En relación con la entrada anterior 'Mentiras del nacionalismo alemán', decidí rescatar un artículo cuya temática se asemeja sustancialmente: "Cómo y por qué fue destruida la escuadra de Cervera", de Mariano González-Arnao Conde-Luque, publicado en HISTORIA 16, nº 233 (septiembre, 1995), donde se explican las circunstancias en que se produjo la pérdida de la más importante flota de España en su enfrentamiento con Estados Unidos durante la guerra de Cuba.
Al igual que señalábamos la trascendencia política de las mentiras que el Ejército y los nacionalistas alemanes difundieron para explicar su derrota en 1918, veinte años antes, la Marina y el Ejército español utilizaron medios similares para ocultar su responsabilidad por la vergonzosa forma en que se resolvió la lucha contra las fuerzas norteamericanas.
Ciertamente, la de Cuba era una causa perdida. España había trasladado a las Antillas un contingente de más de 200.000 hombres, la mayor fuerza de intervención que atravesó nunca el Atlántico hasta la Segunda Guerra Mundial, y a pesar de ello la pacificación no terminaba de llegar y ahora se estaba en guerra con una gran potencia económica que tenía sus bases a poco más de cien kilómetros de la isla.
Sim embargo, Estados Unidos distaba entonces mucho de ser el coloso militar que conocemos hoy. Sus fuerzas armadas estaban reducidas al mínimo y no habían combatido desde hacía más de treinta años. El mismo día de la declaración de guerra a España, la mitad de las tripulaciones cuya nave se encontraba en el extranjero desertaron para no tener que combatir. Geoffrey Regan ha demostrado que el mando de las operaciones se puso en manos incompetentes, que la organización expedicionaria fue poco menos que un caos, y que la capacidad de combate de aquellos hombres era más aparente que real. Es muy posible que la guerra se hubiera perdido finalmente, pero no tiene ninguna justificación que un ejército como el español, bregado en años de combate, formado por centenares de miles de hombres y con posiciones militares bien asentadas en las islas, se hundiera repentinamente después de apenas un combate terrestre (que hubieron de luchar poco más de quinientos hombres) y dos batallas navales donde los almirantes de la Armada entregaron vergonzosamente sus barcos.
El autor de este artículo desmiente punto por punto las afirmaciones que se difundieron tras el desastre, según las cuales:
- la flota que se envió para defender las costas cubanas estaba formada por naves anticuadas, que no podían compararse con las americanas (falso, se habían recibido naves nuevas, acorazadas y artilladas, recién salidas de los astilleros británicos; los americanos tenían más potencia de fuego, pero las mejores naves españolas eran más rápidas. Algunos barcos norteamericanos eran simplemente yates o mercantes artillados)
- esta flota llegó a América tan justa de carbón que no le quedó más remedio que refugiarse en el primer puerto que encontró, Santiago de Cuba (falso, llevaban carbón suficiente y habían repostado 600 tm al llegar a las Antillas).
- la flota norteamericana estaba mejor entrenada y su capacidad de combate era mayor (falso, la escasa pericia de los artilleros estadounidenses se constata en que, durante el combate de Santiago, de casi 7.000 disparos, sólo 123 hicieron blanco).
Lo cierto es que el almirante Pascual Cervera venía denunciando desde hacía años la desidia de los gobiernos de la Restauración en la modernización de la flota. Este planteamiento, que fue correcto un lustro antes, no lo era en 1898. Pero Cervera era un hombre pusilánime, desanimado, íntimamente convencido de que el resultado de cualquier confrontación con una potencia moderna sólo podía ser la derrota. Es a este jefe a quien inexplicablemente se encomienda la misión de trasladar los mejores barcos españoles a Cuba.
En lugar de dirigirse a La Habana, donde se concentraba el grueso del ejército español, y constituía el principal objetivo de la ofensiva norteamericana, el almirante introdujo su flota en la profunda bahía de Santiago, donde quedó encerrada, sin hacer nada por impedir el desembarco de las tropas de Estados Unidos, ni intentar aproximarse hacia La Habana o Cienfuegos.
Desoyó las continuas intimaciones que le hacían para actuar sus superiores, desde el gobierno y la Capitanía General de Cuba, alegando que se encontraba bloqueado por los norteamericanos (falso) o con excusas tan peregrinas como que intentar una salida podía ser tomado por una vergonzosa huida.
