Lo único que aprendemos de la historia es que no aprendemos de la historia (Hegel)
sábado, 15 de enero de 2011
Felipe II y la decadencia española
El reinado de Felipe II ha sido considerado durante mucho tiempo el momento cumbre del poder de la Monarquia Española, el tiempo de un monarca en cuyos estados "nunca se ponía el sol". Geoffrey Parker, el mejor hispanista anglosajón junto a J.H. Elliott y Henry Kamen, dió la vuelta a esta imagen en su libro La gran estrategia de Felipe II (Madrid: Alianza Editorial, 1998).
Frente a las tendencias generales de la historiografia, que priman el peso de las estructuras en el desarrollo de la historia y no las acciones de los individuos, Parker plantea que, cuando se trata de figuras con tanto poder decisorio, el papel de los actores puede ser tan importante como el contexto en que se mueven, si no más en determinados momentos. Por ello, centra su atención en la forma en que dicho monarca dirigió el mayor imperio conocido hasta la fecha (al menos en su extensión territorial) y cómo su manera de gestionar los numrosos asuntos en que debió enfrentarse vino a marcar decisivamente el modo en que enfrentó las grandes crisis.
En una serie de capítulos explora el diseño estratégico que Felipe II pudo tener durante su reinado, los medios con los que contaba para su acción de gobierno (la diplomacia, el correo, la estructura administrativa y cortesana, la actitud de los gobernantes...) y los problemas a que hubo de enfrentarse (la rebelión de los Países Bajos o el enfrentamiento con Inglaterra, fundamentalmente). Sobre todo, se detiene en la lógica y los mecanismos que actuaron en cada momento que se tomaron decisiones cruciales.
Las conclusiones a que llega son duras con la persona de Felipe II. No fallaron los medios de que disponía la Monarquía Hispánica. Frente a los tópicos nacionales al uso, la eficacia de su aparato administrativo y de comunicaciones superaba en mucho a cualquier otro reino de la época. Lo que fallaba era la gestión en la cumbre, con un rey que pretendía centralizar todo en su persona, que no sabía delegar en otros, particularmente quienes actuaban 'sobre el terreno', y que se entrometía continuamente en las decisiones de toda la estructura de gobierno.
Este monarca, además, tenía una marcada actitud providencialista, esperando que Dios proveyera allí donde él o las circunstancias fallaran, ya que su Monarquía tan solo trataba de hacer cumplir la voluntad divina. Siendo, como era, un rey conservador, carente -pese a las apariencias- de actitudes imperialistas agresivas, tuvo una marcada tendencia a asumir grandes riesgos en su empeño de no ceder nunca en lo ya adquirido. Al parecer se trata de un problema común en todos los líderes en el momento de tomar decisiones: se está dispuesto a afrontar mayores costes por no perder que por incrementar las ganancias. Y Felipe II fue uno de los mejores ejemplos de esta tendencia. Lo que no pareció entender nunca es que, lo que para él no eran sino medidas defensivas irrenunciables "constituía para sus enemigos una amenaza" a la situación establecida.
Como todos los grandes personajes, acabó padeciendo aislamiento respecto a la realidad inmediata. Para suplirlo, aceptaba todo tipo de comunicaciones y consejos, pero luego tomaba las decisiones rodeado de un pequeño equipo o personalmente y, una vez establecidas, se tornaban inamovibles, provocando rigideces en todo el sistema.
Parker recurre, de manera imaginativa y poco ortodoxa, a comparar estos mecanismos de gobierno del siglo XVI con las modernas técnicas de gestión empresarial, y con ejemplos históricos referidos a otros líderazgos unipersonales, desde la antigua China, hasta la Rusia de Stalin o la Alemania de Hitler, estableciendo paralelismos y las naturales diferencias.
Este tema, abordado para conmemorar el quinto centenario de la muerte del rey Felipe, mereció también la atención de Henry Kamen, que llegaba por entonces a conclusiones casi diametralmente opuestas. Para él, Felipe II es un monarca caracterizado por una eficacia en la toma de decisiones muy superior a la media de su época, que tuvo un papel fundamentalmente positivo, y que debió enfrentarse a dificultades que superaron a menudo sus posibilidades de respuesta, sin que se le pueda hacer culpable de la posterior pérdida de la hegemonía española.
Como se puede ver, el juicio histórico sobre Felipe II dista mucho de quedar cerrado. Si el libro me parece interesante no es tanto por sus conclusiones sobre el personaje como por el hecho de que un enfoque diferente arroja nuevas luces para entender el ejercicio del poder en la Monarquía Hispana durante el siglo XVI, los problemas geoestratégicos de la época y las razones del fracaso final en muchos de los (aparentes) objetivos del reinado.
Una observación perspicaz del libro, ya remarcada por algunos testimonios de la época, es la de que Felipe y sus consejeros se vieron muchas veces forzados por una realidad un tanto inesperada: en Europa se habían constituido dos grandes poderes, los Habsburgo (España y Austria) y los Valois (Francia) y resultaba muy difícil renunciar a ejercer el control sobre alguna parte de Occidente, sin que inmediatamente ésta cayera en poder del otro bando. Esto impedia adoptar posturas más flexibles en la negociación de los problemas locales.
