Lo único que aprendemos de la historia es que no aprendemos de la historia (Hegel)

sábado, 29 de enero de 2011

(De)construyendo la Memoria Histórica. La batalla de Rossbach, 1757.

Muchas sociedades viven debates internos por la recuperación, preservación o construcción de su Memoria História. En estados como España, Argentina, Chile o la República Surafricana, se trata además de un elemento controvertido, que unos semejan querer cubrir con el olvido mientras otros propugnan poner en claro y sacar a la luz.

Creo que que no existe una sola Memoria Histórica, sino muchas memorias. Unas con más peso que otras, eso si. Ciertamente, lo honesto es reivindicar que todas tengan cabida, y que no se extienda un manto de silencio sobre lo que "alguien" pueda considerar poco digno de recuerdo. No se puede conmemorar sólo unas determinadas víctimas o unos determinados hechos.

La Memoria Histórica más o menos aceptada colectivamente es siempre un 'constructo', un sistema complejo levantado con diferentes piezas, seleccionando unas y descartando otras, con o sin plan determinado, en un periodo más o menos largo de tiempo, fruto del consenso o de la imposición. Los procesos por los que aparecen personajes, hechos o lugares emblemáticos para la Memoria común pueden ser variopintos. Eso no quiere decir que dicha Memoria necesariamente sea falsa o voluntariamente artificiosa, pero sí que ninguno de sus retazos tiene el derecho a abrogarse la representación única de la 'Verdad'.

Todas estas ya conocidas reflexiones vienen a cuento de un interesante artículo que acabo de leer: "Rossbach. Du lieu de la violence au lieu de l'imagination", escrito por el profesor Thomas Nicklas de la Universidad de Erlangen y publicado en el curioso volumen Les voyageurs européens sur les chemins de la guerre et de la paix. Du temps des Lumières au début du XIXe siècle, editado por Françoise Knopper y Alain Ruiz (Bordeaux: Presses Universitaires de Bordeaux, 2006). Lo que explica puede servir como ejemplo del a menudo complejo y contradictorio proceso de aparición de un "lugar de la memoria" oficial y colectivamente reconocido.


En el imaginario del nacionalismo prusiano y, posteriormente, también del alemán, la batalla de Rossbach ocupa un lugar muy destacado. Cuando el mitificado rey de Prusia Federico II hacía frente a una coalición de grandes potencias -Francia, Austria, Rusia- y el territorio de su pequeño estado se vió rodeado por los ejércitos de todas ellas, obtuvo un inesperado y fulgurante triunfo junto al pueblecito de Rossbach, en Sajonia, otro de sus numerosos territorios enemigos. El príncipe de Soubise, favorito de Luis XV y madame de Pompadour, cosechó una tremenda derrota a manos de los prusianos, dirigidos personalmente por el rey. Cinco mil soldados franceses o aliados fueron muertos o heridos. Cinco mil más hechos prisioneros, entre ellos once generales. Se les tomaron setenta y dos cañones, más de veinte estandartes y un sinnúmero de armas ligeras. Por otro lado, y según sus datos oficiales, los prusianos tan sólo sufrieron 169 muertos y 379 heridos.

Aquel triunfó resonó espectacularmente en su momento, pero más lo haría en los años y generaciones sucesivas.

El razonamiento de Thomas Nicklas es que esta batalla no supuso por sí misma una alteración decisiva en el curso de la guerra. Ciertamente, permitió revivir al ejército prusiano y dar nuevo lustre al prestigio de su rey, que venía de cosechar un notable fracaso al tratar de invadir Bohemia, y eso le permitió iniciar nuevas operaciones en Silesia. El propio Clausewitz que, aprovechando la campaña de 1806, visitó el lugar, consideraba que escasas veces un triunfo tan poco importante en lo estratégico había producido tan saludables resultados para un ejército.

Sus efectos fueron mucho más políticos que militares. El Imperio, como potencia, se desprestigió nuevamente después de los golpes sufridos en la anterior guerra de Sucesión austriaca. Fué sobre todo Francia la que arrostró más dolorosamente la derrota, ya que el mariscal Soubise era claramente identificado con el rey y su favorita. El hecho de que no fuera sancionado en forma tras el fracaso redobló las críticas a la corte de Versalles. Para los intelectuales ilustrados, el éxito del rey de Prusia era la confirmación de las bondades del sistema de gobierno que propugnaban, y hasta en Francia se cantaron las virtudes de su Despotismo -un buen ejemplo de cómo se puede criticar lo conocido e idealizar lo lejano sin atender a la realidad de lo juzgado-. Para muchos burgueses europeos, el autoritario y militarista Federico se convirtió en un heroe que había derrotado a la caduca aristocracia de Francia y Austria, olvidando que el ejército prusiano estaba tan o más al servicio de una nobleza terrateniente que el de los otros estados.

Los primeros visitantes del campo de batalla, y glosadores de la victoria, fueron curiosamente pastrores luteranos, que la consideraron un símbolo de la superioridad protestante de Prusia frente al catolicismo de Francia y Austria, presentando a Federico como el nuevo rey David, triunfante con la ayuda de Dios contra sus poderosos enemigos. Curioso asunto, ya que la religión en modo alguno había formado parte de la génesis ni del desarrollo del conflicto y, sobre todo, por las convicciones antireligiosas del propio monarca. También sirvió para que los propagandistas populares antifranceses pudieran hacer canciones y poemas sarcásticos contra sus enemigos, apabullantemente aplastados.

Los oficiales prusianos en maniobras adquirieron la costumbre de celebrar festivos encuentros en el lugar del campo de batalla (aún perteneciente al reino de Sajonia) con ocasión de sus maniobras y otros eventos, con un espíritu de celebración profesional meramente castrense, dispuestos a aprender lecciones tácticas de sus antecesores.

Pero nadie pareció identificar este triunfo, y menos el lugar donde había ocurrido, con el destino de Alemania. Para el autor del artículo, el primer responsable de ello es Napoleón. El emperador considerará Rossbach una mancha en el orgullo militar francés y, en su conocido papel de manipulador del sentimiento patriótico, ordenó, tras la victoria de Jena, trasladar a París los dos monumentos que habían levantado los prusianos. Ello hizo que, sólo unos días después de la gran victoria de Leipzig, en 1813, los prusianos decidieran construir en Rossbach un nuevo monumento.

La sanción definitiva al nuevo carácter del lugar se daría en 1857, cuando, en pleno proceso de unificación del norte de Alemania en favor de Prusia, y en competencia con el nuevo Imperio francés de Napoleón III, se levantó un cuarto monumento dedicado a la "misión de Prusia" y la "derrota de las armas francesas".

El campo de batalla se convirtió entonces en un lugar de turismo, y los excursionistas acudieron en gran número hasta los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, incluso con un albergue y una orquesta que tocaba música ligera los días de máxima afluencia. Rossbach, más que para la guerra, se había transformado en un pretexto para la diversión, sin que perdiera por ello su condición de "lugar de la memoria"

Resulta significativo que los dirigentes comunistas de la RDA decicieran demolir el monumento de 1857 el año 1962. El lugar estaba cargado de connotaciones militaristas e incluso fascistas, y servía en todo caso para rendir culto a un patriotismo conservador enemigo del nuevo estado socialista. En cambio, una copia reducida fue restaurada el año 2000 por el gobierno de la República Federal, estableciendo un enlace sutil entre el primer y el segundo procesos de unificación alemana, a través de un elemento clave de ese patriotismo conservador que se había querido desterrar.

Un símbolo del aire que respiran los tiempos, y de las muy diferentes lecturas que pueden hacerse de un "lugar de la memoria".

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