Lo único que aprendemos de la historia es que no aprendemos de la historia (Hegel)
viernes, 7 de enero de 2011
De víctimas y verdugos en la edad media
Una lectura en ocasiones poco agradable pero siempre provechosa es la del libro A hierro y fuego. Las atrocidades de la guerra en la edad media, de Sean MacGlynn (Madrid: Crítica, 2009. Edición original:2008). Aunque el contenido responde exactamente al título, está elaborado con un criterio académico lejos del sensacionalismo truculento que puede conllevar un tema semejante.
Se ocupa fundamentalmente de los protagonistas olvidados en tantos conflictos, las víctimas, tratando de confirmar hasta qué punto la práctica de la guerra medieval tenía consecuencias para los participantes y la población en las áreas de conflicto.
A lo largo de sus páginas nos habla de las consideraciones que en la época podían hacerse sobre el ejercicio de la violencia, tanto la tenida por legítima como la ilegítima, y cómo estos impulsos violentos formaban también parte de la cotidianeidad, de los juegos y entretenimientos. Se confirma una vez más el alto nivel de homicidios, violaciones o incendios provocados y cómo se esperaba que los poderes locales contribuyesen a limitar o al menos encauzar este ejercicio de la violencia contra las personas. Con todo, la continua expansión de los delitos castigados con pena de muerte conllevó el progresivo rechazo a su aplicación, ya que dejó de verse como el ejercicio de una justicia equilibrada (actitud esta que otros estudios sobre el derecho penal prolongan hasta el siglo XIX). Algunas horribles descripciones de ejecuciones en el cadalso o la hoguera muestran que su empleo no siempre procuraba evitar sufrimientos a las víctimas.
Pero la parte más interesante es aquella que describe el ejercicio colectivo de la violencia durante los conflictos bélicos. Tanto en pequeñas guerras locales, como en grandes contiendas civiles o entre estados, como en las Cruzadas, las matanzas, ejecuciones masivas y saqueos constituyen una constante de la guerra medieval. Unas veces justificadas por motivos religiosos o nacionales, pero en otras por la simple necesidad militar o la búsqueda de beneficio. Una violencia que se ceba especialmente en los más indefensos,pero que puede alcanzar a todas las capas sociales.
Para ello se utilizan recursos específicamente creados e implantados, como nuevas máquinas más destructoras, la guerra biológica, los ataques indirectos a la logística del enemigo... y también formas tan antiguas como simples y crueles, tal que la expulsión de las bocas inútiles en las ciudadelas asediadas para verlas perecer lentamente por hambre en los fosos de la fortaleza.
El autor señala que uno de los objetivos -conseguidos- de la obra, es mostrar cómo, "en la práctica militar, el concepto de caballería queda restringido, y que con frecuencia se pasaba por alto", incluso en encuentros protagonizados fundamentalmente por nobles, como las grandes batallas de la guerra de los Cien Años.
Existía también un ejercicio simbólico de la violencia, centrado en la humillación de las víctimas -humillación relativa según la clase social y los miramientos que se esperaba recibieran prisioneros y cadáveres-. El ejercicio de la violencia podía ser en ocasiones casual o 'colateral', pero en muchas ocasiones era deliberado, como ha sucedido en todos los conflictos, buscando aterrorizar al enemigo o símplemente algunas clase de ventaja estratégica o económica. Como menciona el propio autor: "la falta de disciplina podía contribuir a la masacre de prisioenros... Sin embargo, por cada ejemplo de desorden militar que pueda encontrarse en la época medieval, existen contraejemplos en los que las matanzas obedecen estrictamente a las órdenes dadas, incluso después de la batalla, estando todavía encencido el ánimo sanguinario de los soldados y predominando en todos el ansia de encontrar botín... De hecho, la disciplina era con frencuencia un factor esencial de las masacres..." Las frías deliberaciones sobre la conveniencia de asesinar o no a los prisioneros o devastar o no una región, con pareceres a favor o en contra, son repetidamente ejemplificadas en el libro, dando la medida del valor de la vida humana para los responsables políticos de la época.
Como consecuencia de toda esta violencia, el miedo, otro factor a menudo negligido en obras de historia militar, aparece aquí con toda su importancia, tanto entre las gentes de armas como entre los habitantes de los territorios que sirven de escenario.
Todo un capítulo está dedicado a los asedios, donde el impacto de esta violencia se centuplica por lo que tiene de concentrado en el espacio y dilatado en el tiempo. La espera de lo que puede suceder, las medidas y contramedidas de ambos bandos, las amenazas, el hambre, la sed, las querellas internas... todo esto podía convertir un asedio en la antesala del, infierno. Existen ejemplos, como el del famoso asedio de Château Gaillard en Normandía, donde los habitantes de las proximidades, que no fueron aceptados en la fortaleza, ni entre las filas de los asediantes, hubieron de sobrevivir privados de cualquier recurso que no fuera casual durante tres largos meses de invierno. La mitad de quienes salvaron la vida morirían nada más ser rescatados por las úlceras subsiguientes al consumo repentino de alimentos.
La conclusión extraída por el autor, puede resultar plenamente actual y se condensa en una cita que incluye el libro: "el desencadenamiento de las actuales matanzas de raíz étnica no está necesariamente vinculado al empleo de los recursos gubernamentales y tecnológicos que habitualmente asociamos con la modernidad; cuando el ánimo y la mentalidad de las masas populares se meustrazn favorables a una acciókn extrema, es frecuente observar que basta la aplicación de los más elementales medios. Lo que este libro ha tratado de mostrar es justamente qaue la guerra medieval favorecía la ocurrencia de esas acciones extremas..." y señala que muchos dirigentes políticos de la edad media parecen compartir la opinión de que "la duración de la paz estaba en función directa de la matanza que se hubiera infligido al enemigo".
Quizá la observación más importante que puede hacerse al autor es la necesidad de un mayor desarrollo sobre el tipo de violencia ejercido en el caso de conflictos sociales, como las revueltas urbanas y campesinas, o las reflexiones que los promotores de ideología -básicamente el clero- podían elaborar al paso de los acontecimientos.
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Esta ilustración sí que es del Libro de Horas del Duque de Berry. Un saludo.
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