generadas por la "guerra fría" en suelo alemán, de las relaciones con Estados Unidos, de la construcción de la Comunidad Europea, de la ostpolitik, de la política interior alemana, o de las relaciones con Israel, entre otros casos. Esto, en ocasiones dificulta la lectura y la comprensión del panorama global donde enmarcar lo que se nos está explicando. Pero lo más importante es que uno tiene la sensación de haber entrado, de la mano de uno de sus socios, en un club de caballeros, donde se nos va comentando por menudo las actitudes de cada miembro en relación a una serie de interesantes pero muy concretos temas, mientras, con pulcritud casi británica, se evita hacer juicios de valor que puedan resultar demasiado críticos, así como cualquier referencia a posiciones de fondo que expliquen las actitudes, aciertos o errores de estos personajes. Lo que deberían haber sido rivales ideológicos (el conservador Richard Nixon, el gaullista Pompidou, los democratacristianos de Italia...) son en realidad aliados, de la CEE y la OTAN, unidos por la común oposición al comunismo y, por tanto, socios y hasta amigos, en un panorama donde sólo se permite el autor alguna pequeña expansión para hablar cálidamente de aquellos con quienes mantuvo las mejores relaciones, como Kennedy o Bruno Kreitsky.

Todo esto no quiere decir que Willy Brandt no fuera un hombre de convicciones profundas (eso se nota en  pocas pero significativas ocasiones), que desarrolló en Alemania un proyecto de gobierno que aportó seguridad en las fronteras, desarrollo económico y equilibrio social más allá incluso de los límites de lo que era entonces la RFA. Pero da toda la impresión de que, impulsados por el viento favorable de los valores de una época que quería dejar atrás el conservadurismo de la "guerra fría", y donde buena parte de la población, sobre todo los jóvenes, aspiraban a mayores niveles de libertad y redistribución de la riqueza, los dirigentes de la socialdemocracia alemana se autoconvencieron de que una gestión honesta y lo más eficaz posible sería bagaje suficiente para mantener el apoyo de importantes sectores populares, guiando el estado por el camino de la tolerancia, el progreso y la justicia social.

Tan sólo se me ocurre esta solución si he de explicarme a mí mismo que un personaje involucrado en acontecimientos tan excepcionales no nos ofrezca otra cosa que perspectivas a corto y medio plazo cada vez que declara cuáles son sus intenciones, o que se concentre escrupulosamente en las dificultades técnicas (económicas, jurídicas, sociales) de los problemas sin abordarlos desde una perspectiva claramente política, sobre la base de la movilización y apoyo de una masa social partidaria.

Y es también interesante remarcar que, por lo que el mismo Brandt explica, las bases populares de la socialdemocracia alemana eran más combativas que sus dirigentes. Se nos dice, por ejemplo, que cuando los democristianos maniobraron para derribar al canciller en el Parlamento, hubo una prácticamente espontánea amenaza de huelga general política para evitarlo -que el propio partido se encargó de desactivar-, o que la brillante victoria electoral de 1972 hubiera sido imposible sin la movilización de amplios sectores sociales en favor de Brandt y la izquierda, hasta el punto de conseguir dar la vuelta a unos sondeos claramente desfavorables. En cambio, se nos detalla que, frente a las presiones de la derecha, la reacción de los dirigentes socialdemócratas fue tan sólo la negociación para evitar bloqueos parlamentarios.

De la capacidad de arrastre del SPD durante aquellos años da testimonio también nuestro hombre cuando explica, con sorpresa, que, en el transcurso de una década, dos tercios de los afiliados eran incorporaciones recientes. En lugar de reaccionar frente a este hecho tratando de convertir el partido en un potente movimiento social, la reflexión de su líder és casi pusilánime: "No estaba predestinado que tuviese éxito la integración de estos partidarios sometidos a cambios [sociales] tan fuertes. Más de uno había temido, otros así lo esperaban, que apenas podía ser evitada una escisión... me volvía apasionadamente contra la diferenciación -artificial, a mi entender- entre socialdemocracia y socialismo democrático...".

Personalmente, estoy convencido de la solidez de muchos razonamientos que asistían a Willy Brandt, pero eso no quita que, al menos por lo que explica, se hallara inmerso en una dinámica donde las posiciones defensivas y la salvaguarda de la unidad del partido parecen siempre más importantes que la apertura a las nuevas realidades sociales y el ejercicio de un auténtico liderazgo popular. Sus propuestas dan la clara impresión de centrarse en gestionar de la mejor manera posible el momento actual, sin ofrecer alternativas claras a lo existente. Es también sintomático que apenas haya reflexiones o reproches dirigidos a sus críticos de la izquierda -muy numerosos en aquella época- pero sí abunden las que van contra aquellos que sostienen posiciones innovadoras en su partido, donde tan solo ve peligros de radicalismo y división.

Incluso fatiga en ocasiones que, sobre las grandes líneas de su política, dedique menos espacio a defenderlas o explicarnos sus objetivos, que a justificarlas con el argumento de que otros líderes mundiales, incluso los de posiciones políticas contrarias a la suya (como Nixon, Adenauer, Breznev...) estaban a favor o comprendían lo que él iba a emprender, y ya lo habían postulado anteriormente. Unas memorias escritas tan cerca en el tiempo de su salida del poder, cabía esperar que tuvieran algo de autojustificativas, pero aquí ese rasgo es muy importante, demasiado, como si debiera hacerse perdonar por sus rivales de la derecha alemana todas las grandes decisiones que había desarrollado de acuerdo con el programa de la socialdemocracia.

Es evidente que no pueden extraerse conclusiones generales de un solo caso de estudio y, menos aún, de una sola fuente que nos explique ese caso, por importante que sea su autor, pero en este libro late la sospecha de que la socialdemocracia occidental no ha perdido sus referentes ideológicos en los tres últimos decenios, es que nació quizá ya falta de los mismos. Tal vez la llegada al poder se produjo en un momento en que defender una ideología transformadora parecía innecesario, porque sólo se trataba de distribuir correctamente las cartas (gestionar, como decía) para que todo el mundo pudiera beneficiarse de las reglas del juego.

Mientras tanto, la derecha había descubierto, tras un decenio largo de inferioridad en el discurso, la importancia de dominar los valores y los conceptos presentes en el debate político, como muy bien sabe el Tea Party. Quienes trataron con desdén, y hasta con cierto humor, los programas de Ronald Reagan o Margaret Tatcher, hablando de "Reaganomics" o del "tatcherismo" como fenómenos coyunturales, no sabían que estaban asistiendo a la refundación de una derecha política, conservadora en lo social y ultraliberal en lo económico, con un discurso seguro y agresivo que estaba dejando de sentirse acomplejada por la sensación de ser los defensores del pasado,  tiempo que más bien quedó, con sus valores, como patrimonio de una izquierda que no avanzaba, sino que retrocedía.  Como dice el propio Brant, cuando se trató de responder de manera "ofensiva" (son sus palabras) a la movilización conservadora del miedo al socialismo "puntualizamos lo que básicamente separa a la democracia social del comunismo y del socialismo estatal... aclaramos aquello que a lo largo de más de un siglo fue efectivamente realizado bajo el signo del socialismo democrático." Nunca he visto una "ofensiva" más centrada en la "defensa". Y todo estratega sabe que las guerras que no se ganan, se acaban siempre perdiendo. Estos días en que se pasea por Madrid la sucesora de Brandt, Angela Merkel, tenemos una prueba fehaciente de ello.

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