La
participación popular en los movimientos revolucionarios,
guerrilleros o de resistencia (a menudo todo puede ser lo mismo)
constituye siempre uno de los grandes puntos en disputa a la hora de
establecer valoraciones sobre los mismos. Como si un soporte numeroso
o mayoritario justificara sus principios, su praxis y su oportunidad
histórica.
Los
defensores y estudiosos del carlismo han manifestado siempre
particular interés por este aspecto. Pertenece a la larga serie de
movimientos conservadores (chouanes de Francia, cristeros de México,
blancos de Argentina o Uruguay...) que reivindican una raigambre
popular y antioligárquica; esta idea llevó incluso a sus últimos
militantes a participar en la lucha antifranquista y alinearse con la
izquierda española. Por ello resultan particularmente interesantes
trabajos como el de Robert Vallverdú i Martí “Els reclutaments
carlins durant la tercera guerra a la Catalunya sud” en Lleves,
circumscripció i reclutament. Aspectes socials del carlisme,
comunicación presentada al IV Seminario sobre el carlismo organizado
en Solsona por la Fundación Francesc Ribalta el año 1996 (pp.
259-269), donde se intenta profundizar en las formas de reclutamiento
de las partidas carlistas en la mitad meridional de Cataluña
partiendo de diversas fuentes documentales y no solo de opiniones
ideológicamente predeterminadas.
Aunque
el carlismo vaya quedando para las generaciones más jóvenes
envuelto en las brumas del pasado, debemos señalar que ha
constituido un elemento clave en la historia de España. No solo para
el siglo XIX, sino también para el XX. Basta recordar el importante
papel jugado en la sublevación militar de 1936 y a lo largo de toda
la guerra civil, que sus miembros formaron parte del aparato político
franquista durante la dictadura, y que todavía proporcionaron un
fuerte sobresalto en la transición durante los “sucesos de
Montejurra” en 1976. Después, fueron quedando relegados a un papel
tan secundario que hoy resultan prácticamente desconocidos.
El
carlismo surgió de la querella dinástica entre Isabel II y su tío
Carlos María Isidro, para defender el absolutismo real y el
tradicionalismo católico frente a los avances del liberalismo
económico, político y social. Accidentalmente, se vio envuelto en
las exigencias forales de diversos territorios (como las provincias
vascas, el reino de Navarra o los antiguos integrantes de la Corona
de Aragón). El hecho de que Carlos María Isidro fracasase en su
intento de sublevar al ejército y los responsables del estado en
1833 hizo que el carlismo se refugiase en una amalgama de pequeños
nobles y notables locales, clérigos, campesinos y artesanos; un todo
pretendidamente popular. La larga resistencia que ofrecieron al
ejército liberal, y la sistemática negativa posterior del
movimiento a renunciar a sus principios fundamentales, lo situaron en
una marginación que permitió a esta opción política,
inicialmente reaccionaria, presentarse como una alternativa popular
(y populista) al creciente poder de la oligarquía liberal.
La
potencia numérica del carlismo vasconavarro ha restado relevancia al
importantísimo papel del carlismo catalán, protagonista en todas
las luchas armadas de la Causa -en Cataluña hubo tres guerras
carlistas a lo largo del siglo XIX frente a dos en el Norte- y
reservorio de las esencias ideológicas más puras y las opciones más
intransigentes. El Requeté, como organización paramilitar carlista
moderna, nació en Cataluña, y el último intento de revuelta contra
el gobierno protagonizada por el carlismo (excepción hecha de 1936)
se dió en Badalona con los albores del siglo XX.
Robert
Vallverdú es uno de los mejores conocedores de las realidades de
este carlismo catalán -aunque en ocasiones sus conclusiones estén
excesivamente condicionadas por una identificación del carlismo con
los movimientos de resistencia en Cataluña- y en este artículo nos
brinda algunas claves para entender, si no lo que fue el carlismo
como un todo, si las formas de reclutamiento de sus combatientes,
sobre los que se forjó más adelante la leyenda de ese carlismo
popular y militante.
Inició,
creo que acertadamente, su aportación al Seminario remarcando que el
reclutamiento en las comarcas del sur de Cataluña fue cosa de una
comisión organizada por los propietarios más ricos de la provincia,
que <<...son
gente de dinero y por su posición y su extraordinaria influencia
arrastran tras de sí a un gran número de personas>>. Las
primeras partidas guerrilleras organizadas en el territorio
estuvieron dirigidas sintomáticamente por propietarios rurales,
militares conservadores y sacerdotes locales. Aunque en buena parte
de la aristocracia urbana comarcal había ido abandonando el
Tradicionalismo como herramienta política y aceptaba un liberalismo
moderado, los pequeños notables constataban la pérdida de un poder
que no podía competir con la pujanza del nuevo capitalismo, y
pensaban que sólo una lucha decidida conservaría su preeminencia.