En realidad, el plan de Cervera era muy simple: "ser bloqueado, evitar el choque con la flota americana, poner las dotaciones de sus barcos -unos 2.000 hombres- a disposición de las fuerzas [terrestres] del general Linares y, en el momento oportuno, antes de la rendición de Santiago, auto-destruir toda su escuadra". Lo que seguramente creía Cervera una obligación objetiva para salvar vidas entre sus hombres, puede ser fácilmente tachado de pura y simple cobardía. Un jefe de la Marina debe utilizar sus barcos para combatir y nunca pensar previamente en su autodestrucción, a menos que la posición sea claramente desesperada, y ésta no lo era. Además, todo el mundo era consciente de que la pérdida de la flota entrañaría inmediatamente la de las colonias.
Podemos añadir que una situación semejante se había vivido unos meses antes en Filipinas, donde el almirante Montojo sólo se atrevió a hacer frente a la escuadra norteamericana protegiéndose bajo el amparo de las baterías de la fortaleza de Cavite, opción aceptable pero que se reveló también como fruto de una estrategia timorata más que de la sensatez, ya que, tras unas horas de cañoneo, Montojo ordenó abandonar las naves cuando los artilleros enemigos tan sólo habían conseguido dañar un par de ellas y su almirante se encontraba tan decepcionado que pensaba abandonar la partida y regresar a Hong-Kong.
Si la expedición USA desembarcada en el Oriente cubano estuvo a punto de reembarcar debido a la resistencia que ofrecieron quinientos hombres en las colinas de San Juan -tan mediocre era su eficacia de combate-, cabe pensar que el resultado de la guerra podía haber sido incluso diferente si los norteamericanos hubieran debido enfrentarse al grueso de las fuerzas españolas en La Habana, contando estas con una flota combativa que pudiera crear problemas al enemigo.
La actitud del gobernador de Santiago, el general Linares, también resulta altamente sospechosa, ya que no prestó el apoyo necesario a las tropas que se encontraron resistiendo, y ni siquiera ordenó que las baterías del puerto disparasen contra los barcos norteamericanos que se acercaban a vigilar la embocadura de la bahía. Sus argumentos resultan tan sorprendentes como los de Montojo o Cervera, cuando explicaba a Madrid que no había disparado "como no conviene producir alarmas innecesarias en el vecindario, hacer consumo inútil de municiones, ni menos evidenciar ante nuestros enemigos lo limitado de nuestros elementos de defensa y ataque..." (sin comentarios)
Finalmente, Cervera abandonó el puerto cuando recibió una orden directa del Capitán General para que escapase de lo que se había convertido en una ratonera, con la escuadra del almirante Sampson esperándole desde hacía días en mar abierto. También en este caso su actuación resulta difícilmente explicable, ya que contaba con un buen plan de batalla establecido por el Capitán Bustamante, su jefe de Estado Mayor, a quien hizo desembarcar para que luchara con las fuerzas de tierra, combate donde encontró la muerte. Prefirió desoir sus consejos y también los de quienes le aconsejaban salir de noche o dirigirse directamente contra la escuadra enemiga, para ofrecer menos blanco a sus disparos. Bien al contrario, decidió salir en plena mañana, con el mar en calma, y posicionando sus barcos de costado, en paralelo a la línea de playa. Su único gesto de gallardía, lanzar la nave almirante contra los americanos para que sirviera de cebo, quedó pronto en nada ya que estos no 'picaron', y él ordenó que su barco recuperara pronto la formación.
El resultado no pudo ser más desastroso; en lugar de una batalla fue un ejercicio de tiro al blanco, que costó la pérdida de las naves y la vida de 383 hombres, entre los que se cuenta toda la oficialidad del crucero 'Almirante Oquendo'. En cambio, la escuadra norteamericana tan sólo sufrió un muerto y un herido. El mismo almirante Sampson debia manifestar con embarazo a sus superiores que "es difícil explicar esta inmunidad en un combate con buques modernos del mejor tipo, pero es que la estrategia adoptada por la escuadra española no fue la adecuada y su artillería actuó muy pobremente."
