Lo único que aprendemos de la historia es que no aprendemos de la historia (Hegel)

jueves, 10 de marzo de 2011

Miedo a la Libertad. Lucha de clases y revolución en las guerras de independencia americanas

En esta ocasión no voy a hablar de una lectura descubierta recientemente, sino de un libro que ha sido para mí obra de cabecera desde hace treinta años, y que sigue constituyendo, creo, un modelo de estudio crítico del pasado. Lo podéis encontrar en las bibliotecas universitarias; se trata de la obra de Miguel Izard El miedo a la revolución. La lucha por la libertad en Venezuela (1777-1830) (Madrid: Tecnos, 1979). En los años setenta y ochenta se escribieron magníficos libros sobre los procesos de independencia en las colonias de América, incluída la obra ya clásica sobre el tema de John Lynch, pero ninguno de ellos alcanza la profundidad que aplicó el profesor Izard a un estudio de caso: el de las luchas libertadoras venezolanas, que puede servir perfectamente para extender su pauta de análisis a otros contextos similares. Para Miguel Izard, lo que movía a muchos criollos que dieron su apoyo al proceso independentista no era tanto el ansia de 'Libertad' como, precisamente, el miedo al carácter revolucionario de la misma.

Frente a la historiografía tradicional, que construye las luchas libertadoras de América latina sobre el ejemplo de los estallidos revolucionarios de Estados Unidos y de Francia, Miguel Izard parte de un análisis pormenorizado de la sociedad colonial, sus bases económicas y las aspiraciones en juego. Distingue entre el discurso de los líderes y los intereses objetivos de la base que les prestó su apoyo. Durante siglos, los criollos, que de hecho gobernaban el día a día de las sociedades americanas, no vieron en la Corona española un instrumento de opresión, sino, más bien, la fuente de legitimidad y salvaguarda de su predominio.

Un buen ejemplo de ello puede ser el vacío formado en torno a las primeras iniciativas por la independencia, como la expedición encabezada por Francisco Miranda, quien había asistido con entusiasmo a la revolución en Francia, y que desembarcó con apoyo de Haití, donde los esclavos negros, en nombre de la Libertad y la Igualdad, habían expulsado de la isla a los plantadores blancos y a las fuerzas napoleónicas enviadas para derrotarlos. Esto constituía la peor pesadilla de los oligarcas coloniales, y se comprende su rechazo a participar en un movimiento político del que se sabía el comienzo pero nadie podía prever las consecuencias finales. No se trataba de un movimiento generado por la propia sociedad venezolana y fue visto como una intromisión foránea y altamente peligrosa.

El equilibrio de poder quedó trastocado por la invasión napoleónica de la Península. Las desacreditadas autoridades impuestas por el 'afrancesado' Godoy hubieron de dejar paso a las élites criollas. El papel dirigente de la colonia correspondía a los grandes terratenientes -mantuanos- de antepasados españoles, en una sociedad donde iba ganando terreno una pequeña clase media de comerciantes y administradores mestizos -los pardos- que reclamaban mayor igualdad y participación en las decisiones. La gran masa de la población, los esclavos negros y los blancos y mestizos pobres, quedaba totalmente excluída de estas reivindicaciones. Muchos se habían refugiado en el interior, los Llanos, huyendo del expolio y la opresión de los mantuanos. Una sociedad demasiado estratificada como para generar una causa 'nacional' que representase a todos los grupos.

Los principales beneficiarios de la nueva coyuntura destructora del Antiguo Régimen, con una España ocupada por los franceses, podían ser los 'pardos', incluso en la versión más conservadora de los principios revolucionarios que representaba Napoleón. Por ello es sintomático que la primera reacción de los líderes mantuanos sea reivindicar los derechos al trono de España del ultraconservador Fernando VII. Pero la situación se deteriora. Pese a efímeros éxitos iniciales como Bailén, el dominio francés se extendía por la Península, y hacia 1810 nada hacía pensar que la situación pudiera ser reversible. Peor aún, los patriotas reunidos en Cádiz para legitimar en Cortes la lucha de la resistencia, habían decidido adoptar los principios del liberalismo y redactar una constitución que también hablaba de igualdad. Tanto si triunfaba José I como si vencían sus enemigos, los mantuanos debían hacer frente a la posibilidad de cambios legales muy importantes y sobre los que ellos difícilmente podrían influir.