Arrastraban tras de si a jornaleros, arrendatarios y pastores junto
con los elementos más jóvenes de su propio grupo y algunos amigos.
Aunque
el carlismo presentaba a sus partidarios armados como voluntarios
motivados ideológicamente por la defensa del verdadero Rey, de la
Santa Religión y de las formas tradicionales de gobierno de la
monarquía española, lo cierto es que quien se unía a las partidas
solía hacerlo condicionado por razones más pragmáticas.
Es
bien conocido que el atractivo de la buena paga ofrecida por los
carlistas era un motivo poderoso de alistamiento en épocas de crisis
económica (todas las guerras coinciden con ellas), y que esta paga
siempre superaba, no sólo la del ejército, sino la que se ofrecía
a los grupos de voluntarios que luchaban en el bando liberal. En
concreto, Robert Vallverdú señala que según os informes de las
autoridades, las partidas necesitaban 10.000 pesetas mensuales para
subsistir, una más que considerable cantidad para la época. Máxime
si tenemos en cuenta que las vicisitudes de la guerra, y la marcha de
muchos propietarios a las capitales de comarca buscando mayor
seguridad restaba trabajo a los ya necesitados jornaleros o pequeños
campesinos.
El
autor ha estudiado los perfiles de los 1610 voluntarios localizados
por las autoridades liberales en el sur de Cataluña, y de ellos
prácticamente la mitad procedían de la agricultura, y el 11%
estaban vinculados a actividades artesanales o industriales
tradicionales. Se confirma pues que, como en casi todas las guerras,
el grueso de los enrolados pertenecían a las clases más humildes.
Esto no significa, sin embargo, que tales grupos estuviesen imbuidos
de las ideas que decían defender.
En
la documentación liberal, la gran mayoría de estos carlistas
aparecen como prófugos y desertores de su ejército, algo normal ya
que formaban parte de los mismos grupos de edad que se reclutaban
oficialmente y la incorporación podía producirse antes del
llamamiento a filas, pero esto no deja de contener un elemento de
verdad, ya que frente a ser embarcados y destinados a las provincias
de ultramar, donde la vida del soldado corría todos los riesgos y
penurias imaginables, los jóvenes de Tarragona preferían sin duda
las ventajas de luchar cerca del hogar, en un entorno conocido, con
la posibilidad de contactar con la familia y amigos para descasar
(el famoso recurso a “cambiarse de camisa” en la propia
casa).
También
señala Robert Vallverdú las amenazas de los jefes carlistas a las
familias y bienes de los jóvenes que se habían presentado a la
requisitoria del ejército liberal, o los muchos que desertaban al
darse cuenta de la rígida disciplina y las malas condiciones en que
luchaban los reclutas del servicio militar oficial. Incluso las
unidades de origen local, como las Rondas Volantes, conocían
frecuentes deserciones.
La
falta de soporte económico del estado, sumergido en luchas en
diversos frentes y una parálisis evidente de la administración y la
economía, provocaba que las unidades regulares tuvieran que 'vivir
sobre el terreno', exigiendo contribuciones a los pueblos y servicios
de transporte, alojamiento y subsistencia de los campesinos a quienes
decían defender. Todo esto suscitaba el odio local contra jefes y
soldados percibidos como extraños al paisanaje, y contribuía a
engrosar las partidas carlistas, formadas por “gente
de la tierra”.
Ya se ha referido en otros estudios que era costumbre de los
batallones francos liberales quemar cosechas y saquear casas de
carlistas cuando regresaban a su cuartel de Greus, si los choques
mantenidos con la guerrilla les habían resultado desfavorables.
Otros
vecinos se integraban en las partidas cansados de ser víctimas, por
su simpatía hacia el carlismo o su rechazo conocido a los liberales
(no siempre era lo mismo), de las represalias del ejército o las
autoridades oficiales cuando una partida carlista entraba en su
pueblo y más tarde lo abandonaba, o cada vez que los propietarios
liberales padecían imposiciones extraordinarias de los carlistas.
Algunos
alcaldes, fuera por simpatía hacia la Causa del rey Carlos VII, o
por sentirse abandonados por un Estado que no garantizaba su
seguridad, apenas ejercían control sobre las familias de los
evadidos, ni impedían que estos mantuvieran relación con su antiguo
entorno. En cambio, se veían obligados a cumplir las órdenes de los
gobernadores, exigiendo a sus vecinos contribuciones adelantadas,
caballos, trabajos o víveres que los indefensos campesinos pensaban
podrían conservar mejor bajo la protección de los carlistas si se
unían a ellos.