Perdida la flota, el gobierno debió negociar una entrega incondicional de las colonias españolas en la Paz de París. Era el momento de exigir responsabilidades a los jefes que tan mal habían gestionado el conflicto, pero la Marina supo desviar hacia los políticos -que también habían cubierto con negligencia y poca habilidad sus obligaciones- todo el malestar popular, afirmando que Cervera había sido enviado a una misión suicida y que los muertos no eran sino mártires de la desidia gubernamental. Aunque se le sometió a un Consejo de guerra, el almirante fue absuelto, e incluso se pondría más tarde su nombre a un nuevo acorazado.
Aquí acaba el artículo, pero no las consecuencias de lo sucedido. Este clima de desprestigio de lo político y encubrimiento de la incomptencia castrense se mantendría ya hasta el final de la Restauración. El resultado fue que los desastres bélicos -en circunstancias que siempre debían haber sido favorables al ejército- se repitieron en hechos lamentables como los combates de El Barranco del Lobo o Annual. Toda una generación de españoles se formó en el convencimiento de que los militares habían sido enviados a la muerte sin el debido apoyo, y que estos habían cumplido con abnegación e integridad su papel más allá incluso de lo que les demandaba el honor. Uno de los jóvenes que recibió directamente y con persistencia esta impronta fue un niño de El Ferrol que siempre quiso ser marino y que vio truncada su vocación por la pérdida de la flota; tenía en 1898 seis años, su padre trabajaba para la Marina, y se llamaba Francisco Franco.
Aixó que es diu aci, simplement es mentida. Es la versió que va donar el Govern d'Espanya per cercar un cap de turc, que va ser l'Almirall Cervera. Vagi a Santiago de Cuba, per exemple a la fortaleça del Morro (em sembla recordar que es diu així) i imformis una mica.
ResponderEliminarMe parece un poco fuerte afirmar que lo que dice el autor del artículo, y que yo recojo casi en su integridad, es mentira. En primer lugar, porque no se trata de la versión oficial de ningún gobierno, sino el resultado de una investigación detallada, realizada con numerosas fuentes documentales (que se citan en el texto) y sostenida por las memorias de diversos participantes. Coincide además, con las investigaciones también recientes y rigurosas que se han realizado sobre los combates terrestres habidos en Cuba y los combates navales de Filipinas, como menciono en el comentario. Lo que sabemos sobre estas luchas recibió un nuevo impulso con la conmemoración del centenario en 1998 y todas las aportaciones mejor documentadas iban en este sentido. Lamento no saber qué explicación se da en la fortaleza del Morro, pero la historiografía conocida y el prestigio como investigador de González-Arnao Conde-Luque avalan la seriedad de sus datos. Otra cosa son las diferentes interpretaciones que existen sobre estos hechos, a veces repetiendo una tradición heredada y nunca corregida. Comenzando por la versión aceptada por la Marina española durante muchos años, la de algunos descendientes del almirante Cervera, que aún hoy insisten en el sacrificio de su antepasado, o la impulsada por las autoridades cubanas que, por razones bien conocidas, han arbolado repetidamente la culpabilidad de Estados Unidos y del gobierno español en el conflicto, salvando la del ejército que combatió en Cuba, a quien los nacionalistas -y luego socialistas- cubanos consideraban un peón del juego de fuerzas políticas. Uno de los más hermosos hechos de la revolución cubana es que se hizo sin odio contra el pueblo español. Disminuir la capacidad de combate española también es una manera cubana de minusvalorar las victorias del ejército norteamericano, un arma política en tiempos de bloqueo.
ResponderEliminarEn donde no se equivoca quien hace el comentario es en decir que muchos militares consideraron que la natural exigencia de responsabilidades a sus mandos fue una campaña orquestada por el gobierno para eludir sus propios y graves errores. Este está implícito en el artículo y aquí es donde ponía énfases mi entrada del bloc. La actuación de los políticos de la Restauración es inexcusble, pero eso no quita que Cervera y otros Jefes no fueran un chivo expiatorio, sino responsables del desastre con mayúsculas. El desprestigio o desconfianza de lo político y la mitificación del patriotismo castrense están en la base de muchas actitudes militares durante el siglo XX.
Dicho esto, creo que todos saldríamos ganando si se nos informara de cual es la versión contradictoria que el autor anónimo del comentario conoce. Es en el contraste de fuentes, más que en el de opiniones, como mejor se profundiza en los hechos históricos y en su significado.