De esta manera, la opción por la independencia se abrió paso como la solución más viable si se quería mantener el control de los acontecimientos; ésta fue proclamada en Caracas con el apoyo de la alta sociedad criolla y enarbolando el discurso 'a la mode' de la libertad constitucional. El problema es que también existía el españolismo ideológico, al que se adscribían personajes como el asturiano Boves. Éste consiguió movilizar la masa de campesinos humildes y de prófugos sociales que habitaban los Llanos y formar con ellos una fuerza de caballería (propiamente venezolana) dispuesta a lanzarse contra sus viejos opresores, los mantuanos. Boves ocupó la costa y restauró el gobierno de España, sometiendo a los oligarcas criollos al 'Terror' de un gobierno proespañol dirigido por sus enemigos de clase, única fuerza militar en presencia.

La situación perduró hasta que Fernando VII consiguió enviar a Venezuela el único ejército que atravesó el Atlántico durante los años de lucha por la independencia: el encabezado por el general Morillo. Se trataba de un ejército español, ahora comandado por un general y unos oficiales impecablemente conservadores. El absolutismo fernandino parecía una mejor garantía de la propiedad y el orden social que el idealismo independentista o el populismo llanero, y los criollos mantuanos se adhirieron nuevamente a él con entusiasmo. A los llaneros se les agradecieron los servicios prestados y se les despidió con poco más que las manos vacías.

A los independentistas ideológicos no les quedó más camino que refugiarse en las profundidades incontrolables de los Llanos. Allí, huérfanos de Boves, los llaneros habían visto defraudadas por el rey de España sus aspiraciones; en cambio, disponían de líderes bregados en los combates anteriores y habían descubierto su poderosa fuerza militar. No costó mucho convencerlos de que, si los mantuanos sostenían ahora la causa realista, las banderas republicanas podian ser el emblema de su renovada guerra contra los grandes latifundistas.

El problema para los mantuanos es que Morillo no consiguió imponerse a esta nueva ofensiva subvertidora del orden existente, y los criollos empezaron a ver aparecer en el horizonte el peligro de una nueva victoria llanera. La necesidad de cambiar de caballo, aunque fuera a media carrera, se confirmó cuando en España volvieron a triunfar los liberales constitucionalistas tras el golpe de Riego, y unos impredecibles políticos radicales substituían de nuevo a un conocido, y previsible, monarca absoluto. La victoria de Carabobo viene a coincidir con el periodo maximalista de los liberales españoles. Nuevamente se había hecho necesaria la separación de España si querían, como tantas veces se ha repetido, 'cambiarlo todo para que nada cambiase.

El peligro de las aspiraciones sociales que movilizaban a los llaneros fue conjurado mediante el fàcil recurso (ya empleado en otras experiencias similares) de repartir tierras sin dar los medios para cultivarlas, otorgar prebendas a los líderes más influyentes, como Páez, y encauzar las ansias bélicas de los más combativos en expediciones al otro lado de los Andes bajo el liderazgo carismático e idealista de Simón Bolívar.

Los principales beneficiarios del proceso de independencia no serían, pues, quienes desde el principio habían creído en la necesidad de la misma, sino aquellos que siempre habían demostrado más temor a los cambios que pudiera comportar. Este esquema de análisis, con las necesarias adaptaciones, puede ser también aplicado a casos como el Río de la Plata o el Imperio mexicano. La lucha por la Libertad se había convertido en el mejor medio para controlarla y las actitudes de la oligarquía criolla reproducen exactamente el temor, no a una España reaccionaria e ineficaz, sino a un poder español liberal y modernizador que pudiera ir contra sus intereses de clase.

1 comentario:

  1. Muy buena la entrada Ismael. Es muy lindo ir explorando los procesos independentistas latinoamericanos desde distintos enfoques y puntos de partida.

    Cordiales saludos

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