Lo más importante es percibir cómo la pluralidad excesiva de objetivos y la falta de sintonía con los medios disponibles, llevaba casi ineluctablemente al fracaso de las iniciativas políticas y militares. En este sentido, la personalidad de Felipe jugaba un papel, pero lo cierto es que ninguno de sus sucesores pudo recuperar el terreno perdido, más o menos grande, en este esfuerzo por controlar europa.
De cualquier manera, resulta injusta la denominación de 'Austrias menores' para Felipe III, IV y Carlos II. Las dificultades que hubieron de enfrentar hundían sus raíces en la gestión, como poco escasamente afortunada, del 'gran' Felipe II. Si la 'leyenda negra' tampoco es justa con su persona, lo cierto es que nunca supo ver más allá del mero ejercicio del poder, y de un ejercicio personal que no le permitía interaccionar positivamente con sus colaboradores, actuando de forma poco imaginativa y enrocandose cada vez que las dificultades parecían traicionar la actuación de Su Majestad Católica, cuya confianza residía plenamente en Dios.
Las amargas decepciones suelen nacer de grandes proyectos, y un poder tan enorme como el que llegó a concentrar Felipe II no podía por menos que conllevar el riesgo de engendrar grandes catástrofes si los dirigentes no estaban a la altura y la gestión no se veía coronada por el éxito, aunque en ocasiones fueran "los elementos" y no el Rey los responsables últimos de que no se alcanzara un triunfo que parecía estar al alcance de la mano.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Uno de los problemas de Felipe II, y desde mi modesta opinión, fue su tendencia a dejar pasar el tiempo sin tomar decisiones, a la espera de una solución "divina" donde Dios ya proveerá... Su inamobilismo y su falta de acción frente a las decisiones a tomar llevó a desastres como Flandes o la Armada invencible.
ResponderEliminarPues es un buen tema de debate. Ciertamente, pospuso decisiones importantes en varias ocasiones, pero quizá las razones sean un poco más complejas. De entrada, los problemas con que se enfrentaba eran muy delicados, y la distancia no favorecía una reacción rápida. El mismo Parker ha demostrado que algunos errores fueron debidos al tiempo transcurrido entre el momento en que se comunicaba a Madrid la situación creada y aquél en que llegaba la respuesta. Por otro lado, había firmes creencias en el rey de que sólo debía actuar en última instancia. Es el caso de Flandes, por ejemplo, donde esperaba el castigo del duque de Alba para poder acudir personalmente a 'perdonar'. Al final, el control del territorio nunca fue completo y no terminaba de llegar ese momento. Y en el caso de Inglaterra, Felipe siempre soñó con mantener una alianza estratégica contra Francia, como había hecho su padre con Enrique VIII, aunque fuera al precio de hacer la 'vista gorda' con las opciones religiosas de Isabel; por eso intentó retrasar la exoomunión papal. También Parker, en un famoso artículo de historia virtual llamado "¿Y si la Armada hubiese desembarcado?" (o algo parecido, cito de memoria) manifiesta que el triunfo final de Felipe en Inglaterra hubiese sido costoso y dudoso. No es extraño, pues, que se tomara su tiempo antes de optar por una situación bélica que exigió unos enormes recursos y de final tan poco previsible. En cambio, actuó con celeridad en otros casos difíciles, pero de objetivos y estrategia más claros, como el de Portugal o la revuelta aragonesa.
ResponderEliminarEl inmovilismo sí fue un pecado claro, ya que no se podían gobernar territorios tan dispersos y distantes manteniendo una quietud casi monacal. Pero se trataba del sistema burocrático más moderno y desarrollado de Europa. También era difícil pensar en una corte constantemente en movimiento, como la de su padre.
Por lo que yo he leído, más que "el rey prudente" me parede uno de los reyes más imprudentes que ha tenido España, virtudes aparte, pues no se desentendió de los asuntos políticos, como harían sus sucesores. En todo caso, gobernar territorios tan distantes y extensos, en el siglo XVI, fue una locura de la que quizá no fueron conscientes sus contemporáneos. Hoy tenemos medios técnicos inimaginables en aquella época y la gobernación de países como China, Rusia, Estados Unidos o Brasil es dificilísima; máxime entonces.
ResponderEliminarRespecto al último párrafo de su último comentario (inmvilismo), creo lo contrario, no estoy seguro que fuera un pecado, el problema, bajo mi punto de vista es que Francia estaba en medio. Eso realentizaba las comunicaciones, si no, no habría habido problema a la hora de gestionar todo. Por otro lado, quizá el hecho que comenta en el artículo acerca de que no supiera delegar si puede ser un problema grave. ¿Podría haber tenido miedo de que le pasara como a su padre y que tener consejeros de un bando u otro (castellanos, flamencos, etc) supusiera un problema a largo plazo? La verdad es que es un personaje fascinante (aunque sigo prefiriendo a su padre, sin duda) pero como bien comenta, la leyenda negra ha hecho mucho daño a grandes personajes de nuestra historia, máxime cuando la gente lo cree sin cortapisas...
ResponderEliminar