El
artículo destaca que la Iglesia fue un importante factor de
reclutamiento para el carlismo. Si la alta jerarquía eclesiástico
procuró ir distanciándose del Tradicionalismo, el bajo clero
mantuvo en Cataluña una actitud combativa y actuó a menudo
personalmente en la guerra a favor de Don Carlos. Algunos clérigos
pagaban a los campesinos para que se unieran a las partidas, las
dirigían o prestaban toda clase de servicios a las mismas. En su
prédicas y a través de su control de la vida parroquial criticaban
sistemáticamente al gobierno y ensalzaban la Causa carlista. Fueron
también por ello rigurosamente vigilados, desterrados y
encarcelados. A veces se les utilizaba como moneda de cambio para
rescatar liberales secuestrados por los carlistas.
El
autor concluye que estas diferentes formas de reclutamiento hacía
que las partidas resultasen muy heterogéneas. El carlismo en esta
zona fue “en
definitiva, una complicada coalición de fuerzas en que coincidían
campesinos de diferentes estratos, los pequeños propietarios y el
artesanado urbano del viejo y ya marginal mundo de los gremios y
oficios, así como también algunas élites sociales, que fueron las
que dominaron y comandaron la insubordinación.”
Un panorama complejo, pues, fruto en muchas ocasiones de la propia
guerra, y un tanto alejado del mito del carlismo popular, movilizador
del pueblo español contra el engaño demagógico de las oligarquías
liberales y el estado centralista.
Me ha interesado el artículo. Le supongo enterado de las dos obras más importantes sobre el carlismo en Galicia, la de Barreiro Fernández y la de Castroviejo Bolíbar, pero en relación a la ponencia que comenta hay una coincidencia con lo que ocurrió en Galicia a tenor de la documentación que se encuentra en el Archivo del Museo Provincial de Lugo. Muchos autores han hecho alusión a un documento escrito durante la primera guerra carlista por un cura que comandó la guerrilla carlista, donde se queja al pretendiente de la falta de disciplina de los guerrilleros, de sus ambiciones personales, de su individualismo y otros aspectos. Se trata de "La Exposición del Arcediano", pues el tal cura llegó a ocupar dicho cargo en Melide (A Coruña) precisamente como premio a su absolutismo en 1833, antes de la muerte del rey Fernando. El cura de Freixo, más tarde arcediano de Melide, actuó como jefe guerrillero en la mitad sur de la provincia de Lugo, pero sobre todo en la zona montañosa del este. En la "exposición" que escribió habla de las traiciones y crueldades de los cabecillas de cada partida, y de que muchos se enrolaban para mejorar económicamente, pues la zona, en la época, era de una pobreza extrema. Algunas guerrillas tuvieron motines internos y, lejos del convencimiento ideológico, del documento se deduce la conveniencia a corto plazo. George Borrow, en "La Biblia en España", se refiere a estos asuntos (páginas 283 a 290) en la edición de 1970, Alianza Edit. Un saludo.
ResponderEliminarHola. No conozco en detalle el carlismo gallego; tengo que ponerme algún dia a ello. Es normal que en una guerra se sucedan todo tipo de despropósitos, y que las críticas, denuncias cruzadas y habladurías circulen entre los partidarios de una Causa que siempre vivió en precario, como era el bando carlista. Lo que comentas se parece mucho al caso catalán -y en cada una de las tres guerras- con lo que se llegó a hablar y decir de líderes como Maroto, el conde de España o Francesc Savalls. Las denuncias sobre su crueldad e ineptitud, por no hablar de la corrupción, llenarían listines telefónicos. Lo más relevante, a mi modesto entender, es que en casi todos los conflictos, la guerra acaba creando por sí misma las condiciones necesarias para que el conflicto se eternice. Se convierte en un círculo vicioso y muchas veces los historiadores desprecian el estudio de las características concretas de cada contienda, privilegiando factores políticos y socioeconómicos más generales, sin hacer caso del viejo dicho: "todos saben por qué ha comenzado una guerra, pero nadie se acuerda de las razones cuando se acaba". Un cordial saludo.
ResponderEliminarHola. Acabo de encontrar este interesantísimo blog. Mi enhorabuena por él. En concreto estoy interesado por la procedencia de las tropas en la batalla de Somorrostro, en la tercera guerra carlista, más que nada por interés por la historia local ya que mantengo un blog al respecto. Uno de los aspectos que más me interesan es cómo se reclutaban los soldados de los batallones vasco-navarros que participaron así como del ejército gubernamental. ¿dónde puedo conseguir esta información?. Un saludo. Armando Cruz
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